Discos
Donizetti en primicia mundial
Raúl González Arévalo
En el siglo XXI se podría pensar que Donizetti no depara ya ninguna sorpresa. Sus grandes obras conocen decenas de grabaciones, bastantes referenciales, y de las menos frecuentadas hay opciones entre discretas y sobresalientes. Opera Rara ha tenido un papel fundamental en su revalorización, no en vano se trata de su compositor más grabado, incluyendo óperas incompletas: Zoraida di Granata, Emilia di Liverpool, Elvida, Il diluvio universale, Imelda de’ Lambertazzi, Francesca di Foix, La romanziera e l’uomo nero, Ugo conte di Parigi, Parisina, Rosmonda d’Inghilterra, Belisario, Gabriella di Vergy, L’assedio di Calais, Pia de’ Tolomei, Roberto Devereux, Maria di Rudenz, Les martyrs, Le duc d’Albe, Maria Padilla, Ne m’oubliez pas, Rita ou le mari battu, Linda di Chamounix, Maria di Rohan, Dom Sébastien roi de Portugal y Caterina Cornaro. Veinticinco títulos en total, un tercio del catálogo del Cisne de Bérgamo.
Lo que nadie esperaba a estas alturas es que fuera posible resucitar una obra que no llegó a estrenarse y fue desmembrada para utilizar la mitad de la música en otra ópera nueva. Y sin embargo, es justamente lo que ha pasado: en 1839 Donizetti compuso L’Ange de Nisida para el Théâtre de la Renaissance, en cuatro actos y con unas características específicas, acordes con la legalidad vigente, que solo permitía en ese escenario las llamadas opéras de genre. Se trata de un género un tanto difuso, que debía cantarse en francés, sin diálogos hablados –exclusivos de la opéra comique– sino con recitativos “a la manera de la ópera italiana”; en dos actos en principio, nunca en cinco en cualquier caso, exclusivos de la grand-opéra con sede en la Ópera de París.
En ese mismo escenario Donizetti presentó su Lucie de Lammermoor en agosto de 1839. La obra no era una mera traducción de la Lucia original y el éxito fue tal –Flaubert la citó en su Madame Bovary– que los empresarios se apresuraron a encargar dos nuevas óperas al bergamasco, la primera de las cuales sería precisamente L’Ange de Nisida. Los ensayos llegaron a comenzar, pero antes del estreno declararon la bancarrota y el compositor se quedó compuesto y con una obra que no podía presentar en ningún otro escenario francés porque su especificidad solo la hacía apta para el que acababa de cerrar. Italia era impensable porque la censura no habría dado luz verde al argumento, que giraba en torno a la amante del rey de Nápoles. La única opción viable, que pasaba por convertir los recitativos en diálogos hablados y estrenarla en la Opéra Comique, se fue al traste por la negativa de la soprano destinataria, Anna Thillon, a interpretarla. De este modo, Donizetti recicló lo que pudo en el nuevo título que le encargó la Ópera de París, La favorite, después de que la estrella femenina hubiera dado el visto bueno al argumento.
El resto es conocido: el compositor de Bérgamo desmembró la ópera nonata y reutilizó aproximadamente la mitad de la partitura, adaptando la protagonista femenina a la tesitura de mezzosoprano que respondía a las características de Rosine Stoltz, obteniendo un éxito rotundo en 1840. De L’Ange de Nisida apenas quedó el recuerdo y las información recogida en los años 70 por el mayor experto en el bergamasco del siglo XX, William Ashbrook, que en su Donizetti and his operas señalaba que en París se conservaban un borrador del libreto –no llegó a publicarse por cancelarse el estreno– y “ocho o diez números” de la partitura original. Hasta que Opera Rara anunció la edición, representación y grabación de la obra pensé que lo más parecido que iba a escuchar de ella era la versión más aguda de “L’ai-je bien entendu… Ô mon Fernand”, grabada por Joan Sutherland en su último recital, Bel Canto Arias (Decca 1985), siguiendo el ejemplo de Giulia Grisi, que transportaba el aria acomodándola a su registro de soprano en el siglo XIX. Pero me equivocaba.
