Recensiones bibliográficas

Carl Orff, su amigo Baldur von Schirach y el nazismo

Juan Carlos Tellechea
jueves, 14 de enero de 2021
Schirach © 2020 by Styria Buchverlage Schirach © 2020 by Styria Buchverlage
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El destacado historiador canadiense Michael Hans Kater escribía en 2000 en su libro Composers of the Nazi era: eight portraits*que tras la Segunda Guerra Mundial (1933–1945) Carl Orff declaró que había sido un luchador de la resistencia y miembro del grupo "Rosa Blanca" contra el régimen genocida nazi de Adolf Hitler.

En aquellos tiempos, entre 1933 y 1945, Orff había sido ya considerado de forma ambivalente como un rostro joven y exitoso en la vida musical del llamado Tercer Reich. Por un lado, se le había encargado que compusiera parte de la música de los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) y una obra sustitutiva del Sueño de una noche de verano, del “judío“ Felix Mendelssohn-Bartholdy. Además figuraba en la lista de los artistas indispensables durante la guerra, la denominada Gottbegnadeten-Liste.

Sin embargo, Orff no era miembro del partido Nacionalsocialista (NSDAP). Políticamente se le ubicaba en la izquierda. Era además amigo del musicólogo y psicólogo Kurt Huber, uno de los fundadores de la "Rosa Blanca". E incluso sería Huber quien le despertaría el interés por la colección de cantos goliardos reunidos en el manuscrito encontrado en la abadía benedictina de Benediktbeuren (sur de Baviera), hoy de los Salesianos de Don Bosco, que finalmente lo inducirían a componer Carmina Burana.

Esta cantata figura entre las piezas musicales más populares jamás escritas. Al menos antes de la pandemia, todos los días del año había como mínimo una presentación de Carmina Burana en algún lugar del mundo; y eso ha estado sucediendo durante las tres últimas décadas. Con más de 300 grabaciones diferentes, según el catálogo actual, Carmina Burana supera fácilmente incluso a la Sinfonía número 5 de Ludwig van Beethoven.

Primera biografía exhaustiva

Michael H. Kater, «Composers of the Nazi Era: Eight Portraits». © 2000 by Oxford University Press.Michael H. Kater, «Composers of the Nazi Era: Eight Portraits». © 2000 by Oxford University Press.

No hay duda de que Carl Orff es uno de los compositores más incomprendidos y, por lo tanto, más subestimados del siglo pasado. Setenta y cinco años después del final de la dictadura de Hitler y 125 años después del nacimiento de Orff, aún no se había escrito una biografía exhaustiva de este compositor ni una monografía sobre los años de la era nazi. El primero que lo hace es el historiador Oliver Rathkolb, profesor del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad de Viena, cuya obra está en preparación y será lanzada próximamente por la prestigiosa editorial Schott-Music, de Mainz.

Ya antes de que salga publicado, el libro ha generado cierta polémica en la opinión pública, porque Rathkolb sostiene en una entrevista de prensa previa publicada en Austria que Orff, con antepasados judíos (a través de la abuela por línea paterna),

era terriblemente ingenuo en materia política. Por ejemplo, nunca entendió que volver a componer El sueño de una noche de verano, de Mendelssohn, era una señal política en la que ni siquiera compositores como Richard Strauss, habían aceptado involucrarse. Pero él, no. Echó todas las advertencias al viento, incluso las que le formulaba la propia editorial Schott que publicaba sus obras, y cayó en la trampa de los nazis, quienes al final ignoraron en realidad esta composición suya.

Baldur von Schirach, gobernador nazi de Viena

De Rathkolb apareció recientemente Schirach. Eine Generation zwischen Goethe und Hitler (Schirach. Una generación entre Goethe y Hitler) una impresionante biografía sobre el primer líder de las Juventudes Hitlerianas , criminal de guerra y gobernador nazi de Viena Baldur von Schirach. En esta obra, publicada por la renombrada editorial Molden, de la capital austríaca, el historiador traza además una brillante descripción sobre cómo funcionaba la refinada maquinaria de propaganda nacionalosocialista, y cómo coexistían las figuras más destacadas de los círculos culturales de aquel entonces con el terror del nazismo.

