Reino Unido
Otra vuelta de tuerca
Agustín Blanco Bazán
¿Cuántas más vueltas es
posible dar a la Tuerca de Britten?
Pues más que a la Tetralogía wagneriana, creo yo, porque la inmensidad
de esta obra única pareciera agigantarse cuanto más hurgamos en la psique del
abuso y la corrupción de cualquier inocencia.
En esta nueva producción
de la ENO, Isabella Bywater reajusta esta tuerca con una propuesta audaz. La
saga de esa gobernanta psicológicamente frágil que trata de salvar a Flora y
Miles (la niña y el niño a su cuidado) de los fantasmas de dos abusadores, no
es representada en el cuadro escénico de Bly, el enorme predio-mansión donde
los párvulos fueron sojuzgados por Ms. Jessel y Peter Quint, dos perversos
tutores muertos cuyas almas siguen poseyendo a sus pequeñas víctimas. A cambio,
Bywater propone una sombría clínica de recuperación mental donde la Gobernanta
alienada comienza incorporándose abruptamente sobre su camastro para contarnos
la razón de su locura.
En lugar del tradicional
ámbito palaciego, las oficinas y los ventanales de la institución terminan
siendo el escenario de sus visiones. Y también el personal que la custodia la confunde a ella con los victimarios. Cuando la gobernanta re-actúa en este
manicomio su decisión de dejar Bly para salvarse ella, un enfermero de bata,
amable pero firmemente le saca de las manos la valijita de prendas personales y
la reconduce a su cama. Porque de este Bly, en este caso el manicomio de la
mente, no se escapa nadie. Solo unas sugestivas proyecciones de bosques y lagos
nos permiten respirar en medio de este encierro.
Con precisión sincronizó
la regie de personas con esta
partitura genialmente construida como una serie de variaciones sobre un leitmotiv que podría ser tan célebre
como el acorde de Tristán, esto es esa secuencia de doce notas entretejidas
como dos escalas completas que van reafirmándose progresivamente a través de
infinitas posibilidades de tonalidad y cromatismo.
Duncan Ward dirigió
magníficamente, con intensidad palpitante pero siempre sobria, este
diferenciado concierto de cuerdas, gong, celesta, vientos, piano y arpa.
También apoyó con seguro balance de dinámicas un excelente elenco de cantantes.
Ailish Tynan proyectó con brillantez de registro sus ansiedades como gobernanta, y Robert Murray fue un Peter Quint capaz de atemorizar con sus contrastes de poéticos melismas y enfática ferocidad en su posesiva obsesión por Miles, interpretado aquí con inquietante combinación de inocencia y malicia por Jerry Louth, una brillante voz blanca capaz de cantar sus famosos “Malo” con glacial e implacable frialdad. Junto la excelente Flora de Victoria Nekhaenko, estos dos niños lograron lo principal, esto es, manipular a los adultos como víctimas y victimarios,
Eleanor Dennis,
actuó con excelente mezcla de dolor y rebelión el fantasma de Ms. Jessel y Alan
Oke fue un prólogo consumado por su talento para convocar a los espectadores a
una atención a la vez concentrada y aprensiva. Excelente también Gweneth Ann
Rand, una Mrs. Grose que supo convencer en su rol de ama de llaves, realmente
una especie de corifeo que solo puede desesperarse sin poder intervenir en una
trama para ella inaccesible.
Si algo puede criticarse a esta producción es que en su propósito de transmitir una sugestiva y profunda atmósfera de alienación confundió a veces al público con idas y venidas de personajes que parecieron perdidos en la maraña mental de la Gobernanta. Pero … ¿no es esto una virtud en el caso de esta obra genialmente ambigua y propensa a validar infinitas alternativas de ficción y realidad? Para esta historia de fantasmas, la producción asimiló los fantasmas a los seres “reales”, logrando con ello que estos últimos fueran menos reales.
Y así son
las historias de fantasmas, siempre afines a ese pequeño relato chino en el
cual un personaje no sabía si había soñado que era una mariposa o era la
mariposa quien lo había soñado a él. Nada es fijo o resuelto en esta evocación
mas allá de cualquier realidad hilada por tres genios. Henry James propuso un
cuento capaz de trascender los límites entre realidad y ficción, y Benjamin
Britten junto a su libretista Myfanwy Piper supieron hacer de este relato la
única obra del género operístico capaz de equipararse a la más sofisticada prosa
literaria.
“Esta tuerca puede ser girada al infinito” escribió el gran musicólogo britteniano Peter Evans. En su opinión, la utilización de las doce notas del Leitmotiv de la tuerca, aún cuando influída por Schönberg, no es una negación de las jerarquías tonales sino una ramificación de las mismas. Una ramificación tan infinita como los vericuetos y contradicciones de una psique que, frente a cada nueva vuelta de tuerca, certifica ser inagotable en sus posibilidades de exploración musical.
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