Francia
Forza del Destino: notable en París
Francisco Leonarte
A los directores de escena les piden que
tengan ‘ideitas’, si no, no son respetados ni en la profesión ni por la crítica
especializada. Poner en escena sin más, interesándose por lo que sucede según
el libreto y en concordancia con la música, no se le pasa por la cabeza a
nadie, y si algún/a director de escena lo intentase, ninguna casa de ópera le
volvería a llamar. Es como si a los directores de orquesta les pidieran que
cada vez hagan algo que los distinga de los otros: ¡Qué sé yo !
Introducir muchos calderones espúreos, o acelerar siempre cuando no toca, o
meter siempre un banjo en las orquestaciones, o sonorizar la orquesta (hay en
efecto un director musical que lo hace)... Así, hasta el más tonto podría
decir : "Ah sí, dirigía fulanito, con sus maravillosos toques
de guitarra eléctrica por todas partes". Pues con la dirección de escena
pasa un poco eso. Es una forma como otra cualquiera de crear un star-system de
directores de escena.
Por supuesto, como no se trata de talento sino
más bien de estar ‘en la onda’, ‘en el aire del tiempo’ como dicen los
franceses, la mayoría de los directores de escena se copian unos a otros para
estar seguros de ‘estar in’. Y todo va por generaciones. Así como ahora lo que ‘se
estila’ entre directores de escena es poner vídeo (hasta con calzador) y
escribir cosas en el escenario, añadiendo mucho sexo gratuito y si es posible
un poco ‘gore’, Auvray pertenecía a una generación en que lo que ‘molaba’ era
transponer al siglo XIX porque era la época de composición de las obras.
De suerte que su puesta en escena de La forza del destino (producción de la casa con más de diez años a sus espaldas) no sucede en el siglo XVII ó XVIII (‘¡menuda tontería, ésa es la época indicada por los autores, no tiene sentido ambientarlo en esa época!’) sino durante el siglo XIX, y más concretamente durante las guerras de unificación de Italia, lo que permite al director de escena hacer una alusión bastante tontorrona (por perfectamente gratuita) al famoso "Viva V.E.R.D.I." que escribían los insurrectos italianos refiriéndose a "Vittorio Emmanuelle Re d'Italia".
En fin, aparte de esas coqueterías superfluas
de director de escena, se sigue bastante bien lo que sucede en el escenario (y
ya con eso el público se da con un canto en los dientes). Diría incluso que en
esta reposición se sigue mejor, con más naturalidad, el argumento. Mérito sin
duda de Stephen Taylor , encargado de dar nueva vida a la antigua puesta en
escena que vimos en su día (con Marcelo Alvarez, Violeta Urmana y Kwanchoul
Youn entre otros).
No, lo único que de verdad reprochamos a esta producción son sus espacios completamente abiertos, dejando que la voz se pierda. Cierto, Pirozzi y sobre todo Tézier tienen voces muy importantes, pero para Alaimo o Thomas, girarse hacia sus compañeros y dejar de cantar hacia el público se hacía complicado porque justamente dejábamos de oírlos.
Hablábamos también el otro día de diferencia
entre intérpretes que se creen artistas e intépretes que se consideran
artesanos. En la versión de hace algunos años, dirigía Philippe Jordan, típico
director que, por creerse artista, busca ante todo que su orquesta brille
aunque ello suponga aplastar a los cantantes. No fue el caso de Jader
Bignamini. Si bien pudo parecer que su orquesta sonaba demasiado fuerte en el
primer cuadro (y en efecto, en el foso había seis contrabajos), si bien la
obertura sonó bien pero no ‘especial’, Bignamini se fue adaptando a los
volúmenes y a las necesidades de los cantantes y de las situaciones teatrales.
Considero que en buena parte el éxito de los solistas se debe al mimo y a la inteligencia con que el director los trató, escogiendo los tempi que se adaptaran a sus voces, creando las atmósferas sonoras necesarias a sus arias de lucimiento (notables la introducción a ‘La vita è inferno al infelice’, con una magnífica intervención de la clarinetista, o la llegada al monasterio de Leonora, por ejemplo). Supo también dar brillo y brío al famoso cuadro de la guerra, con todos sus pequeños incidentes y miserias (tan meyerbeeriano en su concepción), y con el famoso 'Rataplán' (tan directamente inspirado en Los Hugonotes...). Y emoción sin alharacas en el hermosísimo finale. Ejemplo pues, su dirección de orquesta, de buen hacer, de auténtica concertación. De hecho, al terminar la representación, Bignamini recibió los aplausos de los propios maestros de la orquesta.