Schirach adoctrinó a toda una generación y lideró un reino del terror del cual solo unos pocos se atrevieron a escapar. La biografía escrita por el historiador Rathkolb es un acicate para enfrentar la historia contemporánea. en contínuo proceso ante el resurgimiento del nazismo, el racismo, la xenofobia y la intolerancia. El libro desvela nuevos aspectos de la vida y la influencia de Schirach, reclutado por los nazis cuando era muy joven (1929) y futuro estudiante de historia del arte y alemana.

En 1928 Schirach se convirtió en jefe de la Unión de Estudiantes nazis, en 1931 en el Líder de las Juventudes del Reich, y en 1933 juró fidelidad a las Juventudes Hitlerianas y a la Revolución de los camisas pardas. Como Gauleiter de Viena, hizo deportar a la población judía a los campos de exterminio nazis.

Después de 1945, Baldur von Schirach fue uno de los acusados de crímenes de guerra ante el tribunal de Nuremberg, junto con el arquitecto Albert von Speer, quien se distanció con vehemencia de Hitler y de las deportaciones de judíos.

Schirach, arrepentido por su complicidad en el Holocausto, no fue condenado a muerte, sino a 20 años de prisión por crímenes de lesa humanidad; escribió un libro con sus memorias, titulado Ich glaubte an Hitler (1967) (“Yo creí en Hitler“) y terminó sus días arruinado física y mentalmente en 1974 en el sur de Alemania.

De Schirach y Viena

La tarea de Schirach en Viena era unir más estrechamente a los nazis vieneses al "Tercer Reich". Para ello consiguió un buen presupuesto para el fomento de la cultura, de modo que generó una actividad cultural considerable hasta 1944. El historiador Rathkolb es un convencido de la importancia de aprender esta trágica lección de la historia alemana.

Para el catedrático hay paralelismos aterradores entre la ruptura de la República de Weimar y el desencanto actual con la democracia entre los jóvenes de muchos países. Según los últimos estudios, esto ha disminuido algo en Austria debido a la pandemia del coronavirus. Pero "si se rompe el vínculo de solidaridad, no solo se rompe la Unión Europea, sino también la democracia en muchos países", advierte Rathkolb.

El nombramiento de Schirach como Gauleiter y gobernador nazi de Viena en agosto de 1940 como sucesor de Josef Bürckel que era muy impopular en los círculos sociales locales, iba a conducir indefectiblemente a una ruptura con Hitler y su círculo de liderazgo.

Cae en desgracia

Sintiendo que su traslado al este de Europa era una vergüenza para él, Schirach se obstinó contra el Führer e intentó posicionar a Viena como antítesis cultural contra Berlín, actitud que enfurecería al dictador. Al círculo íntimo de Hitler le venía cayendo muy mal desde hacía un tiempo la arrogancia aristocrática de Schirach que se comportaba como el príncipe heredero de la corona del Tercer Reich.

Schirach, quien no vacilaba en utilizar para sus fines a figuras como el premio Nobel de Literatura (1912) Gerhart Hauptmann o al compositor Richard Strauss, había aprendido mucho de Alemania con respecto al uso de la cultura para los fines propagandísticos de los nazis, elementos que utilizó en Viena. En esa capital no habla de la cultura austriaca, ni siquiera de una cultura nacionalsocialista puramente alemana, sino que inventa el concepto de la cultura vienesa.

Ese fue realmente un puente increíblemente pérfido y hábil; en lugar de tomar las medidas de política social esperadas por Berlín, Schirach se basó para ello en el generoso equipamiento de las instituciones culturales. La Ópera Estatal de Viena no tuvo ni antes ni después de 1945 tantos medios a su disposición como bajo Schirach. Su astuta estrategia sería aprovechada también más tarde por los soviéticos, al término de la guerra.

