Obituario
El reino de Anna Mae Bullock (Tina Tuner, 1939-2023)
José C. Manzano
En esta
sociedad de vértigo, velocidad y cinismo, si desapareces de la actualidad
-aunque te hayas convertido en un mito del mainstream-,
date por muerto. Quizás sea el motivo por el que muchos grandes de
la música popular insisten en prolongar sus carreras: deben ser la fuente de su
eterna (en apariencia) juventud. De hecho, muchos pensaban que Tina Turner
(como pudo ser el caso de Jerry Lee Lewis, Ronnie y Phil Spector, Christine
McVie o Chick Corea, o podría ser el de John Mayall, Tony Bennett o, cáspita,
Neil Young) ya había muerto: en nuestros días, la noticia del fallecimiento de
una artista octogenaria queda amortizada a las pocas fechas, si es que llega al
gran público. Esto genera confusión. Pero la grandeza artística de Anna Mae Bullock, nacida en 1939 a 200 kilómetros de Nashville,
y fallecida en 2023 en la misma ciudad suiza que Carl Gustav Jung, ha suavizado
la crueldad de la indiferencia hacia la pérdida continuada de los pioneros de
la música (especialmente negra) estadounidense.
Desde su inicios como adolescente hasta su retirada de las tablas (en la segunda década del siglo XXI), la voz, los gestos, la presencia de Tina Turner han discurrido durante seis décadas, y su influencia aún perdurará varias más. Su primera época como felina fiera del soul, el funk o el rhythm & blues fue tremenda, una vocalista bárbara (hay que comprar más adjetivos de esa cuadra para describirla) marcada por la rivalidad artística con su pareja Ike Turner, un personaje cuya violencia ha pasado a la historia, hasta el punto de hacerle derrochar todo su capital (moral y profesional) como alucinante descubridor de novedades para el rock&roll, y ello en un tiempo en que la mítica competencia de genialidad entre músicos negros parece ahora inverosímil por comparación. Tina Turner era negra y un portento en el tiempo de los grandes portentos negros, quizás la cima conjunta de la creatividad artística, la trascendencia social y la influencia cultural -junto al jazz y el blues de entreguerras-, en la historia de la música durante el corto siglo XX, es decir, desde el final de la primera gran guerra hasta la caída del Muro.
En los años ochenta Anna Mae Bullock se convirtió definitivamente en Tina Turner, suavizada por la orientación AOR (Adult Oriented Rock, bien sabido) de sus canciones, que comenzaron a sonar como una aleación entre REO Speedwagon, The Pretenders y Bryan Ferry, un volantazo feliz para una industria avariciosa, más cuando la dispersión de la lucha afroamericana en el nuevo contexto político y social aconsejaban explorar nuevos territorios: menos salvajes, más pálidos, más vendedores. La conceptualización operística de sus espectáculos en directo, para estadios y grandes audiencias, cerró el círculo de la transición entre lo silvestre y lo doméstico. Y universalizó a Tina.
A partir del impacto comercial de álbumes como Private Dancer (1984) (con un felino en la portada, un gato negro quizás a modo de pantera para casa), o Foreing affair (1989), la cantante y compositora de Tennessee se convirtió en diva, un concepto idealizado, más impreciso que el de Acid Queen, como tituló su segundo álbum en solitario en 1975. Aquel fue un LP repleto de versiones excelentes, una de las grandes bazas de su carrera: si allí estaban los Stones (Under my thumb, años después de versionar Honky Tonk Woman, grabada con Ike en 1971), sus registros e interpretaciones en vivo de Proud Mary (de John Fogerty, para la Creedence Clearwater Revival) o Let's stay together (de Al Green, que Turner publicó en 1984) reparten méritos entre los autores y la intérprete, siempre a la altura, por no decir que superando, las maravillas de los originales.
Tras nuevas giras y homenajes, el retiro a causa de la salud. Finalmente exiliada en el lujo blanco de la Europa secreta, Anna Mae Bullock murió de muerte natural y, como Tina Turner, deja un legado apabullante, profundamente vinculado a su cuna y educación como mujer, negra y artista. Y como superviviente, pues nadie negro nacido en los años 30 en Norteamérica llevaba el futuro asegurado en el cuerpo. Tuvo probablemente la enorme voluntad, fortuna y talento para convertirse en la música principal que consiguió ser. Y de su elegante forma de presentar a su banda, sus coristas, bailarinas y bailarines, e incluso al último de los técnicos durante los conciertos, pueden sacarse conclusiones, como de su obra integral, para seguir siendo o convertirse en un admirador de la gran Anna Mae Bullock.
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