Francia
Nadia Boulanger tomo 2: con Berstein, Ibert, Gershwin y de nuevo Fauré
Francisco Leonarte

Segundo de los muy interesantes conciertos que
la Maison de la Radio en colaboración con el Palazzetto Bru-Zane dedica a la
compositora y eminente pedagoga Nadia Boulanger ("Mademoiselle",
como se le llamaba en los círculos musicales, donde era tán respetada, y a
veces tan temida ...), excusa para descubrir o redescubrir obras suyas, de sus
amigos y de sus alumnos.
Para abrir boca, una Sonata para clarinete
y piano de Leonard Berstein, obra de juventud que comienza con motivos muy
cercanos a la escuela francesa de entreguerras, pero en la que ya se vislumbra
lo que luego se identificará como el espíritu Berstein: influencias jazz,
melodías cantantes y pegadizas, tintes lejanos y amabilizados de Stravinsky.
Nathalia Milstein le da suavidad al piano, Jerôme Voisin, contundencia al
clarinete que por momentos 'swinguea' y hasta pega algún chillidito
en el más puro estilo del jazz de los años treinta y cuarenta.
Seguimos con el preludio de la ópera Pénélope
de Gabriel Fauré (autor que fue profesor de Nadia Boulanger y que está presente
en cuatro de los cinco conciertos dedicados a la compositora ...) He de
confesar que, a pesar de mi admiración por la obra en general de Fauré, Pénélope
me parece de lo menos interesante de su catálogo. Como si el compositor se
hubiera dejado absorber por la magnitud del mito y por el modelo wagneriano. Y
en efecto, este preludio está pegadito pegadito al modelo del Parsifal
de Wagner, tanto por la naturaleza de sus motivos como por la forma de
exponerlos. La orquesta, muy obediente, toca como un conjunto de niños buenos,
y no parece que Anna Rakitina pueda ni quiera salir del marasmo tranquilo de la
partitura de Fauré ...
Poco tiene que ver con ese preludio la obra
que le sigue. La curiosa Fantasía para piano de Nadia Boulanger: armónicamente
está lejos de las partituras más audaces de la época, pero no se puede decir
que la obra -aun siendo obra de juventud- esté exenta de toda originalidad. De
hecho, tenemos la sensación de estar ante uno de esos edificios del 1910/20 de
los llamados eclécticos, con elementos de varios estilos que forman un
todo. Y en efecto, parece que se escuche por aquí a Rachmaninov, por allá a
Rimsky-Korsakov, sin dejar la escuela francesa; y el todo, por su diversidad de
atmósferas y su variedad de efectos, tiene al final algo de música de película 'avant la lettre'.
Así se entiende que la compositora de una obra tan abierta haya sido también la pedagoga capaz de comprender a cada alumno sin buscar imponerle una verdad absoluta. Lo que explica a su vez la enorme diversidad de orientaciones y estilos de los creadores que siguieron sus enseñanzas: de los vanguardistas Pierre Henry (pionero de la electroacústica) o Walter Piston (estadounidense en la estela de Schoenberg), a compositores de músicas más cercanas a lo popular como Michel Legrand (autor de célebres películas musicales) o Quincy Jones (que partiendo del jazz con Dizzie Gillespie llegó a colaborar con Michael Jackson) ...
Nathalia Milstein agradece los aplausos del
público con un bis, la Improvisación en do sostenido menor op 84 nº5, de
las Ocho piezas breves, de Fauré (infinitamente más interesante que el
preludio de Pénélope) obra sencilla y suave, en que los dedos de la
intérprete se vuelven plumas, extrayendo del piano un sonido aterciopelado y
sutil.
Volviendo al programa, después del entreacto,
la obra de otro de sus alumnos, Jacques Ibert, a menudo ha sido calificada
también como "ecléctica". Cercano al espíritu del famoso Grupo de
los Seis, al que sin embargo nunca perteneció, Ibert supo crear obras
llamativas y a menudo regocijantes, como el famoso Divertimento. Sin
embargo, tal vez por no haber formado nunca parte de un movimiento concreto o
de una cofradía, Ibert no es programado con frecuencia. Y es lástima, porque
esta Suite sinfónica Paris, por ejemplo, es deliciosa. Junto a
fragmentos irresistiblemente sabrosos (Restaurant au Bois de Boulogne; Parade
foraine) contiene momentos (Métro; Faubourgs) de un Ibert creador
de atmósferas que nada tiene que envidiar a los más audaces compositores de su
generación, con búsqueda original de sonoridades: eso sí, con carácter
evocador o programático, puesto que el material proviene de la música de escena
creada para la obra de teatro Donogoo-Tonka de Jules Romains, escritor
más que apreciable que por desgracia tampoco está de moda hoy en día ... Es la
ocasión para que se luzcan los magníficos solistas de la Filarmónica de Radio
Francia, especialmente las percusiones y los vientos. Uno se pregunta si podría
haber habido más sentido del humor en la dirección de Rakitina. Difícil de
decir, porque la partitura misma y los maestros ya ponen su parte considerable
de humor...
Y es que Anna Rakitina desconcierta al
principio por su cuerpo menudo y su aspecto de niña pizpireta. Acostumbrados a
la contundencia de ciertos directores de orquesta, imitados a menudo por las
directoras que por fortuna suben cada vez con más frecuencia al podio, los
gestos de Rakitina pueden desconcertar vistos desde la butaca, porque nunca son
bruscos. Son, eso sí, amplios y claros. Y uno acaba por entender que hay ahí
dentro bastante más energía de lo que parece. E inteligencia. Rakitina sabe lo
que quiere pedirle a la orquesta.
Y lo demuestra en la obra más conocida del
programa, la famosa Un americano en París, de Gershwin. Rakitina lleva a
la orquesta a buena velocidad, pero sin apresurarse. Los instrumentistas están
atentos y disfrutan, desde el violín solista (Nathan Mierdl) al tuba, pasando
por los regocijados metales y los percusionistas que se lo pasan bomba (el
xilofonista corre que se las pela); el público escucha todas las líneas
melódicas que a menudo se superponen; hay ritmo, hay emoción; Rakitina (que en
este caso toca de memoria) guarda siempre contacto visual con los profesores,
siempre marcando con sus amplios movimientos...
Termina el concierto con un público
entusiasta. Rakitina quiere que la orquesta salude, pero los maestros le
aplauden a ella. Y sólo después de que Rakitina haya recibido el aplauso del
público y de la orquesta, se levantan los profesores a saludar.
Y nos vamos todos a casa (o a seguir la fiesta, porque es sábado) con una sonrisa de oreja a oreja.
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