Además, Schirach no tenía reservas sobre la monarquía; no mencionaba explícitamente a los Habsburgo, pero se basaba en las altas instituciones culturales que fueran establecidas bajo su era, como la Ópera Estatal, el Burgtheater, el Museo de Historia del Arte, etcétera. Además de los grandes nombres mencionados, figuraban en su nómina las nuevas generaciones de artistas como Werner Egk, Carl Orff y Rudolf Wagner-Régeny.

Más abierto hacia el arte moderno

Schirach se movió asimismo con un mayor margen de maniobra frente al arte contemporáneo y recibió una respuesta bastante positiva. Ya había probado la palanca con la cultura en las Juventudes Hitlerianas. No patrocinaba a los artistas judíos, pero si un pintor contemporáneo alemán que era considerado "ario" no solo pintaba de forma figurativa, sino también abstracta, estaba dispuesto a aceptarlo y exhibirlo.

Esto lo distinguía claramente de Hitler y del ministro de Ilustración Pública y Propaganda nazi, el tenebroso Joseph Goebbels, quienes tenían gustos muy conservadores y luego inmediatamente difamarían como “arte degenerado” a las creaciones de los mejores artistas modernos y de vanguardia.

Schirach exploró una especie de biotopo. Mientras los vieneses lo aprecian, se estaba acumulando una oposición contra él en el Berghof y en Berlín. Hitler, en su esquizofrenia paranoide, comienza a vivir plenamente un complejo anti-Viena. Goebbels echaba más leña al fuego en esto, aunque inicialmente también había protegido a Schirach.

La boda de Schirach con Henriette Hoffmann, la hija del fotógrafo de Hitler, Heinrich Hoffmann, se había celebrado el 31 de marzo de 1932 en las habitaciones privadas de Hitler en Múnich. Viena, después de todo, era una especie de puesto de suministros después de que Schirach perdiera la batalla por el cargo de Ministro de Educación ante Bernhard Rust.

Schirach fue uno de los creadores de imagen más importantes de aquella barbarie nazi. Fue él quien dibujó el perfil del “Führer” como amante de la cultura y el arte. A través de Schirach, había por fin un político que conocía la ópera, hecho que Hitler supo aprovechar desde muy temprano durante sus visitas a Weimar, donde el padre de Schirach, Carl von Schirach, fue director general del Teatro Nacional.

Los folletos fotográficos del suegro, Heinrich Hoffmann, con textos del propio Schirach, se publicaron por centenares de miles y aparentemente mostraban a Hitler entre las bambalinas de un escenario. A principios de la década de 1930, Schirach tendría una función muy central que luego desaparecería. En 1939, Hitler tenía objetivos completamente diferentes, estaba en la cima del poder y planeaba una guerra de agresión total contra Europa. En ese momento, Schirach ya era considerado demasiado blando y demasiado autoindulgente como para continuar sirviendo al régimen en primera línea.

Hay pocas dudas de que en 1943/1944 Orff, amigo cercano de Schirach, se estaba posicionando para asumir en algún momento el cargo de Reichsminister für Musik cuando llegara la tan anhelada victoria final de la Alemania nazi.

Mentía y ocultaba

Orff, quien trató siempre de ocultar que tenía ancestros judíos (por vía paterna, la esposa del abuelo Carl von Orff, Fanny, de soltera Kraft, era judía), nunca solicitó la afiliación al partido nazi (si lo hubiera hecho se habría descubierto que tenía un 25% de origen semita, según las aberrantes leyes raciales del régimen). Por supuesto, y como tal vez no hubiera podido ser de otra manera, no era ni remotamente antisemita, afirma el catedrático de la Universidad de Viena que analizó todos los puntos de contacto alrededor del compositor en la era de la barbarie hitleriana. Centraron también el interés de Rathkolb

las reseñas musicales publicadas en la época sobre sus obras (no solo sobre Carmina Burana), porque a menudo se subestima que en las críticas salen siempre a luz interesantes y valiosas informaciones, a pesar de la totalitaria censura de prensa.

