Italia
De Jerash a Pompeya: Una conmovedora peregrinación musical árabe-europea
Agustín Blanco Bazán

Sin demasiados bombos y platillos
publicitarios, también Riccardo Muti viene incursionando, desde hace 25 años,
en el mundo de interacción cultural inspirado en el Diván del Este y el Oeste ideado por Johann Wolfgang von Goethe. El
formato de Muti son los peregrinajes. El primero tuvo lugar en 1997, cuando con
la orquesta de La Scala fue a dirigir la Eroica
a un Sarajevo destruido por la guerra civil. Después vinieron, entre otras
ciudades, Beirut, Jerusalén, Cairo, Damasco, y también Atenas, Moscú, Kiev,
Teherán y hasta Nairobi, siempre con la integración de músicos y repertorios
locales. Este año los peregrinos estuvieron en las ruinas de Jerash en
Jordania, pero antes llevaron su música al campo de refugiados de Al Za’atari. Y
dos días después los encontré a todos ensayando la repetición del concierto de
Jerash en otras ruinas, las del teatro romano de Pompeya.
Exhaustos pero entusiastas, los artistas
dieron allí concierto final, ya en medio de la primera gran ola de calor
mediterránea. Aún cuando acostumbrados a estos calores, los músicos sirios y jordanos
me confesaron sentir la humedad en sus instrumentos acostumbrados a la sequedad
de su tierra. ¡Pero que alegría estar en Italia, con un Maestro que tan bien sabe combinar esa típica actitud de
distanciamiento y severidad de miradas que le conocemos todos con un
irresistible (y sardónico) sentido del humor! Porque Muti, para ellos un padre
artístico, les exige y al mismo tiempo les relaja con instrucciones siempre
apropiadas a lo que pueden hacer.
Problemas durante el ensayo que incluyeron
cansancio, calor, y la necesidad de ajustes acústicos. Pero en ningún momento se
advirtió irritación en el Maestro, que corrigió con bromas de pocas palabras y comentarios
precisos siempre murmurados con un aire de complicidad. Como parte de este
equipo de recién llegados de Jordania estaba Cristina Mazzavillani Muti, no
sólo presidenta honoraria del Festival de Ravena sino una experta conocedora de
acústicas en lugares difíciles como suelen serlo este tipo de monumentos
arqueológicos.
¿Era suya la voz que durante el ensayo y
desde las alturas del teatro romano de Pompeya comentó sobre los problemas de
audición peculiares al lugar? No sé, porque en este ejercicio musical sin
alardes de figuración no hubo ni en el ensayo ni en la función discursos de
reconocimiento de ningún tipo. Me tienta decir que todo fue como se hacía
cuando comencé a escuchar conciertos, esto es, con una tranquila parsimonia sin
reconocimientos melodramáticos. ¡Y nada de esos besos y abrazos que a veces se
dan hoy día el director de orquesta y los ejecutantes! Muy “a la antigua” y
desgraciadamente tan poco común hoy día, Muti dio la mano con discreta
cordialidad a cantantes y lideres de cada grupo orquestal y luego de su tercera
salida se despidió del público con un adiós de mano similarmente sobrio.
Fue tal vez este contexto general de
sobriedad el que permitió una concentración musical intensa e introspectiva, extrañamente
diferente a la atmósfera de alegría bufonesca que con irritante frecuencia persiguen
muchos organizadores de conciertos al aire libre. Y las obras elegidas no
hicieron sino aumentar la intensidad de esta invitación a meditar sobre la implacabilidad
del Destino y su paradójico mensaje de esperanza. Porque los principales destinatarios
eran, finalmente, los ciudadanos de la Nación
Inmigrante, esto es, los 281 millones de refugiados que cuando no perecen
en el mar se hacinan en campos como el que Muti acababa de visitar.
Por ello no es de extrañar que la narrativa
del programa haya sido similar a la de Sarajevo de 1997. La Eroica de aquel año fue correspondida en
éste con el desafío musical de Orfeo a las Furias y Espectros que quieren
cerrarle el camino que le llevará a su amada. Y, como en Sarajevo, el final fue
resuelto con la Canción del Destino
de Brahms, que a la felicidad dionisíaca de los dioses contrasta el sufrimiento
terreno con los implacables versos de Hölderlin tan aptos hoy como reproche de
los refugiados de la Nación Inmigrante: “Vosotros vagáis en la luz … pero nosotros estamos condenados a no poder descansar en ningún lugar.” Muti abrió
la obra de Brahms inyectando en el adagio inicial una dosis de sensibilidad
sobria y delicadísima. Y el adagio que cierra la obra, esa respuesta sin
palabras a la desesperación del coro en la última estrofa fue desarrollado con
similar implacabilidad, pero con un toque de esperanza y aceptación. ¡Que
unidad y coherencia expresiva tuvo este Brahms! Y sin embargo, confieso que me
costó aplaudir este final que no pude menos que asociar con los centenares de
refugiados muertos días antes en el Mediterráneo.
