Francia
Ópera de ParísPretencioso en vez de inteligente: Hamlet en París
Francisco Leonarte
Es increíble la capacidad que tienen ciertas
casas de ópera para meter la pata. Y lo hacen con un empeño y una obcecación
que podrían parecerme admirables si no me reventasen tanto. Puede que la palma
se la lleve la Ópera de París, que parece quererse mostrar más torpe cuanto
mayor es el empeño.
¿Obra maestra del repertorio francés?
¿Producción que ha de ser sonada para que el título vuelva al repertorio con
todos los honores internacionales? No se preocupen ustedes, la Ópera de París
tiene la formula mágica para que todo el público considere que la obra es una
birria y que nunca más se vuelva a presentar en esta casa.
Ya pasó con Los hugonotes, en que
además de una puesta en escena tontorrona los cantantes eran en su mayoría
perfectamente incadecuados. Y el público salió con la inevitable sensación de
que aquello era un truño de los gordos (¡a pesar de la maravillosa genialidad
de la partitura de Meyerbeer!).
Había pasado antes con otra obra sensacional La
juive, merced a una puesta en escena perfectamente insulsa y sin emoción y
un cantante principal en declive. Y aquello terminó por pasar sin pena ni
gloria (eso sí, de Mortier dijeron que era muy osado por haber programado un
título que ya había programdo la Ópera de Viena y que empezaba a volver a
ponerse de moda...)
De hecho ni una ni otra se han vuelto a programar ...
Pero la Casa no aprende.
Le tocaba el turno a un operón, Hamlet,
de Ambroise Thomas. Hamlet ha tenido mejor suerte en París que La
juive o que Les Huguenots, porque la Opéra-Comique (que es casa que
sí sabe hacer bien las cosas) hace unos cinco años lo programó con una
distribución espléndida (Stéphane Degout no tiene nada que envidiarle a ningún
cantante sobre la tierra, y Sabine Devielhe reúne técnica, inteligencia,
encanto y sentido teatral) con una puesta en escena muy inteligente de Cyril Teste
que utilizaba las modernas tendencias de la puesta en escena (vídeo,
actualización, etc) a favor de la emoción y siempre al servicio de la obra
teatral y musical.
El éxito de Hamlet en Opera-Comique fue
arrollador, y la temporada pasada, sin ir más lejos, volvió a ser programada en
el mismo teatro con igual o mayor éxito. Y todos volvimos a salir de allí más
que emocionados después de haber vibrado y llorado como magdalenas...
Pues bien, la Ópera de París (distinta, como
ven, de la Opéra-Comique aunque ambas tengan sede en París) hace unos meses
anunció a bombo y platillo que «por fin Hamlet volvía a la Ópera de París»
(después, eso sí , de innumerables producciones como decimos en París mismo,
pero también en Barcelona, en el Met, en Bruselas, etc etc. Es decir, que de acto
de valor, poquito o nada).
Bueno, no va a ser servidor quien se queje de
que una obra maestra vuelva a ser representada (aunque tarde) en la casa para
la cual fue concebida. Pero desués de tantas estupendas producciones, hubiera
sido la ocasión para que la Ópera de París demostrase su poderío con una
producción sin cortes y tirando la casa por la ventana.
Llama entonces la Gran Tienda (como llamaban
Verdi y sus contemporáneos a la Ópera de París) a la soprano coloratura más de
moda (magnífica Lisette Oropesa que ya les había salvado de la mediocridad más
absoluta en Los hugonotes mencionados) y al barítono más conocido del
actual panorma francés, el internacional Ludovic Tézier. Un director
relativamente joven y otros intérpretes menos conocidos pero que pueden ser
solventes. Bien. Musicalmente la cosa presenta bien.
¿Pero a quién llaman para la puesta en escena?
A «Warlikowski Lacagowski», el director de escena mimado de la casa, el que es
considerado un enfant terrible (todavía después de más de veinte años)
de la puesta en escena. ¿Y qué sale de aquello? Pues truño y medio, como no
podía ser menos.
¡Este Warlikowski Lacagowski (lo de Lacagowski
se lo añado yo, no lo puedo evitar) es tan previsible! ¿Le piden que monte Iphigénie
en Tauride? Pues toda la ópera pasa en una residencia de ancianos. ¿Le
piden que monte el Rey Roger? Pues la obra pasa en una residencia de
ancianos. Adivinen ustedes dónde pasa su montaje de Hamlet... Pues la
cosa está entre residencia de ancianos y residencia para enajenados mentales
(cosa que ya teníamos en su Don Carlos, otra metida de pata de la Ópera
de París...).
