Suiza
Llorando a moco tendido en Zurich
Francisco Leonarte
Cuando se logra tanta, tanta emoción, a mí me
entra una llorera que no la puedo parar. Ustedes disculpen. Desde el preludio a
la última nota, el equipo de esta producción de Roméo et Juliette dio lo
que realmente buscaban Gounod/Barbier y Carré : emoción, mucha emoción.
Espléndida dirección de orquesta
La Philarmonie de Zurich es una buena orquesta
(o bueno, dos orquestas en una, lo cual no facilita siempre la labor del
director...), de buen sonido y maestros más que competentes. Pero tal vez su
mayor cualidad sea su capacidad de respuesta y de adaptación. Cada gesto del
director tenía efectos inmediatos. Entre los solistas, es justo destacar a las
arpistas, al oboe, o al cuarteto de violonchelistas, con esa preciosa frase
amorosa que vuelve en diversos momentos de la obra.
La dirección de Robert Forés Veses es sin
lugar a dudas uno de los puntales de esta producción: variada (dando a cada
momento el tono justo, abordando toda la paleta de emociones que hacen la
riqueza de esta obra), intensa (el lirismo es la máxima cualidad de Gounod, y
cuando se traduce con tanta hondura, conmueve hasta el tuétano), llena de
inteligencia teatral (el director sabe que es la escena la que manda, y que
cada situación y cada personaje ha de ser abordado de forma distinta, sin
olvidar una especie de suspense teatral y musical -en ese sentido, el
tempo escogido para el finale del tercer acto, «Jour de deuil» es perfecto).
Y lo que es más difícil, todo eso, sin jamás
poner en peligro a los cantantes, antes bien, pendiente constantemente de sus
ataques y de sus cambios de intensidad, «guiando sin imponer, sugiriendo y
acompañando»- que ahí reside buena parte del éxito de una representación y todo
el arte del director de orquesta de ópera.
Atento a cada entrada, particularmente las de
los cantantes -«lo canta todo, no hace falta apuntador» me susurró un amigo-, a
pesar de no ser para nada un divo ni un amante de los aspavientos, la
gestualidad de Forés Veses es un espectáculo en sí, por la variedad de gestos
(a veces con batuta y la mayoría de las veces sin batuta) -variedad que sólo
tiene parangón con la también personalisima forma de dirigir de Thielemann-, y
por la expresividad sincera que emana de su cara y de su cuerpo, como si en él
se encarnara el propio Gounod.
Así, cada preludio, cada frase instrumental,
llegaban al público cargados de emoción.
Cantantes de buenos a buenísimos
Desde un punto de vista vocal, tampoco se puede pedir más. A empezar por el coro de un buen nivel, que había trabajado bastante la inteligibilidad en francés, que tiene expresividad, y que se sobrepuso a la dificultad de estar, durante el primer cuadro, al fondo mismo de un escenario estrecho y profundo por exigencias de la puesta en escena.
En cuanto a los distintos personajes, en
ocasiones fueron encarnados por jóvenes de la propia academia de la Ópera de
Zurich. Pero con el suficiente talento para que no lo notáramos.
Todos los cantantes, incluso en papeles
menores, son dignos de ser citados: el Benvoglio de Maximilian Lawrie, el
Gregorio de Noah Kim, el Paris de Andrew Moore, la Gertrudis de Katia Ledoux,
todas voces que dan ganas de escucharlas en roles más amplios.
Como Capuleto, David Soar hace una encarnación
simpática y sólida, obviando posibles limitaciones puntuales. Por su parte, Yuriy
Hadzetskyy como Mercutio tiene una bonita voz y realiza una buena encarnación a
pesar de quedar un punto corto en los agudos y faltar tal vez un mayor estudio
de la lengua francesa.
Mejor partido de su personaje saca Omer
Kobiljak como Tebaldo, pues además de la intensa identificación con su
personaje, simpático y pendenciero, se le nota muy cómodo con toda su particela
-más en el estilo italiano, es cierto, que en el francés- pero como se trata de
un rol temperamental, el cambio de estilo no molesta. Su muerte en escena tuvo
toda la emoción que pide la obra.
También supo sacarle partido a su personaje
Brent Michael Smith como Fray Lorenzo, exhibiendo una hermosa voz y un buen
fraseo sobre todo en su escena con Julieta, donde la orquesta lo sostuvo con
mimo.