Las espléndidas notas de Roger Parker, asesor de repertorio de la discográfica, y de Candida Mantica, la musicóloga italiana artífice de la reconstrucción de la partitura, ofrecen un recorrido fascinante sobre la génesis de la obra, cómo se malogró y, sobre todo, cómo se pudo reconstruir, salvando grandes dificultades, en un ejercicio de gran rigor musicológico con el objetivo de poder ofrecer la partitura al público con todas las garantías. Así, se pudo recomponer el 95% de la partitura y se cubrieron las lagunas de forma imaginativa: Martin Fitzpatrick puso música a algunos recitativos, como ya hiciera con Le duc d’Albe, y elaboró un preludio a partir de materiales donizettianos. Para la cabaletta de la soprano, de la que no se conserva la música y hay indicios de que el compositor estaba pensando en suprimirla, se ha recurrido a la que compuso Donizetti para el estreno parisino de Maria di Rohan, “Benigno il cielo arride” (1843). Al mismo tiempo, Mantica insiste en que L’Ange no se trata meramente de una Ur-Favorite, pues aproximadamente la mitad de la música es completamente nueva y de indudable valor. No en vano, se trata siempre del Donizetti maduro.
La historia sí es muy similar a la de La favorite: el barítono (otro soberano, en este caso Ferrante de Nápoles), mantiene una relación extramarital con la soprano (en vez de mezzo, la noble castellana Sylvia de Linares). Ante la amenaza de excomunión por parte del Papa, acepta la sugerencia del bajo bufo (su chambelán, don Gaspar) de casarla con el tenor (Leone de Casaldi), a quien cubrirá de honores antes de enviarlo lejos en misión diplomática, sin saber que tenor y soprano estaban enamorados y no aceptan la componenda. Descubierto y malogrado el plan, Sylvia moribunda logra llegar hasta Leone, recién ordenado sacerdote, para morir en sus brazos después de que él renegara de los votos recién asumidos. Los errores históricos son lo de menos en estos casos, y son incluso comprensibles: Ferrante, hijo ilegítimo de Alfonso V el Magnánimo, fue rey de Nápoles, pero no de Sicilia, aunque ambos territorios estaban unidos en el siglo XIX como reino de las Dos Sicilias, cuya capital era precisamente la ciudad partenopea. Lo que sí es cierto es que el reino de Nápoles era vasallo de la Santa Sede. Pero eso son minucias para medievalistas.
Si la historia es muy parecida, salvando el elemento cómico que introduce don Gaspar y que sitúa la obra en la esfera de la ópera semiseria, la música no sigue necesariamente el mismo orden que en la Favorite posterior. Lo más sorprendente, sin duda, es encontrar dos números que comparecen en otras obras posteriores y que no fueron empleados en la grand-opéra con música reciclada: se trata del dúo entre Fernand y Sylvia del segundo acto, “Ah! Ô ma chère patrie”, que vio la luz como pieza para las hermanas Inès y Maria (“Ah, figlia incauta”) en la notable Maria Padilla (curiosamente protagonizada por Pedro I el Cruel, hijo del Alfonso XI de La favorite); y sobre todo, como reconocerán inmediatamente los amantes de Donizetti, el aria de don Gaspar, “Et vous Mesdames”, que alcanzará reconocimiento supremo como “Un fuoco insolito” en Don Pasquale, con mayor efecto, dicho sea de paso.
El resto de la música reconocible es el coro “Le ciel a beni”, que se convertirá en el aria de Inès “Rayons dorés”. La imprecación del acto II, “Redoutez la fureur” es igual que su equivalente, como el concertante que cierra el acto análogo de La favorite, solo que aquí la acción continúa con la escena en la que se concierta el matrimonio entre Leone y Sylvia. De la misma manera, en el acto III el rechazo de la corte a Leone se corresponde en ambas obras: “Sire, je vous dois tout” y el concertante “Contre un pacte infâme” se convertirán en “Sire, je vous dois tout... Ô ciel, de son ame”, como la stretta que cierra, “Je maudis cette alliance”, procedente del final del acto I (o II si identificamos el prólogo como acto I) de Maria Stuarda. En el acto IV se calca la estructura –escena de monjes, aria del tenor, dúo con la soprano–, aunque solo el número final, “Va t’en d’ici… Viens! je cède éperdu”, se corresponde con el más conocido de La favorite, con la línea femenina acomodada al registro de soprano. Por medio hay música nueva. Mucha: la mitad de la obra.
