Francia
Schoenberg, Berg y Mahler por San François-Xavier Roth
Francisco Leonarte
Pues miren ustedes, en estos tiempos de
descreímento cada uno se agarra a lo que puede, y servidor de ustedes se agarra
a la Hermosura, y en particular a la Hermosura Musical. Y siguiendo el ejemplo
de los reyes de Inglaterra, que hacen sires a quienes les da la gana, servidor
de ustedes -que no tiene por qué ser menos que los monarcas de la pérfida
Albión- ha decidido hacer Santo a quien hace milagros de hermosura. Y así,
ayer mismo, convocados en junta extraordinaria yo mismo con mi misma persona y
mi misma mismidad, decidimos por unanimidad nombrar santo a San François-Xavier
Roth. Porque lo de ayer no merece menos.
Noche transfigurada
La cosa empezó con la hermosa obra del joven
Schoenberg (compuesta como sexteto de cuerdas en 1899 y estrenada en 1902)
cumbre del post-romanticismo desmelenado: desmelenamiento todo interior, por
supuesto...
Gracias al increíble poder de evocación de San
Roth y sus Siècles, todos seguimos la historia. ¿Que qué
historia? ¿La explicada por Schoenberg del marido y su mujer y la
confesión de la infidelidad de la mujer y el perdón final del marido a partir
del poema de Dehmel? ¿Otra tal vez?
No sé. Creo que cada cual escogió su historia.
Tal vez la suya propia, la de cada espectador.
El caso es que seguíamos las peripecias con
ansias mientras las cuerdas nos las contaban con pasión: porque San Roth
transmite su pasión, y uno tiene la sensación de que cada instrumentista está
poniendo sus tripas en la partitura como si nos desvelase sus más profundos
secretos. En particular, el solo de violín con pizzicati de violas me pareció
un momento mágico, para el recuerdo.
Cuando en la partitura ya no había más notas,
San Roth dejó de marcar los tempi y las entradas, los instrumentistas dejaron
de tocar, y todos gozamos del silencio que prolongaba tanta belleza.
Y así estuvimos doce largos y hermosos segundos... Y luego prorrumpimos en aplausos y vítores, porque la cosa no era para menos. Y durante la pequeña pausa antes de la obra siguiente, todavía escuchaba a mis vecinos, enfervorecidos como yo, hablar del sutil equilibrio entre los cuerpos de la cuerda, y de cómo, siendo el tempo inusitadamente lento, nunca había decaído el interés, y de las sonoridades de la cuerda ...
Siete canciones de juventud de Berg
El programa, centrado en la Viena del 1900,
seguía con otra obra de juventud, los Siete lieder de juventud de Alban
Berg, discípulo de Schoenberg, compuestos entre 1905 y 1908 y orquestados en
1928. Miniaturas de post-romanticismo
No sé si Patricia Petitbon es la voz más
adecuada para estos lieder. Soprano lírico-ligera que ha ido ganando cuerpo
hasta estrenar, este verano pasado, la Salomé de Strauss (¡!), al parecer
con buenos resultados. Sea como fuere, en esta ocasión su voz carecía de brillo
en los graves -que Roth intentaba no cubrir-, sin volumen suficiente en
general, salvo cuando soltaba en algunas notas de la zona media-alta un chorro
de voz que venía a parecer incongruente con el resto...
Lejos de la delicadeza con que la orquesta
trataba sus particellas, la cantante me dió la impresión de una lírica
intentando cantar como una dramática. Me quedé con la sensación de haber escuchado
más los esfuerzos de Petitbon que los lieder de Berg...
La ejecución fue seguida de aplausos largos pero no entusiastas.
Y luego vino la Titán
Venía a terminar el concierto la Primera sinfonía de Mahler, de sobrenombre Titán. Bosquejada desde 1884, compuesta en 1888, retocada en 1897 y 1903, la obra de Mahler, compositor que Schoenberg y Berg admiraban, tenía todo su sentido en el programa.
Vaya por delante que el sonido de Les Siècles
no es necesariamente bonito. Es verdadero y expresivo, bonito o no según los
momentos. San Roth la dirige atento a cada entrada, con la expresividad de los
apasionados, bailando por momentos como el Fred Astaire del podio, atacando a
las cuerdas en otro momento con gesto de espadachín (pensaba que le iba a sacar
un ojo al concertino), resaltando por ejemplo los detalles de las arpas,
imprimiendo carácter a tal momento de vals...
No escuchamos en esta versión los habituales cambios bruscos que asociamos con Mahler, al contrario, las transiciones están trabajadas con esmero - y justamente ahí es donde descubrimos al Mahler más innovador, al que anticipa sonoridades ...
Y hablábamos antes del poder de evocación de
San Roth al frente de sus Siècles.
En efecto. No sólo el largo amanecer con que
se abre la sinfonía es realmente un amanecer, una suerte de gran crescendo
perfectamente dominado, con esos primeros sonidos de la mañana hasta que el
mundo se pone en marcha y entonces vemos (sí, las vemos) las praderas y las
rientes colinas austriacas; es que también vemos a gente bailar en el vals del
segundo movimiento (con dejes auténticamente campesinos), y descubrimos con
asombro que el Caballero de la rosa de Richard Strauss ya está por ahí.
Pero cuando llega el tercer movimiento -ay,
ese tercer movimiento por San Roth y los Siècles, atacado todo en piano- cuando
llega el tercer movimiento, nos metemos de hoz y coz en la cabeza de Mahler, y
allí todo se encadena, sus recuerdos de infancia, las lecciones de música y las
de francés (maravilloso inicio con el Frère Jacques atacado con el
timbal en pianissimo) y la música de la calle, y la música que divertía a sus
mayores, y el cariño con que se arropaba al pequeño Gustav Mahler ; y uno
se da cuenta de que todo tiene sentido en la partitura, que una referencia
lleva a la otra de forma completamente natural, que todas la melodías tienen
sus secretas correspondencias ...
Después de los tres primeros risueños
movimientos, llega el agitato con que comienza el cuarto, con todas las
angustias que asaltan al compositor, y las cuerdas, frenéticas, cobran una
intensidad que San Roth se había guardado de exhibir antes, de suerte que las
angustias asaltan también al público.
Eso sí, como San Roth todavía no había usado
el fortissimo, cuando éste llega, triunfal, aquello se convierte en una verdadera
explosión sonora. Y cuando las trompas se levantan, uno ya se echa a llorar
como un imbécil (como el imbécil que soy).
Al acabar el público explota y el teatro se
viene abajo.
A modo de bis, la orquesta toca el cumpleaños feliz a San Roth. Jamás he escuchado un cumpleaños feliz tan sincero ni tan hermoso.
Si el director no se hubiese ido, pidiéndole a
sus instrumentistas que se vayan también, todavía estamos allí aplaudiendo. En fín...
Y hasta aquí la crónica del último milagro de San François-Xavier Roth con su orquesta de Les siglos de los Siglos. Amén.
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