Reino Unido
¡Helsinki noir!
Agustín Blanco Bazán
Mientras Carreira cachondeaba con los madrileños con una nueva zarzuela, a mi no me quedó mas remedio que acudir al Covent Garden para un sesudo y oscuro drama nórdico de una hora y cuarenta y cinco minutos. Sin intervalo. Stela, una rumana de orfanato y sin familia propia ha tenido la suerte de conseguirse a Tuomas, y…¡ahí los vemos en Helsinki!, celebrando el banquete de boda con sus suegros finlandeses, Patricia y Henrik, pero… ¿que es eso de no tener más que un cura como invitado? ¿Y por qué está tan nerviosa la camarera que les sirve la mesa? Los lectores de Mundo Clásico ya tienen todas las respuestas a estos interrogantes gracias a la exhaustiva reseña de Jesús Aguado sobre el estreno mundial en Aix en Provence publicada el 21 de julio de 2021.
Esta Innocence ha llegado a Londres en la misma producción de Simon Stone y Chloe Ramford con parte del reparto original. Lilian Farahani repite su Stela con claro y penetrante timbre lírico y Markus Nykänen canta con brillante color y asertividad ese Tuomas que hasta el día de su boda ha evitado contar a su prometida que tiene un hermano que en la pubertad asesinó a un grupo de compañeros de su escuela. Con similar convicción y calidez vocal repite Sandrine Piau la humanidad de esa Patricia sobre la cual caerá finalmente la misión de acelerar la inevitable catarsis final descubriendo la verdad a su nuera. En Londres el papel de Henrik, el padre cuya culpabilidad reside haber enseñado tiro al blanco a su hijo asesino fue cantado con convicción por Christopher Purves; y Jenny Carlstedt fue Tereza, la camarera cuya hija Markéta fue una de los asesinados en el incidente colegial ocurrido diez años antes de la boda. Está a su cargo contarlo todo y confrontar al hermano y los padres del infante criminal. El fantasma Markéta volvió a ser interpretado con voz casi blanca y espectralmente modulada por Vilma Jää.
Es difícil imaginar que la complejidad de esta obra pueda ser expresada en una escenografía diferente a la de Simon Stone y Chloe Ramford. Tanto el presente de una boda como la evocación de un pasado que interfiere constantemente con fantasmas y sobrevivientes son albergados en una gigantesca estructura cúbica en constante movimiento giratorio; en ella todos transitan como en una secuencia cinematográfica. La claridad con que Stone logra desarrollar la narrativa es modélica; y similarmente antológica es la sincronización del movimiento con la línea de canto impuesta por Saariaho, clara, semi-recitada a lo Debussy en Pelléas et Melisande, y apoyada en una expresionista mezcla de percusión, solos de vientos y metales, y elusivos ostinatos de celesta y arpa. El uso de frases de fagot y la fantasmagoría de melismas corales emitidos desde fuera de la escena, crean una atmósfera de asfixiante inestabilidad y suspenso: todos son interrogantes hasta el final.
Como se ha querido asociar a esta obra con Wozzeck o Elektra conviene advertir que la línea de canto debussiana de Sprechgesang impide que las frases vocales de Innocence se integren al comentario orquestal como en aquellas dos obras. Aquí mas bien flotan todo el tiempo sobre texturas de prístina claridad. Algunos críticos británicos criticaron una frialdad que encontraron “poco operística”.
Este prejuicio de qué es o no es operístico tiene poco sentido. Porque Innocence tiene la intensidad de un thriller y como en ninguna otra ópera recuerdo haber admirado esa atmósfera de ahogo, represión, ansiedad y finalmente catarsis que, sí, tal vez podrá hacer recordar a Elektra y Wozzeck, pero que en Saariaho adquieren una originalísima reedición siglo XXI. Ello por la forma en que traduce en drama musical una problemática contemporánea, desde el uso de armas de fuego hasta el bulling frente al cual un niño se transforma en asesino.
Todo ello en medio de una burguesía nórdica en busca de un aparente perfeccionismo para ocultar la oscuridad de instintos similares a los que anidan en cualquier sociedad moderna. En todos estos tópicos penetra Saariaho, una vez mas, con contundente sutilidad. Y con esta contundencia logró ese milagro tan raro de integrar al público a un genial psicodrama musical.
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