Entre la música original de L’Ange de Nisida la que más llama la atención es, sin duda, la del tenor, con tres arias en el primer, segundo y cuarto acto. En este último choca que al recitativo “La maîtresse du roi” no le siga “Ange si pur” –la fuerza de la costumbre– sino la bella pero no perfecta “Helas, envolez-vous, doux mensonges”: Duprez solo había uno. El concertante cantabile “De mon coeur foi bénie”, que cierra el II acto, es otro de esos números de conjunto que regala el Donizetti maduro, de la misma manera que el dúo entre el rey y su chambelán en el siguiente acto, con la típica línea vocal del compositor, tiene muy buena factura. El recitativo y aria de la soprano que le sigue, “Je ne veux rien garder… Frais ombrage” es música de gran categoría, en un estilo netamente francés, por lo que choca un tanto con la cabaletta claramente italiana añadida de la Rohan.
Los componentes de la grabación son difícilmente superables. El mejor de todos es Laurent Naouri, cuyo francés destaca por su perfección, en dicción y prosodia, por bueno que sea el de los demás. Si añadimos sus grandes dotes para los papeles cómicos –que Opera Rara ya aprovechó para La colombe de Gounod–, en dosis justa para Don Gaspar, nunca sobreactuado, maestro del estilo y con una madurez artística encomiable, el resultado es soberbio. El contraste con el otro bajo, el ruso Evgeny Stavinsky, es perfecto, por su color oscuro y la severidad que imprime a su prestación, tanto de monje como de padre superior. Una gran elección que señala avant la lettre el camino que Verdi abordará con el monje/Carlos V en Don Carlos.
La comparación entre Leone de Casaldi y Fernand es inevitable en un primer acercamiento. Pero se hace flaco favor a la música y al intérprete porque, como he apuntado más arriba, las arias son buenas pero no perfectas. David Junghoon Kim hace un trabajo excelente, interpreta los recitativos con convicción y sus arias con pasión, aunque tal vez se podría señalar que el estilo a veces suena más italiano que francés, pero se trata de una observación menor. Matiza las frases más líricas y acomete los agudos con seguridad, sin forzar nunca la línea de canto. A su lado Vito Priante compone un monarca de gran elegancia y solidez, primo hermano de lo que debe ser Alphonse XI, hace de su aria “Ô mon ange que j’implore” un momento estelar y del del dúo con el monje uno de las situaciones de mayor tensión dramática de la partitura, anticipando –aunque con distancias– el enfrentamiento verdiano entre Felipe II y el Gran Inquisidor.
Queda la protagonista femenina, única mujer del elenco. En su tercera integral con el sello tras Antonina de Belisario y Pauline de Les martyrs, Sylvia de Linares es probablemente el mejor Donizetti de Joyce El-Khoury. Es cierto que el personaje vocalmente le conviene más que el primero, y que los papeles románticos franceses le sientan particularmente bien, como recordaba en su recital Écho. Al margen de un agudo tendencialmente ácido, la soprano es elegante y siempre partícipe desde el punto de vista dramático, haciendo creíble la fragilidad de la figura. La solvencia técnica es total, como confirma su gran escena del tercer acto.
El coro está muy demandado en la obra y el de Covent Garden vuelve a firmar un gran trabajo, como es habitual. Del mismo modo, la orquesta está impecable, siempre afín a la dirección de gran instinto dramático de Mark Elder, con quien ya grabaron Dom Sébastien y Linda di Chamounix.
L’Ange de Nisida no es una obra maestra, pero sí tiene elementos indudables de gran interés y atractivo para el público, como confirman los aplausos que salpican la grabación. A la espera de ver cómo funciona en escena en la próxima edición del Donizetti Festival de Bérgamo –de donde surgirá previsiblemente un DVD– la grabación de Opera Rara es un hito difícil de igualar. Fiel a sí mismo, el sello no se conforma y promete estupendos resultados en su próximo empeño, Il paria. Donizetti está de enhorabuena.
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