La ópera es teatro y Mozart su profeta. No hay en todo el repertorio un compositor que haya consagrado personajes más humanos, de carne y hueso, que el genio de Salzburgo. Las bodas de Fígaro, qué duda cabe, es una de sus obras más perfectas, así que es prácticamente imposible ir a una representación sin anticipar el disfrute, a poco que la producción prometa.
Claro está, el teatro musical requiere no solo cantantes, sino actores. Y Granada, cuyo festival volvía a proponer ópera después de cuatro años de ausencia, tuvo la suerte de contar con un gran protagonista. Como suele ocurrir con Jacobs, los intérpretes anunciados eran más que buenos, muy sólidos, pero no figuras de primera línea del estrellato lírico. Lo que no esperaba es que uno de ellos descollara tanto como para llevarse tan indiscutiblemente el gato al agua. El Fígaro de…
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