España - Madrid
Para la esperanza
Rafael Ortega Basagoiti
En estos tiempos de pandemia hay que echar la imaginación y el emprendimiento a caminar. Es obvio que durante un tiempo los conciertos en locales cerrados van a tener lugar con aforos restringidos, y algunos incluso no serán económicamente viables por esa razón. Es también previsible que parte del público (probablemente más en los conciertos de clásica, en los que la edad media de los espectadores es mayor) pueda tener comprensibles reticencias a asistir a tales eventos, en los que, además de no estar al aire libre, se da la circunstancia potencialmente negativa del factor tiempo de exposición, dado que el espectador permanece en su localidad, rodeado de las mismas personas, durante el tiempo que dure el concierto (habitualmente no menos de 70 minutos).
No es pues de extrañar que se busquen alternativas que permitan conciliar la necesidad de los músicos de retomar su actividad y poder generar unos imprescindibles ingresos, con las ganas del público de poder escuchar música, alimento espiritual particularmente necesario en estas turbulentas circunstancias. Y aunque todos, naturalmente, ansiamos dejar la pesadilla atrás y volver al panorama anterior, a la verdadera normalidad, es indudable que durante un tiempo hemos de adaptarnos a lo que la actual tesitura nos obliga.
En este sentido, la loable iniciativa de Ruth Prieto de poner en marcha un ciclo de conciertos online desde su plataforma “El Compositor habla” es una ejemplar muestra de imaginación y emprendimiento. Los conciertos por streaming de pago ya son (ahí está la magnifica sala de conciertos digital de la Berliner Philharmoniker) una realidad. Y creo que, incluso cuando se retome la actividad musical con público, su retransmisión a precio más moderado puede abrir caminos de viabilidad económica, expandiendo la recepción a quienes no puedan (o no quieran por precaución) asistir al evento en vivo. Obviamente, el presente ciclo hay que aceptarlo en su justo contexto de urgencia: conciertos de pequeño formato, transmitidos desde el domicilio de los artistas y con medios técnicos que no son, naturalmente, los que pueden tener a su disposición entidades como la Filarmónica berlinesa. Pero en ese contexto de urgencia el ciclo cumple a la perfección el propósito para el que se ideó, y ayer tuvimos una nueva muestra de ello.
Cristina Lucio-Villegas había construido un programa atractivo, con tanta sensibilidad como inteligencia, porque en él predominaban músicas que hablaban de luz y alegría, y por tanto de esperanza, ingredientes todos ellos muy necesarios en esta era donde tanto drama y dolor estamos viviendo. Es Lucio-Villegas pianista de medios más que considerables y envidiable sensibilidad musical, y todo ello quedó en evidencia desde el principio. Se abrió el recital con una obra primeriza pero encantadora del andaluz Manuel Castillo, su Sonatina, escrita en 1949 y en buena medida inmersa en eso que podría llamarse “nacionalismo andaluz”. Tuvo gracejo y alegría el primer tiempo, elegancia en el canto nostálgico el segundo y luminosa, contagiosa vitalidad el Vivace final.
La tuvo igualmente la brillante lectura de la Sevilla de Albéniz, de jubilosa exaltación rítmica y con una preciosa, sección central, nuevamente cantada con elegancia y justa flexibilidad en el fraseo. Tomás Bretón, por entonces director del conservatorio en Madrid, convocó en 1904 un concurso para elegir un Allegro de Concierto de cara a futuras competiciones pianísticas, y el premio se lo llevó el gran Enrique Granados con una partitura de ese título llena de brillantez y temperamento. Y esos ocho minutos de bravura tuvieron buenas dosis de ambos en la estupenda traducción que hizo de la misma Lucio-Villegas.
La más breve Danza del gozo Vermell, página escrita por Teresa Catalán en 2013, inspirada en el Llibre Vermell de Montserrat (1951) tuvo en las manos de Lucio-Villegas plenitud de contrastes, con decidido empuje rítmico en el inicio, centrado en el registro medio y grave, cierto alivio en el carácter más dulce de la sección central y crudeza adecuada en el oscuro final.
Se cerró con brillantez el recital con tres hermosas danzas del gran Alberto Ginastera. Respiró alegría y contagioso brío rítmico la Danza del viejo boyero, y resultó hermosísima la conocida Danza de la moza donosa, con esa fina melancolía cantada de manera exquisita por Lucio-Villegas. Nerviosa y trepidante, en fin, la Danza del gaucho matrero, que por momentos insinúa resonancias bartokianas, y que nos llegó jubilosa en la expresión y brillante en la traducción. Un final extraordinario para un sobresaliente concierto, en el que además pudimos apreciar una realización visual que alternó con acierto las dos cámaras disponibles, y una calidad de sonido más que notable teniendo en cuenta el ambiente doméstico desde el que se transmitía. Una hermosa velada, sin duda.
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