Una nueva puesta en escena de Tosca (y con esta van tres en
relativamente poco tiempo) es siempre un acontecimiento, crea expectativas,
hace que la ilusión coja altura y con ello, vistos los anteriores paños,
permite incluso presagiar una aparatosa caída.
Es relativamente sencillo trazar vínculos entre Tosca y el
fascismo italiano del “dopo guerra”, e inspirarse en la vida y destino del
regidor Pier Paolo Pasolini -en los paños de Cavaradossi para la ocasión-, tal
y como hace Kornél Mundruczó, puede sonar también a tópico, sobre todo
si en el argumentario aparece Salò o le 120 giornate di Sodoma (1975),
donde el director italiano sacó a relucir lo peor del estado y la iglesia
italiana en aquellos duros años. Un blanco y en botella en toda regla que por
otra parte, casi contemporáneamente, se daba tal cual en la Tosca de Massimo
Popolizio…
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