Anna Pirozzi ha tenido una evolución similar a la de otras sopranos dramáticas como Ghena Dimitrova, por ejemplo. Empezó cantando mucho Verdi joven, con sus saltos inclementes entre graves gravísimos y agudos agudísimos a plena voz, y poco a poco va cantando papeles más ‘liricos’ o más agradecidos, del Verdi maduro. Y gracias a eso puede prestarle más atención al timbre, al sonido de su voz, que en efecto suena muy hermosa. Y como además de sus notables cualidades vocales es cantante inteligente, nos dio una preciosa versión de Leonora. A empezar por su sentida ‘Me pellegrina ed orfana’ del primer cuadro. Su ‘Madre pietosa vergine’ tuvo el fervor que requieren la música y el momento, con mucha suavidad: momento entre los más hermosos de la representación. Y su versión del famoso ‘Pace pace’ tuvo mucha emoción. Tal vez en algunos agudos del acto en el monasterio faltase un microtono para estar totalmente perfecta, tal vez el agudo en piano de su última aria no fue todo lo mágico o prolongado que tenemos en mente, pero eso no empañó su muy bonita versión de la sufriente Leonora de Verdi/Piave-Rivas.
Russell Thomas, que servidor de ustedes no había nunca escuchado en directo, es tenor de timbre abaritonado, con poco squillo (sobre todo comparado a sus colegas), pero valiente, muy valiente, con agudos bien resueltos en general. En algún momento temí por su carrera, porque cuando se canta a base de echarle ‘riñones’ el cantante suele pagarlo bastante rápido, pero eso es algo que no debiera importarle al público, al que sólo importa el momento presente. Y por lo que se refiere al presente, no sólo todos los agudos fueron dados y dados con decisión y volumen, sino que además hubo momentos de intensidad merced a un buen fraseo y a una encarnación teatral más que creíble (sospecho también que la labor preparatoria con Bignamini fue importante en ese sentido).
La voz de Tézier es imperial. Su impostación es tal que rebosa de armónicos, con un volumen más que notable. Tal vez haya un puntito de tirantez comparado a hace unos años, pero siempre con naturalidad. Como barítono verdiano, no tiene precio. Confieso que el personaje de Don Carlo di Vargas no es de los que más me interesan del repertorio, y nunca le he encontrado la gracia a su aria ‘Urna fatal’, pero sus dúos tienen mucha fuerza y Tézier supo dar toda la intensidad rabiosa que pide la obra. Un lujo.
Ferruccio Furlanetto ha sido un grande. Muy grande. Le recuerdo un magnífico Boris Godunov en versión de concierto con el Orfeón Donostiarra (un concierto ‘para enmarcar’) o un Winterreise emocionante... Conserva su volumen, pero su edad no le permite conservar su antigua homogeneidad ni su hermoso color. Canta y cumple, pero con esfuerzo. Cierto, su personaje puede ser el de un hombre mayor, el muy respetable padre superior de una comunidad monástica, con lo cual la vejez del timbre puede tener su lógica. Pero la música pide un bajo imponente, ‘con autoridad’, y eso no lo tuvimos: en ese sentido la comparación con el recuerdo del pletórico Kwanchoul Youn en el mismo papel hace diez años era odiosa...
Nicola Alaimo, hace unos años, cantaba este mismo papel, y fue una de las gratas sorpresas de aquella producción. Hoy puede que haya perdido algo del fuste vocal del joven cantante, pero ha ganado en guasa, y cada una de sus réplicas nos sacó una sonrisa o una risa. Y de eso se trata. Vimos cómo el Padre guardián un día se convertiría en el viejo Falstaff verdiano... En los saludos fue recibido con regocijo por el público.
Elena Maximova, de voz ancha y no particularmente bonita, cumple con creces con el inclemente papel de Preziosilla. Buenos agudos, buen volumen, buenos graves, buen dominio de las coloraturas, gracia y naturalidad actoral. No se puede pedir más.
Buen Trabucco el de Carlo Bosi, sin exageraciones pero con salero, voz pequeña pero siempre bien timbrada. Buenos en sus pequeños papeles, con presencia actoral y vocal, la Curra apasionada de Julie Pastouraud y el alcalde recto de Mbia.
El coro en buen estado en lo que se refiere a empaste, a volumen y a color. Y de nuevo problemático en lo que se refiere a inteligibilidad. Pero bueno, ya sabemos que en ese sentido el Coro de la Ópera de París parece no tener arreglo. Notable en cualquier caso cuando sonó por pequeños grupos en el famoso cuadro de la guerra.
En fin, con sus altos y sus bajos, una bonita representación de una de las más bonitas partituras del repertorio, en general con la emoción que piden la obra teatral original y la música de Verdi. De hecho, el público llenaba la sala, y sus toses, típicas de estos meses de frescura y constipados, fueron menguando hasta casi desaparecer al final de la representación. Con que, que haya habido alguna cosilla un poco tontita o menos ‘brillante’ que en los DVDs y en los discos (con su retahíla de versiones en estudio o de grabaciones en vivo memorables) no es en absoluto motivo suficiente para quejarnos. ¿No les parece ?
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