Como es costumbre en Warlikowski, los
contrasentidos son innumerables, pero ¿quién va a tener razón, el mentecato de
Shakespeare con sus chiquilicuatres de Thomas y Barbier y Carré, o el gran
genio creador, el artista inefable que es Lacagowski ?
Sea cual sea su respuesta, amable persona que
esto lee, sea cual sea la respuesta del público, el director de la Ópera de París
sabe que Warlicagowski es infinitamente superior. Y sin duda por eso
seguirá encomendándole los platos fuertes de la temporada. A él y a los demás
de su calaña.
Porque si no, yo no lo entiendo. Llamo a un
fontanero. El fontanero me dice que lo ha resuelto todo, pero por culpa de su
instalación los vecinos tienen goteras, la luz no funciona y el suelo chirría.
¿Voy a seguir llamando al miso fontanero una y otra vez ?
Y eso que ni el público ni la crítica (salvo
la crítica apesebrada y domesticada, claro está) defienden a Lacagowski, Sólo
lo defienden los directores de Casas de Ópera. Y el de París, el primero. En fín.
Pasemos por alto todo lo que induce a
confusión en esta penosa puesta en escena (flash-back de veinte años, familia
de bailarines que pierden a un ser querido, loco que va y viene durante ciertas
arias, gran vídeo del padre-payaso que uno no sabe qué pito toca, que el padre
vaya vestido de payaso blanco, decorado único que acaba por crear hastío y
confusión puesto que todo pasa en un asilo psiquiátrico o geriátrico o los dos,
simpleza en los movimientos corales, que la madre parezca más joven que el hijo
y que la novia a pesar del traje de colegiala japonesa que le endilgan a esta...)
y centrémonos en lo que directamente afecta a los cantantes en esta insalvable
puesta en escena: Espacios completamente abiertos que impiden a los cantantes
matizar sus frases, falta de progresión dramática que impide la evolución
psicológica del personaje (con la consiguiente monotonía en la expresión de
Tézier), pésima dirección de actores (es la primera vez que escuchamos a Tézier
pegarle a las consonantes como en la ópera verista para intentar darle fuerza a
su interpretación, y la pobre Oropesa se pasa sus arias y dúos corriendo de un
lado a otro sin que sepamos por qué), obligar a la pobre Eve-Maud Hubeaux a
fumar cigarrillo tras cigarrillo durante su interpretación (sí, cuando el
director de escena no sabe qué hacer, pide a los cantantes que fumen, y así la
cosa parece más moderna), falta absoluta de magia en la aparición del
espectro...
Bueno, dejemos de hablar de esta puesta en
escena insufrible y vayamos a la música, que es lo que de verdad nos importa.
Dirección musical
Desde los primeros acordes uno siente que hay
un director de orquesta. La forma en que el sonido toma amplitud, los matices
que la orquesta logra dar en apenas unos compases, dejan presagiar que puede
ser una gran representación.
En efecto, a pesar de contar con una orquesta
grande (seis contrabajos, siete violonchelos...) Pierre Dumoussaud al podio
logra que nunca la orquesta avasalle, y deja siempre espacio a las voces. Es
más, la orquesta canta también. Y matiza, y tiene acentos que no habíamos
escuchado en otras ocasiones. Y hay -cuestión fundamental- teatralidad. La
Orquesta de la Ópera de París, como de costumbre, sonido sedoso y firme. Y en
cada pupitre, un maestro.
El coro, contundente. Pero qué lejos queda el
magnífico coro, Les élements, lleno de gracia, que cantó en las
representaciones de Opera-Comique citadas, y que entendía cada una de sus
intervenciones de forma distinta. Aquí, el Coro de la Ópera de París canta
(todo) con un volumen muy impresionante. Sus agudos son todavía mejorables.
Cantantes condicionados por la puesta en
escena
Los comprimarios son buenos. Baliñas, que
espero que haga una buena carrera porque tiene material para ello, parece poco
a poco mejorar la articulación de su francés, pero todavía tiene trabajo por
delante. Aunque, durante el dúo de enterradores (aquí trabajadores de la
morgue) la atención del espectador no se centra ni en su voz ni en la de
Kwasnilowski, ni en la música ni en el texto, sino en una familia de bailarines
que nada tienen que ver con la trama y que descubren que uno de ellos ha
muerto...
