Francia
Demasiados velos
Jesús Aguado
Para empezar, una confesión: detesto los telones transparentes tan en boga últimamente. Sirven para proyectar elementos por delante de la acción que se desarrolle en el escenario, a veces con magníficos resultados, pero establecen una cierta barrera entre los intérpretes y el público, y siempre que me encuentro con uno, estoy deseando que se alce al fin, tras la correspondiente proyección.
Pero en la nueva producción de Salome que presentó ayer el Festival d’Aix, la transparencia está siempre bajada aunque no hay proyecciones, es decir que es un recurso estético que hace que todo lo que se visualiza en la escena resulte un tanto apagado, como visto a través de un velo que difumina ciertas luces y aristas, pero que también provoca una inevitable sensación de alejamiento y desconexión: es como si viéramos la tragedia de Salomé en una vieja película rescatada de algún recóndito archivo. Personalmente, sentí la tentación de arrojarme contra la pantalla cuchillo en mano, pero dudo que mi performance hubiera sido comprendida, y eso que se me ocurren tantas justificaciones para ella como a Andrea Breth, responsable de la producción, para la suya.
La puesta en escena en sí tenía momentos de gran belleza plástica: el arranque es espectacular, con Narraboth y el Paje sobre un paraje rocoso que se va deslizando por el fondo del escenario y los soldados en primer plano, con los contornos difuminados por la ya mencionada pantalla translúcida. Momentos de gran belleza que no conseguían crear un todo unitario: la acción resultaba incoherente no ya con el texto de la ópera, lo que a estas alturas no asusta a nadie, sino consigo misma.
Me explico: la gran escena entre Salome y el Bautista, con el suicidio
de Narraboth incluido, se desarrolla prácticamente a cámara lenta. El Bautista
ha surgido de una especie de gruta a la que Salomé se asoma y en la que se
introduce, y cuando el pobre Narraboth no puede resistirlo más, se quita la
vida, también a cámara lenta, y cae él también a la gruta. En la siguiente
escena estamos en el banquete, y Herodes resbala en la sangre de Narraboth,
que, nadie sabe cómo, ha ido a parar debajo de la mesa. Pero es que, además,
por la misma mesa asoma la cabeza Bautista, que canta desde ahí toda su
intervención, como si le hubieran decapitado antes de que Salome lo exija.
La apoteosis del simbolismo llegó con la danza de los siete velos: por el pasaje en el que se encuentra la gruta de Jochanaan aparecen hasta cuatro Salomés en diferentes actitudes, todas llenas de dramatismo, varios Narraboths, capitanes de la guardia, el propio Bautista e incluso Herodes, que deambula en primer plano con una vela, imagino que intentando (sin suerte) encontrarle el sentido a todo aquello. En fin, una producción bastante fría y arbitraria que recibió una mezcla de abucheos y aplausos.
Vamos con la parte
musical: toda la ópera gira en torno a su protagonista, y si bien Elsa Dreisig fue aplaudida y
braveada, tengo la impresión de que en realidad su voz es demasiado lírica
actualmente para el papel. Está claro que Salome tiene unos cuantos agudos
estratosféricos que hay que ser capaz de dar, pero también necesita una garra
en el centro y en el grave que Dreisig no siempre consiguió encontrar. La
dirección de escena, que la hacía oscilar entre un ser etéreo moviéndose a
cámara lenta y una especie de niña pizpireta y siniestra, no es que la ayudase
mucho tampoco.
El Jochanaan de Gábor Bretz resultó prácticamente gélido: también condenado al estatismo por la dirección de escena, lució vozarrón pero sin grandes matices ni apasionamientos. Muy bien, por el contrario, el Herodes de John Daszak. Pese a algún agudo estentóreo, fue capaz de componer un personaje completo con una hermosa voz bien dirigida, y además pudo actuar, pues parece que Andrea Breth no consideró necesario ordenarle que se estuviera quieto todo el tiempo. Cosa que sí hizo con el pobre Narraboth de Joel Prieto, cuyo papel, a pesar de tener una hermosa voz quedó deslucido al tener que transformarse en estatua durante casi toda su intervención. Angela Denoke está claramente en el ocaso de su carrera, pero fue una estupenda Herodias, papel que demasiadas veces sacrifica la parte vocal por una actuación histriónica. La alemana sigue sabiendo cómo cantar, y fue un placer escucharle.
Bien el resto de comprimarios, destacando tanto en lo
vocal como en lo escénico (probablemente el momento dramáticamente más conseguido
de la obra) el grupo de judíos asistentes al banquete.
Ingo Metzmacher dirigía la Orquesta de París, y empezó, a mi parecer, demasiado titubeante y preciosista. La música de la ópera es hermosísima, pero rezuma sexo y podredumbre por cada semicorchea. No fue hasta la escena de Salome y Jochanaan y el interludio posterior que Metzmacher hizo que aquello sonase a sangre, que es la imagen que siempre me viene a la mente con esta obra. La escena de la danza fue magnífica, pese a la delirante puesta en escena que ya he comentado, y en resumen, orquesta y director cuadraron una muy buena actuación.
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