El historiador investigó asimismo en el legado del compositor y en la colección de la editorial Schott-Music, así como en numerosos archivos y bibliotecas de Alemania, Austria y Estados Unidos.

Componía intensamente

A Orff, quien tampoco era antinazi activo, le había sido otorgado un premio interno del ministerio cuya titularidad ejercía Goebbels. Además, le serían encomendadas dos obras para ser estrenadas en Fráncfort del Meno y en la Ópera estatal de Viena. Schirach le encargaría Antígona (de Sófocles, con libreto traducido por Friedrich Hölderlin) que al final fue estrenada en 1949 en Salzburgo.

Pero si vierto una mirada crítica a dónde llegó Orff en 1945, puedo afirmar que en esa fecha tenía más éxito que antes de 1933, aunque no se encontraba en la nómina de los diez compositores más interpretados, según las estadísticas. Orff no solo sobrevivió el nazismo, sino que compuso intensamente en ese tiempo, no era ni por asomo antisemita, y por otra parte era terriblemente ingenuo en materia política, subraya Rathkolb.
Mas también me sorprendió el poco eco que finalmente encontró su música en el Tercer Reich, en comparación con su alumno, amigo y vecino Werner Egk . Una y otra vez se publicaban críticas negativas sobre las presentaciones de sus obras, verbigracia en Milán o en Viena, porque su música sonaba sospechosamente atonal, a pesar de que no pertenecía a la escuela de Arnold Schönberg.

Los nazis elogiaban Carmina Burana

Orff mentiría después de la guerra al sostener que el partido Nacionalsocialista había odiado a Carmina Burana. No era cierto. En este punto es necesario diferenciar un poco. Después de su estreno en la Ópera de Francfort del Meno en junio de 1937, Goebbels declaró que la obra era el estándar por el cual toda la música alemana debería ser juzgada, y se convertiría en la pieza de 'nueva música' más interpretada en la Alemania nazi.

Es cierto que a los críticos musicales fuera de Alemania les cuesta mucho reconocer a Carmina Burana como una excelente obra, si bien su música, entretanto, se ha popularizado (e incluso comercializado) y ha inspirado a otros compositores, entre ellos a Philip Glass. No es casualidad que las celebraciones por el 70º aniversario del nacimiento de Orff en Múnich fueran dirigidas por Wieland Wagner, nieto del compositor Richard Wagner , y miembro de las Juventudes Hitlerianas desde 1933, así como del partido Nacionalsocialista desde 1938.


Minimalismo por excelencia

Wieland Wagner señalaría en esa oportunidad las asociaciones de Orff con Ígor Stravinski -no sólo por el énfasis en el ritmo, sino también por la brillante orquestación- y con Claudio Monteverdi. Orff puede afirmarse razonablemente fue uno de los primeros en el siglo XX que se dio cuenta de la importancia de Monteverdi; su primera obra importante a principios de la década de 1920 fue una reelaboración de Orfeo (1924 / revisada en 1939).

Orff escribió 18 obras importantes para el escenario, muchas de las cuales emplean instrumentos que había descubierto en sus viajes, como xilófonos de madera (especialmente afinados), marimbas, campanas de todo tipo y gongs. El arpa en sus obras suena demoníaco. No sorprende, por lo tanto, que Philip Glass se hubiera sentido atraído por Orff. Éste fue un minimalista por excelencia, antes de que nadie pensara siquiera en inventar el género.

Cobarde y oportunista

Nada de esto dispararía la imaginación si no fuera por otro aspecto, infinitamente más complejo y finalmente trágico, de Orff y su música. Este hombre estaba luchando por sobrevivir en un régimen que él pensaba le era intelectualmente inferior. Como todos sus compañeros músicos, se vio obligado a completar un currículum para demostrar que era un ario de la estirpe más pura.

