Francia
Ópera de ParísBellini, sus tradiciones y sus contra-tradiciones
Francisco Leonarte

Reconozcámoslo, los aficionados a la ópera podemos ser a veces un poco talibanes : «Verdi no se canta así», «Da todas las notas, pero no es Wagner», «No tiene el espíritu mozartiano», «Eso no es el estilo francés»...
No seré yo quien tire la primera piedra, porque quien esto escribe de vez en cuando también hace un mohín de desprecio ante tal o cual interpretación, no porque la voz no tenga brillo, o porque se noten defectos técnicos, sino porque tenemos en la cabeza una serie de interpretaciones que han ido creando una 'tradición', o a veces, al contrario, porque precisamente alguien (de preferencia un musicólogo serio) ha roto la tradición y, basándose en datos históricos, aporta una nueva 'ortodoxia' para tal o cual época, lugar o compositor...
Pues bien, si alguien se lleva la palma en eso de «cómo se tiene que interpretar», ése tal vez sea Bellini. Bellini, quizás más que ningún otro compositor, tiene sus ortodoxias. Cuando de Bellini y de sus famosas melodías se trata, los criterios se vuelven particularmente drásticos. Y hasta contradictorios.
¿Hay que alargarlo al infinito, «añadiendo mermelada al merengue», por citar a un buen amigo mío? ¿Hay que aligerar los tempi? ¿Hay que 'dramatizarlo', rompiendo el encanto de la magia de la melodía bellliniana?
Los intérpretes de Bellini no lo tienen fácil, porque no sólo sus partituras son de endiablada dificultad, sino que encima tienen que lidiar con nuestras respectivas «ideas de cómo ha de sonar Bellini» ...
La orquesta
Speranza Scappucci salió pues a la plaza a dirigir esa hermosísima obra que es Los Capuletos y los Montescos, tal vez el primer gran éxito internacional de Bellini, refrito de varias obras anteriores, destinado a Venecia y sus carnavales.
La orquesta, relativamente reducida para lo que se ve en la sala Bastille (cuatro contrabajos) podía sin embargo ser considerada como grande para un Bellini. He de confesar que servidor, que tanta rabia le tiene a las orquestas avasalladoras, no se sintió molesto en esta ocasión.
Scapucci llevó con brío a la orquesta durante la obertura, privilegiando el dramatismo, la urgencia. Sus tempi no me parecieron excesivamente lentos, salvo en el 'Ah non poss'io partire', escena de la falsa muerte de Julieta ante su padre, en que, justamente, la lentitud de Scapucci, junto a un movimiento actoral un tanto repetitivo -la pobre cantante se pasa varios compases tirada por los suelos, muriéndose sin morirse- pudieron crear una cierta sensación de cansancio en el espectador.
A parte de eso, Scapucci sostuvo a los cantantes, dió brillantez a las escenas de conjunto, y dramatismo a las cabaletti. No hizo virguerías con la orquesta -la orquesta belliniana tampoco es la de Ravel, entendámonos- pero guardó el sentido de cada situación y la unidad de la obra. Y los solistas, trompa, arpa y particularmente clarinete, exhibieron elegancia y emoción.
Las voces
Esperábamos a la deliciosa Julie Fuchs como Julieta en un papel que debe de irle como anillo al dedo, pero Fuchs no tiene suerte con el personaje : la temporada pasada tuvo que anular su participación en el Roméo et Juliette de Gounod en Opera-Comique, y este martes, también enferma, tuvo que ser sustituida por Ruth Iniesta.
Lo de Iniesta es más que meritorio: aprenderse la puesta en escena, adaptarse a compañeros, coro y orquesta habiendo cogido el avión para llegar la mañana misma de la función, y además cumplir con el papel belliniano, es de quitarse el sombrero. Creo que, dadas las circunstancias, no se le puede juzgar por lo que no nos gustó, fruto tal vez de los nervios, del cansancio, de la falta de ensayos, y sólo se puede resaltar lo que sí nos gustó: valentía en el agudo, buen fraseo, musicalidad, implicación escénica.