Excelentes estuvieron en este inicio y cierre
el coro Cremona Antica y la orquesta Monteverdi de italianos y jordanos, con
acompañamiento particularmente nítido y punzante del arpa de Orfeo a cargo de
Agnesa Contadini. Contra las furias luchó con voz cálida y bien proyectada el
contratenor Philippo Mineccia. Pero fue en el centro del programa que se
desarrolló la parte mas novedosa de la velada.
Luego de dirigir a Monica Conesa una soprano
de timbre robusto y buen legato en Casta Diva, Muti dejó la escena a los
jóvenes sirios y jordanos comisionados para este concierto que completaron la
atmósfera de esperanza e incertidumbre del aria de Bellini con tres lieder árabes similarmente rapsódicos y
de excelente calidad. En ellos la Orquesta Cherubini se integró discretamente
al acompañamiento de oud y percusión de panderetas de Saleh Caleb y Elias
Aboud. El primer número fue Los olvidados
a orillas del Éufrates, un excelente dueto de Dima Orsho, una importante soprano y compositora
siria radicada en los Estados Unidos y reconocida por su asociación con
proyectos de Yo Yo Ma y Daniel Barenboim.
Dos sirios, Razek François Bitar, un cantante de extraordinaria capacidad
para modular entre las tesituras de contratenor y barítono y Mirna Kassis una
mezzo de voz radiante lo dieron todo
en este lamento de “un corazón extenuado por un cansancio que no da tregua.”
En el lied siguiente, Cuéntame
de tu país, la soprano jordana Zaid Awad llevó a la audiencia un ejemplo de
música popular compuesta por los célebres hermanos Assi y Mansour Rahabani y en
el último lied antes de Brahms, otro jordano, Ady Naheb cantó al amor de su Aparición fluctuante, con un arreglo
orquestal especialmente compuesto para combinar el estilo arábico de
composición Muwashah con contrapuntos occidentales.
Varios de los artistas me
comentaron sobre las contiendas actuales entre quienes insisten en oponerse a
cualquier recepción de elementos de la música occidental en el contexto de
composición árabe tradicional y los renovadores que a veces se arriesgan a un
ostracismo cultural con sus propuestas contrarias.
El campo de refugiados de Za´atari
Quién no haya visitado un campo de refugiados
no puede hacerse una idea de lo que allí ocurre. “El campo de Za´atari es una
prisión de donde sólo se sale con algún permiso especial o una visa para
emigrar a otro lado” me comentó uno de los músicos jordanos. Y dentro del
campo, la ayuda “humanitaria” no pasa de ser sinónimo de sobrevivencia en
condiciones elementales.
De cualquier manera, allí se trasladó Muti
con un quinteto de vientos de la orquesta Cherubini, el laudista y el percusionista
y los cantantes árabes arriba reseñados. Según testigos presenciales, los
prisioneros, fundamentalmente los niños que por haber nacido en este campo de
once años de existencia no han tenido jamás contacto con el mundo exterior,
recibieron a los visitantes con el asombro y la reticencia características de
este tipo de primeros encuentros entre etnias y culturas diferentes. Debe haber
sido algo parecido a la antítesis de dioses y humanos condenados al destino de
Hölderlin y Brahms.
Pero parece que fueron precisamente los niños
quienes rompieron el fuego con su curiosidad característica; y después se
acercaron las mujeres. Aflojadas las tensiones del asombro en este primer
encuentro de dos mundos diferentes, los visitantes donaron algunos ouds y migwizs;
también prometieron violines y una donación para comprar instrumentos
tradicionales. Me cuentan que Muti participó discretamente en este intercambio
compartiendo impresiones y experiencias como uno mas entre los visitantes.
Epílogo
En un excelente ensayo ilustrativo de esta reprise 2023 de Los caminos de la amistad, el musicólogo Guido Barbieri compara
estas reiteradas visitas de Muti a ciudades en ruinas con los imaginativos
relatos de Marco Polo recopilados por Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Solo que en este caso la simbiosis de
ruinas y música son fuente de un espíritu de reconciliación frente a un destino
que insiste en desafíos nihilistas como el de las Furias frente a Orfeo o en la
indiferencia olímpica estigmatizada por el lied de Brahms. En el 2002 Muti
eligió Ground Zero para su concierto
entre ruinas. Y el año pasado se presentó en el santuario de Lourdes, un lugar donde
el sufrimiento y la esperanza se dan de la mano con particular intensidad.
Es de esperar que el futuro traiga nuevos
lugares donde la memoria de tragedias colectivas se aplaque en una amistad
musical que Riccardo Muti define, muy en su estilo, como “la disciplina del
amor, la dignidad y el respeto.” Digo “muy en su estilo” porque creo que, en el
mundo autoindulgente en que vivimos a pocos se les ocurriría hoy asociar el
amor con la disciplina. Pero ocurre que en esta última Muti cree a rajatabla,
sin autoritarismos, pero con un rigor excluyente de cualquier indulgencia de corrección
política. Sospecho que sólo en estas condiciones se siente cómodo en la sección
musical del Diván de Goethe.
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