Discos
Doce sonatas ... ¿de Nin o de Soler?
Maruxa Baliñas
Si bien el disco se anuncia como una docena de Sonatas del Padre Antonio Soler (1729-1783), considero como punto de partida que es necesario empezar a clasificar ya la autoría de estas obras como Soler-Nin, porque lo que hizo Nin excede la simple transcripción de las partituras para entrar ya en el terreno de lo creativo.
No es ese el planteamiento de Sira Hernández o de otros críticos musicales que se han aproximado a este disco, empezando por Joan Vives, quien hizo las notas para la carpeta del disco, y escribe:
Es fácil cerrar los ojos, y mientras se van sucediendo las diversas sonatas, se hace inevitable imaginar el contraste que debía representar escribir esta música en medio de la sobria vida de un monje jerónimo que el Padre Soler llevó durante cerca de 40 años en San Lorenzo de El Escorial.
Sin embargo cuando yo escucho este disco evoco poco al monje jerónimo del siglo XVIII, excepto en lo más importante, o sea, la creatividad, tanto en el aspecto melódico como armónico e incluso formal, la alegría de vivir, el gusto por la variedad e incluso la improvisación, etc. Pero el timbre del instrumento, ornamentación, dinámicas, y en general todo el ropaje exterior de la interpretación es puramente años veinte del siglo pasado. O sea, Sira Hernández está haciendo música históricamente informada, pero no referida al siglo XVIII sino al XX, e incluso al XXI puesto que un intérprete siempre es de su tiempo.
Su estilo no es dieciochesco sino claramente 'impresionista francés' y deudor de los teóricos del piano que publicaron sus tratados de ornamentación en las primeras décadas del siglo XX. Utiliza ampliamente el pedal y con frecuencia se esfuerza más en crear ambientes sonoros que en desarrollar formalmente las Sonatas. El resultado es atractivo aunque quizá algo repetitivo, entre otras cosas porque las Sonatas no se concibieron para tocarlas en largas sucesiones sino en grupos de dos o tres, incluso individualmente. Aunque Nin las haya agrupado creando contrastes entre ellas y Hernández se haya ocupado de reforzar este contraste, algunas como la Sonata 11 (y en menor medida la nº 8) son repetitivas en sí mismas. Preciosa en cambio la nº 12, que Hernández plantea con sobriedad y dejando que la música 'cante'. En las Sonatas nº 3 y nº 9 quizá se echa de menos un jeu perlé al modo mozartiano, mayor ligereza en las cascadas descendentes y mayor variedad dinámica. La Sonata nº 5, una de las más populares de Soler todavía en la actualidad (no es causalidad que las Sonatas de Soler más populares todavía en la actualidad sean las transcritas por Nin) suena con toda la ligereza y ese poquito de rubato o 'picardía' precisos, algo similar a lo que pasa con la Sonata nº 7: las dos -junto con la nº 12- que más me gustaron.
Joaquim Nin
Joaquim Nin y Castellanos (La Habana, 1879-1949) sigue siendo una figura poco estudiada, con la excepción de la tesis doctoral sobre su figura realizada por Liz Mary Díaz Pérez de Alejo (Universidad de Valladolid, 2017), sin publicar. El motivo para su evidente marginación tiene un nombre claro, Anais Nin, su hija, y su relato literario de las relaciones incestuosas con su padre, cuando ya era adulta. Por si eso no fuera suficiente, Nin parece haber sido -como otros muchos artistas e intelectuales de su generación, por otra parte- un protofascista.
En menor medida también existe el problema de su nacionalidad, o más bien adscripción cultural, que oscila entre la cubana (allí nació y murió y cubanas eran su madre y su esposa), la catalana (residió en Barcelona desde que tenía un año y allí realizó sus estudios iniciales, además de ser hijo de un destacado escritor catalán) y la parisina (la ciudad donde más residió y su patria cultural), sin que nadie lo reivindique francamente.
Pero estas circunstancias personales no pueden borrar su posición central en el desarrollo de la música española en París, junto a Viñes, Falla, Granados y tantos otros nombres, y su importancia para el desarrollo de una escuela pianística en La Habana a partir de 1939 (con algunas estancias anteriores).
Su aproximación a la 'música antigua', una cuestión cargada de esencialismo nacionalista en esos años previos a la I Guerra Mundial, y que tenía uno de sus centros neurálgicos en París con Landowska y Cortot (y otro igualmente destacado en Berlín -foco igualmente destacado de nacionalismo 'museístico'- con Busoni y los 'conciertos históricos') se puede enmarcar perfectamente en la estética de la época.
Cuando el editor Max Esching publicó las Seize sonates anciennes d'auteurs espagnols, Nin residía en París donde desarrollaba una intensa actividad como conferenciante y pianista (eran populares en toda Europa estas conferencias musicales donde se combinaba la teoría y la escucha de los ejemplos), y como crítico musical, mientras continuaba su labor como profesor de perfeccionamiento pianístico en la Schola Cantorum. Es en estos años (1923-1928) cuando publica la mayoría de sus transcripciones y 'revisiones' de obras españolas antiguas o tradicionales.
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