Francia
Rustioni mata a Chenier
Francisco Leonarte
Cada vez que dirige Rustioni tenemos el mismo problema: el volumen instrumental supera con mucho al de los cantantes. Y parece que la cosa va a peor, porque en este caso la orquesta de Rustioni fue sencillamente insoportable. Para los cantantes, ninguna posibilidad de apianar, ninguna posibilidad de dar matices. Las escenas de conjunto se asemejaban todas a escenas de caos. El inicio del acto segundo fue paradigmático en ese sentido, todos gritaban y nadie sabía qué podía estar pasando, porque la orquesta lo arrollaba todo cual riada, insensible y brutal. Rustioni saltaba, gesticulaba, hacía ondear su pelo, mimaba la pasión, mientras los cantantes se desgañitaban en vano pues no se les oía, ahogados por el flujo de la orquesta... Una pena.
Una pena, porque cuando la orquesta les dejaba se escuchaban voces más bien grandes y bien manejadas. Así son destacables las intervenciones de todos los comprimari, la bonita voz de Thandiswa Mpongwana como Bersi, las impostaciones seguras de Robert Lewis, Pete Thanapat, Alexander de Jong, Filipp Varik, Hugo Santos, Kwang-Soun Kim y Antoine Saint-Espes.
Como condesa de Coigny y sobre todo como la vieja Madelon, Sophie Pondjiclis, de voz segura aunque no excesivamente grande, va de menos a más, llevándose finalmente el gato al agua con su interpretación melodramática -pero sin cargar en el verismo- de Madelon.
Como Andrea Chenier, Riccardo Massi cumple con creces. Su voz es bastante grande, y uno se va acostumbrando a su timbre que puede sonar un tanto ingrato al principio. Es valiente en los agudos y maneja bien su instrumento – aunque sospecho que, educado en la plena voz, es posible que la mezza-voce no sea lo suyo. En cualquier caso Rustioni hizo imposible toda verificación en ese sentido, o sea que dejémosle a Massi el beneficio de la duda. Habrá que tenerlo en cuenta como tenor dramático.
La voz de Amartuvshin Enkhbat se nos antoja similar a la de los barítonos míticos que sólo conocemos por grabaciones o que jamás conoceremos. Grande, untuosa. Vale la pena haberla oído tan siquiera una vez. Porque además está muy bien manejada, todo parece fácil cuando él lo canta. Sus agudos son avasalladores. Y la expresión justa. Ni qué decir tiene que su ‘Nemico de la patria’ fue uno de los grandes momentos de la velada. Eso sí, terminada el aria, Rustioni volvió a mostrarse sin piedad ahogando buena parte de las intervenciones de Enkhbat. Por ejemplo, al final del cuadro de Fouquier-Tinville tuvimos que suponer que Enkhbat cantaba porque le veíamos abrir la boca mientras la orquesta tronaba.
Otra triunfadora de la noche, indudablemente, la soprano Anna Pirozzi. En cuanto la orquesta le dejaba se mostraba delicada, con su bonito timbre, creando un personaje sensible. Y cuando no podía ser porque la orquesta tocaba a machamartillo, la Pirozzi soltaba un chorro de voz. Y agudos como cañonazos.
Buena prestación del coro.
Gran éxito de público, con una sala llena tal vez a algo más de dos tercios. Y es que eso de que haya volumen, mucho volumen, a la gente le encanta -sobre todo cuando el director de orquesta gesticula mucho- aunque su volumen impida escuchar la obra.
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