Francia
Aquel vecino tan raro, el tal Peter Grimes
Francisco Leonarte
La ópera es teatro musical y música teatral. Eso es perogrullo. Y cuando se hace buen teatro y buena música, y uno y otra van a la par, aquello es Gloria.
Pues tal es el caso del Peter Grimes
que se está pudiendo ver en Garnier estos días.
¿Qué es buen teatro? Pues ese que emociona. En particular cuando logra que el público se identifique con los personajes. Y para identificarse con un personaje, primero hay que creérselo.
De ahí las
famosas actualizaciones que sin embargo parte del público rechaza frontalmente.
La actualización bien hecha (no la actualización que es mero soporte de los
delirios y sed de escandalitos del director de escena) permite comprender mejor
lo que vemos y escuchamos porque lo asimilamos a nuestra propia realidad.
Y a fin de cuentas, al comprender a todos y
cada uno de los pobladores, uno se da cuenta de que nadie es malo -ni bueno- y
que el drama no surge porque haya dos bandos, sino porque cada uno se
busca la vida: Grimes intenta salir de su marginalidad ganando dinero de la
única forma que sabe (pescando y explotando brutalmente a sus aprendices), la
vieja cotilla no tiene muchas más cosas que hacer, el exaltado metodista está
tan loco como cualquier otro -y tan falto de sexo como cualquier otro-...
porque la miseria sexual y el alcohol hacen estragos en una comunidad donde el
qué-dirán es fundamental. Y una caza de brujas resulta ser pues una
distracción legítima, un deber incluso al que todo el mundo se apunta con
regocijo bestial y mal disimulado...
De hecho, en nuestros tiempos, parece que Peter
Grimes, en la versión de Warner, cobra especial interés, aunque ahora
nuestras cazas de brujas se hagan vía las redes sociales y otros avances
cibernéticos...
Una obra coral
Es esta una obra cercana en su concepción al Boris
Godunov de Mussorgsky, por ejemplo: un solista rodeado de personajes. Un
solista y el coro. Faltando a una de las reglas de éxito de la ópera (y del
cine, de hecho), no hay dúo de amor. Eso sí, como en el Boris Godunov,
todos y cada uno de los personajes que acompañan al solista reciben un
tratamiento diferenciado en la partitura. Y el pasado 4 de febrero fueron
dibujados con primor por los distintos intérpretes
Como Peter Grimes, el hombre solo frente a la
masa hostil, Allan se vuelca en su personaje. Vocalmente más en la
línea de que de , de voz ancha pero bien manejada, dada la
intensidad de su encarnación uno acaba fijándose menos en su técnica vocal que
en la fuerza de su expresión. Sobresaliente.
El aspecto de Maria como Ellen Orford recuerda en efecto al de muchas mujeres de treinta o cuarenta años cargadas de humanismo y de buenas intenciones -no en balde es maestra- del pueblo. Voz bonita -a la inglesa- falta tal vez de volumen por momentos en comparación con el resto del trío protagonista.
O tal vez al director de orquesta (Alesander
Soddy) le faltara sutileza para mimar algo más a la soprano, sobre todo en la
escena -crucial- con el nuevo aprendiz en que descubre que este también es
maltratado por Peter Grimes. Porque
Simon
Y todos y cada uno de los comprimarios
(esenciales en la obra) se dan a sus respectivos papeles con igual entusiasmo y
generosidad, destacando tal vez la noble voz del experimentado Clive Bailey
como Swallow, o la hermosa voz de contralto de la divertida entrometida Mrs
Sedley.
El coro, en muy buena forma, se llevó por supuesto
el gato al agua (si el coro no es bueno, no tiene sentido montar Peter
Grimes). De nuevo la palabra es entusiasmo. Entrega. Creando, merced
también a la puesta en escena, escenas que van de lo gracioso a lo
escalofriante. Y a lo poético, como en ese final, en que nada ha ocurrido,
porque nunca ocurre nada en un pueblo, ¿verdad ?
Para salir con el corazón encogido y los pelos de punta. Y el alma lavada.
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