Frédéric Caton como Horatio y Julien Henric
como Marcellus cumplen de sobra con sus papeles. Clive Bayley, al que hace poco
le escuchamos un buen Swallow en Peter Grimes, queda aquí deslucido con
su disfraz de viejo payaso, su voz carece de autoridad, faltan los graves y no
impresiona como espectro. Lástima.
Julien Behr como Laertes podría tener alguna
dificultad al ser su voz la de menor calibre de todas, pero Dumoussaud lo mima
como al resto. Tiene el estilo, tiene valor. Cumple también de sobra.
Sobre Teitgen he podido en ocasiones formular
reservas por falta de agudos y de graves, pero parece que va solucionando sus
problemas puntuales con las notas extremas. Eso, unido a una voz amplia y
voluminosa, así como su sentido del personaje (que Warlacagowski no modifica
demasiado, por suerte) le permiten dar sentimiento a su aria, y matices,
resultando uno de los momentos más conmovedores del espectáculo.
Se lleva también el gato al agua Eve-Maud
Hubeaux, cantante relativamente joven que ya teníamos ganas de escuchar en
directo después de haber oído hablar tan requetebién de ella. Y no es para
menos. Voz importante, sentido dramático, frescura del instrumento (aunque esto
podría entrar en contradicción con el personaje mismo de Reina-madre), agudos
valientes (su particella se las trae) ... Cierto, utiliza con profusión la voz
de pecho, pero quien esto escribe nada tiene contra la voz de pecho ... Y da
mucha emoción.
Lisette Oropesa se ha izado por derecho propio
hasta el estrellato de la lírica, y no creo que haya soprano coloratura más
solicitada que ella en estos momentos. Su cantó rozó la perfección: buen
volumen, agudos seguros, voz cristalina, un bonito vibrato que la hace correr,
coloraturas impecables... Sólo que Lacagowski deja toda la escena abierta, y
con eso no hay cantante que se arriesgue a hacer mezzavoce ni filigranas, so
pena de no ser oído al fondo de una sala tan grande como Bastille.
O sea, que Oropesa canta todo y muy bien, pero
se cuida de dar matices. Máxime cuando Lacagowski le hace cantar su primer aria
yendo de un lado a otro y rodeada de figurantes y bailarines que hacen como si
estuviesen locos. En su trío tiene como dirección de actores el subirse al
regazo de Tézier y luego caer al suelo como si le hubiesen dado un tremendísimo
empujón (efecto chusco que se repite tres veces). Y en su gran escena, está
ataviada con deshabillé transparente y peluca y hace como si diera un
espectáculo delante de su padre y sus ex-suegros.
¿Con eso cómo queremos que la pobre Oropesa se
meta en la piel del personaje y de emoción? Así que buen parte del público
salió diciendo que «canta bien, pero no es adecuada a la obra » ... Quien
no es adecuado a la obra es ese pésimo director de escena ... En fin.
Y tres cuartos de lo mismo pasa con Tézier.
¿Cómo quieren ustedes que dibuje la evolución del personaje si cuando empieza
la obra es un señor mayor que está YA en un asilo psiquiátrico ? Así que
Tézier canta con esa impostación imperial que ya le conocemos, pero para dar
mayor intensidad en los momentos de dramatismo (sobre todo el dúo con la madre)
se siente obligado a pegarle a las consonantes como en la ópera verista: lo
nunca visto en un intérprete refinado para un papel que debiera ser todo
sutileza. Una auténtica lástima. Por lo demás, agudos muy sólidos y valientes.
Buen volumen. Y punto. Un desperdicio.
El público
Cuando termina la representación, una lógica
bronca responde a la aparición de Lacagowski. Y ahí, los listillos de turno se
giran hacia los abroncantes pidiendo «respeto a los artistas». Señores, aquí
los artistas son Shakespeare y Thomas, los demás son intérpretes. Y, en el caso
del director de escena, un pésimo intérprete. Dejen ustedes que el público al
menos se manifieste, que es su sempiterno y legítimo derecho. Y si no le gustan
a ustedes las broncas, vayánse ustedes a sus casas a ver la tele, que allí
podrán ustedes hablar con su vecina (porque suelen ser los mismos los que
hablan con el vecino durante la obra pero luego se ponen farrucos si el público
legítimamente protesta).
Si después de ver una tal bazofia, el público no puede ni protestar, qué queda entonces del espectáculo en directo? ¿Qué queda de la ópera?
Comentarios