Así lo hizo y de alguna manera se 'olvidó' de mencionar que su abuela y sus bisabuelos eran judíos. Así que desde el principio estaba viviendo una mentira. Para ganarse la vida, ideó un método para enseñar música a los niños llamado Schulwerk (Obra escolar), y esperaba que a través de su amigo Baldur von Schirach pudiera venderlo a las Juventudes Hitlerianas. Afortunadamente, resultó que a éstas no les gustó mucho el sistema y cuando pasó el proceso de desnazificación al final de la guerra, esto probablemente lo salvó de que las fuerzas de ocupación aliadas lo enviaran a prisión.

El arriba mencionado Michael Hans Kater, quien investigó sobre diferentes temas de la época del nacionalsocialismo, tuvo la oportunidad de entrevistar a un testigo de aquel tiempo, Newell Jenkins, quien fuera alumno de Orff en Múnich y oficial militar estadounidense encargado para asuntos de cultura en el referido proceso llevado a cabo a partir de 1945. Muchas décadas después surgiría la afirmación de que Orff había declarado ser un cofundador de la resistencia en el grupo de la “Rosa Blanca“.

No ayudó ni a Huber ni a su viuda

¡Sin embargo, esto no se encuentra ni siquiera en una media frase en los interrogatorios documentados! del proceso de desnazificación, afirma Rathkolb.

Curiosamente, Orff, por otro lado, encaja exactamente en el modelo del “antinazi pasivo“. Simplemente habría estado muy cerca de la ideología por su interés en las canciones populares. Sin embargo, después de la ejecución de su amigo e interlocutor Kurt Huber, Orff reaccionaría por cierto con mucha desasosiego; y se escondería durante un tiempo en una clínica privada.

El Movimiento de la Rosa Blanca estaba compuesto en gran parte por estudiantes de la Universidad de Múnich, principalmente de las clases de Huber. Éste era el erudito que había atraído la atención de Orff sobre los textos medievales de Carmina Burana. De hecho había trabajado en su traducción al latín "contemporáneo" para atenuar las referencias sexuales explícitas en el original.

Tras el arresto de Huber por la Gestapo, su esposa, sabiendo de la amistad de Orff con von Schirach y otros jerarcas nazis, le suplicó que intercediera. No solo se negó, condenando así a su mejor amigo a una ejecución segura, sino que también declinó ayudar a la viuda de Huber, ahora desamparada. Más tarde incluso le escribió a Huber pidiéndole perdón ... cuando ya estaba muerto.


Los nazis no sospechaban que tenía antepasados judíos

El realizador cinematográfico británico Tony Palmer , quien rodó en 1995 O Fortuna, un filme sobre Carmina Burana y Orff, encontró a la viuda de Huber poco antes de morir; para ella, esos horrores que habían sucedido 60 años antes todavía estaban frescos en su memoria, afirma el cineasta.

No es de extrañar que las obras de Orff de la posguerra (Antígona , Edipo rey, Prometeo ) estén consumidas por el sentimiento de culpa donde el protagonista protesta contra su "castigo". Lo más revelador de todo es De temporum fine comœdia (La comedia del fin de los tiempos), en la que el narrador no pide que sus pecados sean olvidados, sino perdonados, señala Palmer.

El régimen nazi al parecer no sospechaba que Orff tenía ancestros judíos. Kater descubrió el pasaporte de esos antepasados y ese es uno de los méritos de sus investigaciones, reconoce Rathkolb. Así que Orff no podía haber solicitado en absoluto su adhesión oficial al NSDAP, pero nadie lo sabía en ese momento.

En cualquier caso no he encontrado nada en tal sentido, agrega el académico de la Universidad de Viena. Probablemente esto sólo se conocía en la memoria de la familia. Me pregunto por qué Orff no jugó esa carta en el procedimiento de desnazificación después de la guerra. Probablemente habría quedado despejado inmediatamente el tema. Quizás lo reprimía o tenía otras razones para no mencionarlo.

Seguía mintiendo y ocultando como muchos otros

A diferencia de Richard Strauss, por ejemplo, Orff tenía una larga carrera artística por delante después de la época nazi y tiempo para expresarse con distancia de aquellos hechos. Pero el compositor era totalmente reticente, dice Rathkolb.