En cuanto a la joven Svetlina Stoyanova, se
llevó el gato al agua con apenas un aria, la de Stephano. Eso sí, ¡qué bien
cantada! No sólo es el cuerpo de la voz, es la ductilidad, con unas agilidades
que suenan tan fáciles como exactas, y la extrema comodidad en graves y en
agudos, que suenan rotundos. Si a eso añadimos la gracia y el encanto,
indispensables para el personaje, pues ya tenemos la clave del éxito de
Svetlina Stoyanova.
Julie Fuchs no cantó Julieta, fue
Julieta. Fue la encarnación misma del personaje de Gounod/Shakespeare. Dejando
de lado algún problema técnico sin duda circunstancial y probablemente debido al ardor con que Fuchs se mete en el papel, su prestación tuvo siempre sentido,
fue siempre absolutamente creíble y emocionante. De principio a fin. Y toda
adolescente podía sin problema ninguno reconocerse en esa joven que se enamora
perdidamente.
¡Y qué decir de Benjamin Bernheim! … o
qué no decir... Este señor es un «moztruo». La naturalidad con que canta, la
perfecta inteligibilidad (con él los francófonos no necesitamos subtítulos), la
maestría en el dominio de la mezzavoce, de las notas de paso (que no se
escuchan nunca como tales), de los agudos de pecho, de cabeza y mixtos, del
pianissimo y del forte, y la inteligencia teatral con que aborda cada uno de
los distintos recursos, son apabullantes. Todo un espectáculo canoro -siempre
mimado por la orquesta, por supuesto, que lo sigue y lo pone en valor- como
sucede con todos los cantantes de esta producción. Un lujo.
Grandeza y miserias de la puesta en escena
Entre los muchos puntos positivos del trabajo
de Ted Huffman como director de escena, sobresale la excelente dirección de
actores. Cuando el nivel actoral general es tan alto, y los personajes tan
creíbles, no puede haber más explicación que la de una muy buena dirección de
actores. Los dos adolescentes que empiezan tonteando hasta enamorarse como
locos, el cura de miras abiertas profundamente preocupado por sus feligreses,
el padre tan preocupado de su estatus social como amante de su hija, el amigo
despreocupado o el primo simpático e irascible: todos están dibujados con
soltura y precisión, como tomados del vivo.
En cuanto a las ideas centrales (porque ya
saben ustedes que una puesta en escena actual, si no tiene ideas «innovadoras»
pasa por tradicionalista y nadie vuelve a llamar al director de escena), Ted
Huffman intenta jugar con el minimalismo: Todo pasa en un único día, en un
único lugar (el salón de baile de casa de los Capuleto), en un escenario que
sólo contiene sillas y que se irá reduciendo a medida que avance la obra hasta
quedar en el mero espacio de la corbata escénica. En sí, las ideas suenan
atractivas pero, por desgracia, no siempre se revelan adecuadas musicalmente
hablando.
En los dos primeros actos, la excesiva
profundidad del escenario vacío dificulta la comunicación entre el director y
los cantantes (sobre todo, como hemos dicho, el coro) y sobre todo crea un
efecto sonoro bastante desagradable de distancia de la voz y de ligera
reverberación.
En cuanto a la idea de que el escenario vaya
menguando hasta el final, el ruido de la pared del fondo que se va acercando es
molesto tanto para espectadores como para los propios cantantes.
Otro lastre de la puesta en escena, esa manía
de tántos directores de escena de no bajar el telón durante los preludios. De
suerte que, mientras del foso salen frases sublimes, en escena vemos acciones
banales de cambio de sillas o de gente que baila o que va o que viene. Lástima,
porque puede rebajar el lirismo de Gounod y mermar así la emoción del conjunto.
Sin contar con que el escenario único puede
generar monotonía, y la monotonía puede generar aburrimiento.
Eso sí, los trajes de fiesta, adecuados y
vistosos. Al menos eso.
Testimonio audiovisual
La cadena de telévisión ARTE tuvo la buena idea de retransmitir en directo y grabar la primera representación de esta producción, pero la pésima toma de sonido a lo que se añade la excesiva profundidad del escenario en toda la primera parte con el efecto de distancia y reverberación antes indicados, constituyen una merma en la calidad de la grabación. A lo que hay que añadir que, según confesión de los propios intérpretes, la primera representación no puede compararse a la tercera o a la de esta matinée.
De hecho el público que asistió a la misma representación que quien esto escribe, se mostró entusiasta. Aunque servidor de ustedes tardó algo en romper a aplaudir: estaba calmando mis últimos sollozos.
Comentarios