Le daba la réplica Anna Goryachova, una voz de bonito timbre, bastante ancha -cosa que a veces dificulta la inteligibilidad- sin temor al agudo ni al grave y con buena capacidad de coloratura. Eso sí, si se considera que Bellini ha de cantarse con dulzura y a media voz, la mezza voce no pareció ser el punto fuerte de la Goryachova. Otrosí, en los conjuntos tenía tendencia a economizar la voz. ¿Pero quién no lo haría en esos conjuntos bellinianos en que frecuentemente a las voces solistas 'se las traga' el coro? Y es que, digamoslo a las claras aun a riesgo de enfadar a los bellinistas, Bellini no tenía la maestría donizettiana -que luego Verdi llevará a su cenit- de dar voz a cada personaje en los concertantes.
De Tebaldo se encargaba Francesco Demuro. En su día Demuro empezó como lírico y luego cedió a la tentación de ciertos papeles de Verdi, como el Adorno de Simón Boccanegra. Hoy ha vuelto a los líricos belcantistas, pero la excursión verdiana, quieras que no, le ha pasado factura. Cumple -porque lo cierto es que cumple- pero sin suavidad, sin la dulzura y la aparente facilidad que uno busca en el belcanto. Y si también es verdad que el papel de Tebaldo puede ser tomado con más testosterona que el de Romeo, un poco más de introspección tal vez no hubiese estado de más.
De sobra para sus papeles, Teitgen y su caudalosa voz, y Bączyk que consigue dar cuerpo a su personaje gracias a un buen trabajo actoral.
El coro sonó brillante. Sabiendo que en el final del primer acto se requieren dos coros de hombres y sabiendo que Bastille es grande, buena parte del coro masculino ha sido movilizada para estas funciones. Así, el combate entre las familias, el ambiente de peligro constante, corren a cargo de un coro bien empastado, muy en forma, y resueltamente agresivo en su interpretación, con momentos de emoción.
Un buen trabajo de Carsen
Hay intérpretes que son una garantía de calidad para un espectáculo. Pueden gustar más o menos según los casos, pero se sabe que habrá, como mínino, dignidad. Para mí Carsen está en ese caso.
Su puesta en escena de Capuletti no es de las que abren perspectivas ni añaden nuevas interpretaciones, pero sí es honesta, sirve al drama, no incurre en contrasentidos, mima a los cantantes y va en la misma dirección que la obra: para los tiempos que corren, casi parece un milagro.
Los decorados son grandes paneles de madera que van hasta el techo, creando los distintos espacios, habitación, sala de armas, capilla o mausoleo, dando una impresión de pequeñez de los humanos en espacios tan grandes y tan desolados. Impresión de pequeñez, un punto alla Piranesi que puede convenir al drama de dos enamorados pillados por la trampa de la sociedad, de sus respectivas familias. El individuo frente a las circunstancias adversas.
… Y sobre todo tienen la gran ventaja de cerrar el gran escenario de Bastille, haciendo que el sonido vaya todo a la sala. En una ópera belcantista, se trata de un acierto escénico que no debemos pasar por alto porque buena parte del éxito de la función pudo deberse al buen nivel de escucha propiciado por tales decorados de Michael Levine...
Iluminación sutil e inteligente, potenciando las situaciones musicales. Elegante, como toda la concepción visual y como suele ser costumbre en las producciones de Carsen.
Trajes de época (digamos renacimiento italiano) vistosos y cumplidores, con su simbología (no nueva, pero siempre eficaz) de rojo contra negro para los dos clanes, y blanco para la pobre Julieta.
Excelentes movimientos escénicos tanto de los solistas como corales. Movimientos con sentido, acordes con la música (salvo tal vez el citado momento de la falsa muerte de Julieta, un tanto repetitivo), resueltos con agilidad. Por poner otro pequeño pero, señalemos que el hecho de dejar a Julieta directamente sobre el suelo en la última escena obligó a la Goryachova a bajar continuamente la cabeza. Incómodo. Pero bueno, pecata minuta.
Buena dirección de actores.
¿Entonces ?
¿Bellini o no Bellini ? ¿Ortodoxos o metepatas ?
¿Qué quieren que les diga ? No sabría entrar en el debate. Sé que me emocioné por momentos. Sé que escuché música hermosa. Sé que seguí el drama. Sé que se me hizo corto ... cuando la cosa duraba tres horas con el entreacto. Sé que repetiría muy a gusto y si no lo hago será por 'causas ajenas a mi voluntad'.
El público pareció ser del mismo parecer que yo, porque al final de la representación premió al equipo con aplausos nutridos y sinceros. Sobre todo a la visiblemente emocionada Ruth Iniesta, heroína salvadara de la función.
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