Encontré un pasaje donde se refiere a la muerte de Kurt Huber y su miedo. Por lo demás no es atípico en la historia de posguerra, tanto en Alemania como en Austria: manteniendo tapado el asunto se evitaba de facto que llegara de forma brusca a ebullición en una discusión pública, por ejemplo con el renombrado musicólogo Fred K. Prieberg. Al hacerlo, hizo posible que la discusión ocurriera póstumamente. También aquí hubo una (auto) represión , sostiene Rathkolb.

Hay que tener en cuenta asimismo que con su derrota en la conflagración bélica mundial el antisemitismo no desapareció en estos países que apoyaron el régimen nacionalsocialista; ni se convirtieron en demócratas de la noche a la mañana. Aún hoy hay grupos antisemitas impenitentes en Alemania y en Austria (un tema que abordaremos muy pronto en otra reseña).

Pieza enlazada

Prieberg, formado en musicología, historia del arte y psicología en la Universidad de Friburgo es autor de varias obras que siguen siendo de consulta obligada para los científicos de todo el mundo, entre ellas la edición de bolsillo de Musik im NS-Staat (1982) (Música en el Estado nacionalsocialista), acerca del tema Música y nacionalsocialismo en el Tercer Reich.

Sobre el célebre y polémico director de la orquesta Berliner Philharmoniker Herbert von Karajan diría Prieberg en una entrevista transmitida por la televisión en 2005:

Es gab keine Stunde Null. Das ist eine Erfindung gewisser Historiker. Es ging alles so weiter wie bisher, nur mit mehr oder weniger ausgeprägter Tarnung. Ein gutes Beispiel ist Karajans Lüge über seinen Parteieintritt.
No hubo una hora cero. Eso es un invento de algunos historiadores. Todo siguió como antes, solo que con un camuflaje más o menos pronunciado. Un buen ejemplo es la mentira de Karajan sobre su adhesión al partido [Nacionalsocialista].

Orff decía ver al diablo en sus pesadillas

El libro de Rathkolb sobre Carl Orff y el nazismo, de unas 230 páginas, ya ha pasado el primer proceso de edición en Schott-Music; todavía tiene que vencer este período de la pandemia para salir a la luz, pero será publicado, afirma enfáticamente el historiador.

Me tomó tanto tiempo, porque tenía siempre la esperanza de encontrar algo grande en los nuevos fondos investigados. Luego vinieron una nueva disertación en Viena y otra en Estados Unidos y, a modo de medida correctiva, quería aguardar. Pero no estuvo nada mal esperar; como resultado algunos análisis se han diferenciado más aún, puntualiza Rathkolb.

La única hija de Carl Orff, la actriz Godela Büchtemann-Orff, con la que el compositor se llevaba muy mal, contaba cosas terribles de su padre. "Él realmente no amaba a la gente. Despreciaba a las personas, a menos que pudieran serle útiles", una opinión confirmada por al menos una de sus cuatro esposas.

La tercera de ellas, la escritora Luise Rinser, describiría que durante muchas noches Orff despertaba en medio de sus pesadillas gritando y clamando amargamente. Tras calmarlo, Luise le preguntaba qué era lo que lo había perturbado tanto. He visto al diablo, respondía Orff. Sus restos descansan ahora bajo una lápida y un epitafio, Summus finis (El fin más alto), en la Capilla de los Dolores del monasterio benedictino de Andechs, junto al lago Ammersee, visitado por millares y millares de peregrinos no solo por su valor religioso, cultural e histórico, sino también por sus más que exquisitas variedades de cerveza y su cocina típica bávara. El Orff Festival Andechs Ammersee que se iba a celebrar allí en julio pasado, fue postergado para mediados de 2021.

Notas

1. Michael H. Kater, «Composers of the Nazi Era: Eight Portraits», New York, Oxford University Press, 2000, 414 pages. ISBN 978-0195152869

2. Oliver Rathkolb «Schirach. Eine Generation zwischen Goethe und Hitler», Wien, Molden Verlag:2020, 352 Seiten. ISBN 978-3-222-15058-6

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