Suiza

Las gemelas de El Resplandor de visita en Babilonia

Jesús Aguado
viernes, 12 de julio de 2019
Michael Volle y  Anna Smirnova © 2019 by Monika Rittershaus Michael Volle y Anna Smirnova © 2019 by Monika Rittershaus
Zurich, sábado, 29 de junio de 2019. Ópera de Zurich. Giuseppe Verdi, Nabucco. Libreto de Temistocle Solera, basado en el Antiguo Testamento y la obra Nabuchodonosor, de Anicète Bourgeois y Francis Cornue. Andreas Homoki, Director de la producción. Wolfgang Gussmann, escenografía. Wolfgang Gussmann y Susana Mendoza, diseño de vestuario. Franck Evin, iluminación.Kinsun Chan, trabajo coreográfico. Elenco: Michael Volle, Nabucco. Benjamin Bernheim, Ismaele. Georg Zeppenfeld, Zaccaria. Anna Smirnova, Abigaille. Veronica Simeoni, Fenena. Stanislav Vorobyov, Sumo Sacerdote de Baal. Omer Kobiljak, Abdallo. Ania Jeruc, Ania. Coro de la ópera de Zúrich. Janko Kastelic, director del coro. Orquesta Philarmonia Zúrich. Director musical, Fabio Luisi.
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Nabucco es muchas cosas en el imaginario operístico: el título que afianzó a Verdi en el mundo de la ópera, el inicio de los famosos “años de galera”, la obra que contiene “Va, pensiero”uno de los coros más famosos del repertorio universal, un reflejo de las aspiraciones políticas de la Italia de la época, poco menos que el detonante de su unificación, símbolo revolucionario ante la tiranía austriaca, y seguro que con poco esfuerzo podríamos seguir añadiendo elementos a la lista. Un análisis detallado de algunos de ellos tendría que descartarlos por puramente legendarios, pero lo cierto es que el título sigue teniendo un fuerte componente afectivo entre el público operístico, y posiblemente sea, tras Macbeth, de los más presentes en los escenarios de entre el catálogo de los años de galeras.

Nabucco nos remite inevitablemente al Va, pensiero, que cuesta no tararear, pero, como es lógico, la ópera es bastante más extensa, y en el fondo la historia es básicamente un triángulo amoroso (una especie de Aida antes de Aida, si se me permite la licencia) engarzado en la peripecia de los israelitas expulsados de Israel, y con escena de la locura incluida, con la salvedad de que aquí es el barítono y no la soprano la que pierde la razón.

Y voy a comenzar, cómo no, hablando de la soprano, pues el papel de Abigaille, estrenado en su día nada menos que por Giuseppina Strepponi, es el de más peso vocal de la función. El rol es para hacer temblar a cualquier prima donna, pues exige una enorme extensión, potentes graves y agudos estratosféricos. Anna Smirnova (quien sustituía a Catherine Naglestad, que por razones personales canceló todas las funciones) no estuvo demasiado afortunada: tiene potencia vocal para llenar tres teatros como el de Zúrich, pero tendió a confundir la intensidad dramática con la dinámica, y el resultado fue más bien histriónico, con agudos más destemplados que penetrantes. Su Abigaille pareció más furiosa que malvada, encallada en una rabieta perpetua que aplanó al personaje. Fue muy aplaudida, eso sí, así que tal vez la apreciación fuera únicamente mía.

Michael Volle fue un Nabucco convenientemente guerrero. Debutaba el personaje, y tal vez, dada su amplísima experiencia en el repertorio alemán, le falte un poco de rodaje para conseguir ese punto de estilo italiano que se espera de un barítono verdiano, pero en cualquier caso cumplió con nobleza como despiadado rey y como víctima de la perversa Abigaille, y causó una muy buena impresión.

También estupendo, como siempre, el Zaccaria de Georg Zeppenfeld, con su hermosa voz de bajo que lució a placer en el personaje del sumo sacerdote judío. Fenena e Ismaele, la pareja de enamorados cuyo amor acaba triunfando sobre todo tipo de guerras, traiciones y maldiciones, fueron Veronica Simeone y Benjamin Bernheim, dos buenas voces que resolvieron sus verdianos papeles con muy buen hacer; más lírica e íntima en su aproximación al personaje ella que él, que desde el punto de vista interpretativo se fue más por el lado heroico que el puramente amoroso.

Y no podemos terminar el repaso al apartado vocal sin mencionar al coro, que casi es un personaje más. Evidentemente su momento estrella es el Va, pensiero, que interpretaron en un tempo lento pero manteniendo en todo momento la tensión y el interés, pero estuvieron espléndidos en todas sus intervenciones, con algún desajuste puntual que no fue culpa de ellos, sino del director.

El director era Fabio Luisi, y su aproximación a la obra hizo que la orquesta sonase la mayor parte del tiempo a fanfarria. Es evidente que el Verdi de Nabucco no es, todavía, el de Don Carlo o Aida, pero yo diría que la misión de un director es resaltar lo bueno de una partitura e intentar obviar sus puntos más débiles; bien, pues se diría que Luisi decidió, por el contrario, tirar de tempi exagerados (de ahí los desajustes con el coro y también con el resto de cantantes en varios momentos) y de sonoridades de banda verbenera más que de orquesta sinfónica. Lectura plana y carente de interés, que únicamente remontó el vuelo en momentos puntuales, y fundamentalmente por el buen hacer de cantantes y coro más que de la batuta.

La producción, a cargo de Andreas Homoki, podría ser calificada de minimalista. Menos es más, ya saben, aunque en este caso no sé si más bien es más lo que es menos, o lo muchísimo menos lo que es muchísimo más, o tal vez justamente lo contrario de lo anteriormente expresado. El único elemento escenográfico era una especie de muro de mármol verde que avanzaba, retrocedía, giraba, dividía a los personajes, en fin, hacía un poco de todo. Un símbolo de la opresión babilónica, o de la opresión social, o de la opresión en general. Una especie de tableta de turrón gigante envuelta para regalo en El Corte Inglés como único elemento en escena me parece llevar las cosas un tanto al extremo, la verdad. Los babilonios vestían como nobles de la época del estreno de la obra, todos de verde a juego con el mencionado muro, y los judíos, en relajantes tonos tierra, parecían situados en las primeras décadas del siglo XX, lo natural frente a lo artificial o algo así.

La obertura se aprovechó, cómo no, para darnos explicaciones de profundo calado psicológico de la rivalidad entre Abigaille y Fenena, como si la pobre Abigaille no pudiera ser mala simplemente porque en una obra del romanticismo tiene que haber una mala como dios manda, y tuviéramos que saber lo mucho que había sufrido la pobrecilla. A partir de ahí, las dos hermanitas aparecían cada poco en escena, recordando poderosamente a las gemelas de El Resplandor. Algún otro rasgo de genialidad, como que el Va, pensiero, que los judíos cantan en las riberas del Éufrates recordando su amada patria, lo canten en presencia de Abigaille, que acaba de quitarle la corona a Nabucco, y que parece sufrir un ictus a cámara lenta mientras suena la famosísima melodía, o que la propia Abigaille se pegue un tiro en vez de envenenarse para recibir su merecido. En resumidas cuentas, una producción que no aportaba nada y que aburría con tanto movimiento del dichoso muro, una dirección de orquesta incomprensible y una protagonista no demasiado afortunada; el resultado, un Nabucco irrelevante.

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