Francia
Opéra national de ParisY los volvió a enloquecer
Francisco Leonarte

Según Donizetti, los franceses se iban a volver locos con su nueva ópera-comique, La hija del regimiento. Y no es para menos. Un argumento de esos que reúnen todos los ingredientes del éxito (sobre todo en 1840): pobre huérfana, espíritu patriótico, exaltación de la felicidad por encima del éxito social, historia de amor inocente... Y sobre todo una música chispeante en que cada número es todavía más sabroso que el anterior, con un buen ritmo y una buena alternancia entre ternura, bravura y rapidez.
En la representación que nos ocupa, la mentada
«hija del regimiento», Marie, fue Julie Fuchs. Fuchs nunca ha sido perfecta, su
voz sin ser fea no destaca por ser bonita. Pero es ante todo cantante-artista
de las que pone toda la carne en el asador y se entrega a su papel y al
público. Una vez más lo ha confirmado. Muy en voz, con coloraturas nítidas y
agudos cómodos, Julie Fuchs triunfa como Marie. Eso sí, ojo a la
inteligibilidad que no fue todo lo satisfactoria que puede serlo en otras
ocasiones.
De su amante en la ficción, Lawrence Brownlee, hay que destacar el buen fraseo, la nitidez en la pronunciación (incluso con su pequeño acento americano), la facilidad en toda la tesitura. Su famosa aria «Ah mes amis quel jour de fête» ha sido últimamente tan cantada por todos los tenores en todas las ocasiones que las odiosas comparaciones se hacen inevitables, y podemos pensar que tal o cual tenor nos gusta más o tiene agudos más plenos y redondos, pero en suma la de Brownlee fue una buena interpretación.
Tal vez hubiésemos deseado que a lo largo de la obra Fuchs o
Brownlee hubiesen utilizado en alguna ocasión la mezzavoce, que se hubiesen
lucido más vocalmente, mostrando una paleta más amplia -cosa que también habría
podido dar más profundidad tal vez a sus personajes- pero francamente no nos
podemos quejar.
Lionel Lhote se encarga del sargento Sulpicio,
un caramelito para un barítono que hemos escuchado en lances más comprometidos.
Su prestación es simpática, aunque tal vez algo falta de cuerpo por momentos:
Lhote es más lírico que espeso vocalmente.
En cuanto a Susan Graham, más que notable
mezzosoprano con una importante carrera y que en su día cuidaba especialmente
su fraseo y sus colores, es lástima notar que como marquesa de Berkenfiels es
poco inteligible en su arieta del primer acto. Eso sí, de nuevo crea un
personaje muy simpático.
Como simpático es el personaje encarnado por
Felicity Lott, la famosa soprano que tantos éxitos tuvo en décadas pasadas y
que, en este caso, se limita a actuar.
Destaquemos también el buen nivel de las
prestaciones de los comprimarios, Florent Mbia, Cyrille Lovighi y Mikhail
Silantev, en las frases que les corresponden.
En suma, el éxito al que asistimos este jueves
17 es debido a tres factores fundamentales.
Por un lado una partitura que sigue tan fresca
como el primer día.
Por otro lado una puesta en escena, la de
Laurent Pelly, igual de fresca, para la que no pasan los años, que respeta
esencialmente el libreto y el espíritu de la obra, incluso en los nuevos
diálogos escritos en su día por la siempre inteligente Agathe Mélinand. Una
puesta en escena que mantiene en todo momento el sentido musical, en que las
bromas surgen siempre a partir de lo evocado por música o libreto, bromas de
las que no distraen sino que potencian la atención del espectador hacia la obra
original. Y con magníficos colaboradores: la escenografía de Chantal Thomas es
altamente evocadora e imaginativa, las luces de Joël Adam siempre eficaces y la
coreografía de Laura Scozzi es pura delicia: para mí, por su capacidad de
invención y su originalidad, Scozzi es una de las grandes coreógrafas del siglo
XXI.
Por último, una dirección musical, la de
Evelino Pidò, atenta, que nunca cubre a los cantantes (con una orquesta del
tamaño de la obra, con sólo cuatro contrabajos), que conoce los secretos de la
melodía donizettiana, que respira con la obra, y con el magnífico sonido y los
magníficos solistas (ah, qué hermosura la intervención del violoncelo solista)
de la Orquesta de París.
El coro, al que le habíamos entendido casi
todo en la representación de Faust el martes 15, sonó particularmente
incomprensible en este jueves 17. ¿Podría deberse a que para el Faust
fue preparado por Alessandro Di Stefano y para Fille du Régiment fue
preparado por Ching-Lien Wu? ¿O por qué comparamos las últimas representaciones
de Faust con la primera de Fille du Régiment y los coristas
tienen menos en boca la partitura? ¿Hay otros factores? En cualquier caso, su
energía participando en esta imaginativa puesta en escena es comunicativa.
El público, bastante numeroso, feliz de asistir, aplaudiendo prácticamente cada número, braveando, riendo... Feliz. Tal era el efecto ya previsto por el compositor, ¿no?
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