Alemania
Las cosas bien hechas. Don Carlo en Frankfurt
Josep Mª. Rota
Por
fin una representación de ópera agradable en un teatro puntero. A David McVicar
y a Caterina Panti Liberovici hay que agradecerles que no desubicaran la ópera
ni en el tiempo ni en el espacio, que no se inventaran personajes ni tramas
paralelas, que no desfiguraran el argumento ni que manipularan el final. Vamos,
lo que se lleva.
No.
Afortunadamente, aquí se dio un Don Carlo come scritto, con unos decorados
austeros pero funcionales de Robert Jones y un vestuario muy atractivo de Brigitte
Reiffenstue. A Joachim Klein hay que agradecerle también la iluminación del
escenario, evitando el láser al uso, las proyecciones avasalladoras o la
oscuridad gratuita.
El
escenario estaba cerrado por los laterales con unas columnas fijas que simulaban
ladrillo blanco. El foro, del mismo ladrillo blanco, se abría y cerraba a
discreción. El escenario practicable contaba con rampas y escaleras con el
mismo diseño y color. Así fue en los cinco actos. Solo en el acto cuarto, una
gran cortina tapaba medio escenario para representar el cuarto de Felipe II. El
mismo elemento móvil que servía ahora de mesa había sido y sería el sepulcro de
Carlos V. Un incensario colgado del telar, a modo de botafumeiro, marcaba el
espacio de Yuste. Finalmente, una gran reja metálica definía el espacio de la
prisión.
Este
decorado resultaba muy agradable visualmente y, además, combinaba perfectamente
con el negro de los Austrias y los demás vestidos. Claro que el espacio único
también tiene sus inconvenientes. Así, el clímax dramático que se produce al
final del acto cuarto, con la intervención del Gran Inquisidor (Vi prostate
innanzi al Re, che Dio protegge! A terra!... Gran Dio, sia gloria a te!) resultó
decepcionante. En lugar de un telón rápido o un oscuro de mutación, la escena
quedó en una semi penumbra y los personajes y figurantes hicieron mutis por el
foro y los laterales de manera lenta.
Don
Carlo es una gran obra. Requiere una plantilla de grandes voces en todas las
cuerdas: soprano, mezzo, tenor, barítono y no solo un primo, también un secondo
y hasta un terzo basso. Aparentemente, la obra podría pasar por
convencional: los primi amorosi, tenor y soprano; él, un defensor de
causas perdidas; ella, abrumada por el destino fatal. Un barítono de confidente
y una mezzo de rival. Finalmente, un bajo para el “barbas”.
Pero
si el protagonista es el personaje que da nombre a la ópera, la figura que surge
y destaca es la del rey, aquel poderoso soberano que domina medio mundo pero
que no puede conseguir el amor ni de su pueblo ni de su esposa ni de su hijo. En
lo musical, Verdi nunca fue tan atrevido desde los tiempos de Rigoletto.
Estamos
hablando de cinco papeles principales, con difíciles arias y concertantes para
cada uno de ellos, más dos bajos y una voz angelical, cuyas intervenciones son
determinantes desde el punto de vista dramático; una nutrida orquesta y un coro
de grandes dimensiones. Aquí Frankfurt hizo gala de lo que es una compañía
estable de cantantes, coro y orquesta.
El
georgiano Otar Jorjikia se presentaba en Frankfurt con uno de sus caballos de
batalla, el papel de Don Carlo. Si la voz de tenore spinto tiene garra, su
mezza voce y su legato son admirables. Incomprensiblemente, el público
le negó el merecido aplauso después de Fointainebleau! Foresta immensa...Io
la vidi.
Sería
difícil encontrar alguna pega a la Elisabetta de Magdalena Hinterdobler. Voz
eminentemente lírica, cantó con una línea impecable, un dominio perfecto de los
reguladores y sin ninguna dificultad a la hora de expresar más dramatismo.
Andreas
Bauer Kanabas fue uno de los grandes triunfadores de la velada. La voz es la de
basso cantabile, grande, poderosa, pero no arisca o áspera, sino suave y
bien proyectada. Como actor, bordó el personaje.
Emanuela
Pascu, debutante en la Ópera de Frankfurt, sustituyó a la prevista Dshamilja
Kaiser en la parte de Éboli. Obtuvo el primer aplauso de la velada después de
la “canción sarracena”, cuyas agilidades sorteó con alguna que otra dificultad.
En la tremenda O don fatale, se lanzó con bravura sobre los agudos.
Mejor en los fortissimi que en los pianissimi.
Domen
Križaj fue un Rodrigo completísimo en la expresión, el fraseo y la dicción. Su O
Carlo, ascolta... Io morrò ma lieto in core, resultó ciertamente
conmovedora. Simon Lim fue un Inquisidor de enorme presencia vocal y escénica. Thomas
Faulkner mostró una bella voz de bajo en el acto segundo. En ese coup de
théâtre que es la última aparición del emperador Carlos V, su voz sonó
demasiado lejana, dado que cantó entre bastidores.
Por
encima de todos, la labor directorial del reciente GMD de Frankfurt, Thomas
Guggeis. Acompañó siempre a los cantantes, moderando el volumen orquestal, sin
tapar nunca ni ser atronador (la tentación es grande en Don Carlo). La
acción avanzó siempre sin decaimiento, con un resultado global excelente. El
publico aplaudió a rabiar cuando Guggeis salió al escenario e hizo levantar a
la orquesta. Aplausos merecidos desde que cayó el telón. Los aplausos que
merecen las cosas bien hechas.
Nota
bene: la Ópera de
Frankfurt ostenta no uno sino tres galardones de 2022, en las categorías de “Teatro
de ópera”, “Coro” y “Representación”. Este Don Carlo es prueba de ello.
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