Francia
Ole Mussorgski
Francisco Leonarte
Boris Godunov versión primigenia, con sus
defectos y sus virtudes. Entre sus virtudes, la audacia intacta de ,
particularmente en la orquestación, o la coherencia. Entre sus defectos, una
atención particular a los diálogos que por momentos pueden parecer más verbosos,
o menos concisos que en versiones posteriores.
Voces que cumplen
Para Pimen uno espera un bajo profundo.
Lo mismo se puede decir de Varlaam.
Acostumbrados a voces grandes para este personaje, la de Yuri
Shuiski, el personaje sibilino, el más
hipócrita tal vez de todo el repertorio, es Marius
Ayram Hernández, como Grigori (Grishka
Otropiev), el monje que se hará pasar por el asesinado zarevich Dmitri, es todo
un lujo. No sólo es la hermosura de su timbre, es también la facilidad en el
fraseo, la comodidad en la tesitura. Un intérprete habitual del Rodolfo de La
Boheme al servicio de Mussorgski. Y en todo punto creíble. Uno de los
puntos fuertes de la distribución.
El otro es Mikhail
En los otros papeles, voces en general sólidas
y de buen calibre. A destacar Sulkhan Jaiani como Nikitich, de nuevo voz cómoda
y grande que refleja con naturalidad la brutalidad de su personaje.
Puesta en escena
No se puede decir de quien escribe estas
líneas que sea gran fan de
Cierto, Py toma el partido de ilustrar todo lo
que puede y en cuanto puede. Saliéndose de la realidad, si Grigory evoca en la
conversación una «torre que domina Moscú», hace que el cantante se suba a unas
escaleras que simulan un edificio de la era estalinista para desde allí cantar.
Desfilan así trajes y personajes de la historia de Rusia, desde Iván el
Terrible hasta Putin pasando, por supuesto, por Lenin (que Boris lleve el
cráneo rapado no es una mera casualidad). En ese sentido se trata de una puesta
en escena parlanchina que puede llegar a molestar. Pero también tiene el
mérito de incluir imágenes en largos momentos de conversación en que no es
siempre fácil dar movimiento escénico. Y lo hace con cierta coherencia.
Utiliza también decorados móviles que
funcionan bien (algunos son muy vistosos), astutamente diseñados por
Pierre-André
También la utilización de las luces es
inteligente, ya sea integrando los dorados del propio Teatro de los
Campos-Eliseos a catedral y palacios (con el efecto de ampliar notablemente el
espacio escénico), ya sea siguiendo el ritmo de la orquesta en la escena de la
coronación, ya sea creando ambientes, fríos o cálidos según las escenas, o
dando ritmo en determinados momentos .... Trabajo notable.
Los trajes, cuidados y bien cortados, alternan
entre la moda del siglo XVI que corresponde a la época en que se desarrollan
los hechos, y modas de otras épocas que han marcado particularmente la historia
rusa (1900, actualidad ...).
A señalar también una cuidada dirección de
actores en el coro (uno de los coristas, por ejemplo, movía nerviosamente la
mano, como enfermo de Parkinson; todos y todas expresaban la paleta de
reacciones posibles ante cada acontecimiento ...).
Tal vez el trabajo haya sido menos convincente
en lo que se refiere al personaje principal (tirando demasiado hacia la locura
más que hacia el remordimiento, con un maquillaje que rodeaba de rojo sus ojos
desde la primera escena). Pero ahí ya podemos decir que entramos en una simple división
de opiniones interpretativas, no podemos hablar realmente de fallos
de puesta en escena.
¿Y entonces ?
Si uno sale encantado de este Boris es
sobre todo por el coro y la orquesta.
Coro imponente el del Capitole de Toulouse. No
sólo por el volumen -que también- sino también por la buena salud de las voces,
lo bien que están marcadas las distintas cuerdas, la facilidad en los agudos y
la capacidad de expresión, del cansancio a la sorna pasando por el entusiasmo o
la piedad. La aparición de los «hombres de Dios» desde bambalinas, en la
primera escena, es de auténtica emoción. Buena labor de la escolanía Maîtrise
des Hauts-de-Seine.
Pues si estupendos estuvieron los coros, aún
mejor estuvo la orquesta. La calidad de la Orquesta Nacional de Francia es
innegable, pero a veces resulta demasiado invasiva para producciones
operísticas. Andris Pogan sabe controlarla en los momentos de intervención de
los solistas. Sabe sobre todo resaltar los matices de orquestación, las particularidades
sabrosísimas de la escritura de Mussorgski. Cada inflexión orquestal
acompañando a los diálogos es pura delicia, cada intervención solista también
(ah, ese corno inglés que abre el preludio, nos lleva directamente a La
consagración de la primavera de Stravinsky). Alternan lo grandioso y lo
mezquino, lo fiero y lo patético, y la orquesta se convierte en el auténtico
protagonista de la ópera, en Mussorgski mismo comentando cada frase, cada
movimiento. Gracias Mussorgski. Y gracias ONF y Andris Pogan por encarnarlo con
tanta fortuna.
Dos veces he tenido la suerte de asistir a este espectáculo. En las dos ocasiones el Teatro de los Campos Eliseos estaba lleno en un 95% (sólo quedaban libres algunas butacas sin visibilidad). Sin grandes nombres detrás, sin grandes reclamos (salvo tal vez el de Olivier Py, que en Francia tiene mucho tirón). En la segunda ocasión había toda una clase de adolescentes (que se comportaron estupendamente, dicho sea de paso). A veces el público parisino me admira. En el mejor de los sentidos.
Comentarios