España - Madrid
Si queremos tomar palomitas, nos vamos al cine
Germán García Tomás
En nuestra época actual estamos necesitados continuamente de lo visual. Bajo los dictados soberanos de las redes sociales, con Instagram y Tik Tok como principales baluartes del escaparate de lo propio y lo ajeno, la imagen, en movimiento o estática, se erige como acicate y centro de atención de nuestras vidas en el estricto plano cibernético.
Al margen de las artes visuales, algo tan metafísico como la materia musical está demandando cada vez más su complemento con un objeto visual, como justificando el argumento de que el poder de una imagen vale más que mil palabras. O que mil sonidos, en este caso. Es innegable la asociación mental entre un conjunto de sonidos y las imágenes. La música, aunque invisible e incorpórea, ha evocado, evoca y evocará continuamente imágenes visibles a los ojos, ya sea de manera explícita o implícita.
Porque la música en sí es, desde antiguo, en esencia descriptiva, es pura imagen, reflejo de lo visual. Bach describe con realismo la flagelación de Jesucristo en su Pasión según San Mateo. Sin hablar de su música pianística, consecuencia de la estela dejada por Liszt, Debussy nos deja meridianamente clara la relación, aunque en un nivel mucho más simbólico, titulando una de sus obras más célebres Imágenes para orquesta. ¿Pero es que acaso la música se ve? Podemos apelar a montones de teorías, la
En ese ánimo contemporáneo por reflejar, materializar, verter imágenes por doquier, la disciplina artística se quiere apropiar en cierto sentido de la pureza abstracta de la música para intentarla explicar, para poder introducirse en sus complejos entresijos internos, ahondar en sus inasibles relaciones armónicas y rítmicas. Pero, ¿tiene la polifonía sacra algún tipo de explicación visual?
Parece que a la Agrupación Señor Serrano, liderada por el videocreador
y su ayudante , le inquietaban estas cuestiones, y tomando como conejillo de indias al orillado polifonista catalán del siglo XVII Joan (1618-1680) -diamante en bruto a descubrir por los programadores de conciertos corales-, se ha enfrascado en la disección cual “lección de anatomía” de dos misas de este compositor pleno, que fue monje de la Abadía de Montserrat y dirigió su escolanía.En esta propuesta multidisciplinar de título Extinción, una particular metáfora de la desaparición del ser humano, se aúnan la Missa pro Defunctis y la Missa de Batalla de Cererols, dos preclaros ejemplos, sumamente excelsos, de la asimilación de los estilos italiano y francés en la sobria y adusta herencia polifónica española, llevados al disco por Jordi
Todo el arte es discutible, y aquí las alegorías mostradas en tiempo real mediante la distribución de cámaras de vídeo en diferentes lugares de la escena poseen un poder visual fuera de toda duda, pero la hipnótica y envolvente música de Cererols ve anulado su carácter ceremonial, y sobre todo su profundidad espiritual, con el reflejo prosaico y hasta burdo de ciertas situaciones presentadas, como asociar el Agnus Dei a la prenda de borrego blanco en que se enfunda la performer femenina, también en otro momento repartidora de Glovo. O los desenfrenados bailes con los que ésta convulsiona mientras es regada por una lluvia de palomitas de maíz recién horneadas explotando desde las luces superiores: espasmódica “coreografía” del sincopado Dona nobis pacem de la misa militar en honor de Felipe IV con que eclosiona el espectáculo.
Hay en esta Extinción un componente fuertemente antropológico –y no sólo por el desnudo integral de Marcel Borràs-, pues los textos más narrativos que poéticos que se sobreimpresionan en la pantalla aluden a esa búsqueda del coltán y del alma humana con la simbología asociada a las campañas militares en el Renacimiento español.
Entre cráneo de vaca ensangrentado, tierras removidas y polvo dorado en suspensión, todo manipulado en una terraza a modo de laboratorio de materiales, se mueve un montaje –en este caso nunca mejor traída esta palabra- en el que abundan, aparte de primeros planos de objetos y rostros, planos secuencia en tiempo real -técnica audiovisual muy en boga hoy en día, recientemente la vimos en un lamentable Albéniz revisitado por Paco Azorín, The Magic Opal en el Teatro de la Zarzuela- de los dos performers que interactúan como actores (Grau y Borràs) a su vez haciendo partícipes a tres miembros del coro de una llamativa operación anatómica.
Esta mixtura de performance, videocreación en directo y concierto de música sacra se sustenta por encima de todo en el excelente trabajo desarrollado por las voces del
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