Discos
Los laureles de Salieri
Raúl González Arévalo

Aunque sea un tópico, la música de Salieri arrastra una mala fama difícil de sacudirse desde que Milos Forman estrenó su genial Amadeus en 1985. A mí sin embargo me despertó una gran curiosidad la escena final de Axur, re d’Ormus, aquella en la que José II brincaba de la butaca y acallaba los aplausos atronadores para declararla la mejor ópera jamás escrita. De modo que cuando ya adulto di por casualidad con la grabación de Nuova Era (1989) no me lo pensé dos veces y la compré. Confieso que quedé desencantado por un registro que no supera la medianía, a pesar de la presencia de jóvenes promesas como Eva Mei.
Cuando poco después Cecilia Bartoli quiso homenajear su figura en uno de esos proyectos tan personales que desarrolla (The Salieri Album, Decca 2003) la impresión mejoró notablemente. De modo que me animé con el DVD de Tarare dirigido por Jean-Claude Malgoire (ArtHaus 1988), que me pareció original, pero no me cautivó, como ninguna de las grabaciones del director francés. Por eso mismo quise darle otra oportunidad cuando otro francés, Christophe Rousset, lanzó La grotta di Trofonio (Ambroisie 2005). Y ahí comenzó mi entendimiento con y de Salieri.
Rousset es un director con un olfato particular para las óperas italianas y francesas del Clasicismo. Entiende su lenguaje como nadie ha sabido hacerlo antes de él, de Jommelli (Armida abbandonata) a Traetta (Antigona) pasando por Martín y Soler (La capricciosa corretta, Il tutore burlato), o el joven Mozart (Mitridate, re di Ponto). A la vez, conoce al dedillo la tragédie lyrique francesa, de modo que la línea que lleva de Lully a Rameau y Gluck no tiene secretos para él. Como tampoco las propuestas de compositores italianos para París, como el Renaud de Sacchini. Todo un bagaje muy necesario para culminar de manera brillante la fusión de todas estas influencias con Salieri, como tuvo ocasión de demostrar con la espectacular grabación de Les Danaïdes (Ediciones Singulares 2013).
En 2018 ha cerrado el círculo abordando sus otros dos títulos parisinos, Les Horaces (1786) y Tarare. Aunque no he podido acceder al primero, el segundo culmina el viaje iniciado con las hijas de Dánao de la mejor manera posible. Hay grabaciones para las que parece que todo se ha conjugado de modo perfecto y esta es una de ellas. No voy a entrar a describir el farragoso argumento, me limitaré a decir que Tarare no es otra que la versión francesa de Axur, convenientemente adaptada a las exigencias del gusto y el escenario francés. Y más aún: Tarare es la máxima expresión de un músico muy grande aunque no genial, que coronó el desarrollo de un estilo personal yendo más allá que su admirado Gluck, cuya influencia y modelo están más presentes en la previa Les Danaïdes.
En consecuencia, pocos directores más apropiados que Rousset para acometer los títulos parisinos de Salieri. Es evidente su convencimiento de que se halla ante un gran compositor, autor de una gran música, y como tal la trata desde la magnífica obertura. Los tempi buscan siempre dramatismo teatral en absoluta fidelidad al estilo. Rousset dirige con mano segura una partitura larga, de casi tres horas, con una variedad instrumental brillante e imaginativa. Como siempre, Les Talents Lyrique responde con pasión, insuflando vida y ritmo, incluso modernidad, a una obra que dormía el sueño de los justos y que merece a todas luces visitar los escenarios con cierta regularidad.
Como en toda ópera, el reparto es fundamental para el resultado final. Cuando además hay requisitos estilísticos concretos –cantabilidad italiana y prosodia francesa– las dificultades aumentan y el mérito en consecuencia es superior, porque en esta ocasión el elenco es prácticamente insuperable. Para muestra, el Prólogo, la parte de las tragédies lyriques que resulta más aburrida al público contemporáneo, reclama la atención del oyente desde el comienzo por el gran desempeño de Judith van Wanroij (La Nature) y Tassis Christoyannis (Le Génie du feu). La primera fue una gran Hypermenstre bajo Rousset en Les Danaïdes y aquí hace gala de nuevo de su capacidad dramática para esculpir las palabras y colorear el texto según la personalidad teatral de sus personajes. En este sentido, la variedad de acentos es superior a la que ofrece el bajo griego, que sin embargo presta una línea elegante y rotundidad vocal tanto al Genio del fuego como, sobre todo, al gran sacerdote Arthénée, fundamental en el desarrollo del segundo acto.
Ahora bien, por bueno que sean los secundarios, los que deben dar absolutamente la talla son los protagonistas. En el panorama actual de tenores franceses que abordan el repertorio francés tardobarroco o clasicista, Cyrille Dubois brilla con particular fuerza, como demuestra con Rousseau o Sacchini. El francés se ha consagrado como referencia indispensable para estos títulos y revalida su condición de primer haute-contre, esa categoría francesa tan peculiar que está proliferando en los últimos años y permite recuperar con garantías filológicas el repertorio que estrenó. Por otra parte, con un texto de la calidad poética de Beaumarché, es indispensable un intérprete que, además de cantar, recite como un bardo. Dubois hace ambas cosas con suprema elegancia y sentido dramático en comunión absoluta con el estilo necesario.
A su lado Karina Gauvin firma otra grabación de referencia, como con la previa Olimpie de Spontini, aparecida también este verano. Con un material vocal más atractivo de partida que el de Dubois pero menor virtuosismo en la palabra, la soprano compone una Astasie atractiva y apasionada por los cuatro costados. El tercero en discordia es el malvado Atar, asumido de manera soberbia por Jean-Sébastien Bou, que ya había reclamado atención como malvado Hidraot del Renaud de Sacchini y aquí confirma de nuevo su idoneidad con este tipo de personajes. El bajo-barítono articula un personaje sutil en sus amenazas, ofreciendo un retrato caleidoscópico, de tanta complejidad como la del protagonista.
El resto del extenso reparto completa un elenco solidísimo y bien centrado en su cometido, como los Chantres du Centre de musique baroque de Versailles, coro de excelente factura. Redondea la propuesta el formato de libro-disco de Aparté, de gran calidad material y atractiva presentación de unas notas tan sólidas como se puedan desear. Todos componen las hojas de la corona de laurel de Salieri.
Comentarios