Portugal

Gozoso Freitas Branco

Samuel González Casado
lunes, 14 de abril de 2025
Claire Huangci © 2021 by Mateusz Zahora Claire Huangci © 2021 by Mateusz Zahora
Oporto, viernes, 4 de abril de 2025. Casa da Música. Sala Suggia. Orquesta Sinfónica do Porto Casa da Música. Claire Huangci (piano). Martin André, director. Chaikovski: Concierto para piano y orquesta n.º 2 en sol mayor, op. 44 (versión de Zilotti). Freitas Branco: Sinfonía n.º 4 en re mayor. Ocupación: 95 %.
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 La ilusión con la que acudí a escuchar el Concierto n.º 2 para piano de Chaikovski, una obra que jamás había experimentado en directo, se vio sorprendentemente superada por la interpretación que Martín André y la Orquesta Sinfónica de Porto Casa da Música hicieron de la Sinfonía n.º 4 de Luís de Freitas Branco, un compositor del que yo escuché algunas obras hace más de 20 años y que no se había vuelto a aparecer en mi devenir discográfico (en directo es difícil que sus obras se programen en España).

La verdad es que esta sinfonía, terminada en 1952, es un despreocupado ejercicio de manejo de referencias: en los dos primeros movimientos Ravel y Stravinski parecen haberse reencontrado 40 años después de la Consagración y ser los mejores amigos del mundo. En los dos últimos se unen a la fiesta algunos rusos y también alemanes, y siempre en perfecta sintonía.

Y es que Freitas Branco se revela como un absoluto maestro, al menos en la Sinfonía n.º 4, a la hora de conseguir que no haya un solo tiempo muerto o aburrido: las tensiones son continuas y todos los elementos tienen una lógica constructiva a la que es difícil encontrar errores. “Tomad y disfrutad”, parece estar indicando. Utiliza, además, una sorprendente variedad de recursos que siempre consiguen su máximo efecto, como la preciosa coral de metales del Allegro final y su deixis, con sorpresas armónicas, en la memorable conclusión. Hay también un folclore que suena divertidamente impostado, y se exhibe en una especie de virtuoso manejo de poliestilismo.

Orquesta y director se tomaron muy en serio su labor, y ese trabajo concienzudo contribuyó a que la obra pusiera escucharse como algo aún más creíble o importante en la trayectoria del compositor lisboeta. Freitas lo tiene todo previsto, pero aun así es necesario un imponente trabajo de organización en las profusas gradaciones dinámicas de la obra. La labor de la orquesta fui prácticamente perfecta, y Martin André se entendió a las mil maravillas tanto con el grupo como con el compositor. El director, además, había demostrado una perfecta adaptación al repertorio ruso en el infrecuente concierto de la primera parte del programa, el estupendo Concierto para piano n.º 2 de Chaikovski.

A esta obra, con los cortes y cambios de Ziloti, se le notan bastante las costuras, y al conjunto siempre parecen faltarle unos o dos bolos para el strike; aun así, ofrece momentos de maravillosa inspiración melódica, tremenda dificultad pianista y, en definitiva, plenitud musical, por lo que el espectáculo está asegurado. Su segundo movimiento, además, un miniconcierto para violín y violonchelo acompañados del piano, es muy original. Los temas no pueden ser más pegadizos, puro Chaikovski. Por todo ello, esta obra, a la sombra de su famosísima predecesora, merece tener otra suerte en las programaciones, aunque hay que reconocer que a los solistas les espera un trabajo ingente con ella y seguro que otras compensan más.

Claire Huangci se lanzó sin red hacia velocidades asombrosas que por momentos hacían dudar de que lo estuviera tocando todo, máxime cuando la acústica de la Sala Suggia a veces es un poco traicionera con el piano. Hubo notas falsas, aunque bien disimuladas, que por supuesto estaban previstas y que a Huangci no desconcentraron lo más mínimo. 

Resultó discutible su utilización del pedal, profusa pero acorde con el estilo a veces por algo “antiguo” de la pianista, repleto de frases con rubatos marcados y una exacerbada expresividad romántica al borde del buen gusto. Sin embargo, todo en ella dio la impresión de estar perfectamente calculado, y nunca sobrepasó determinadas fronteras. Así, la cuestión era entrar en su juego o no. 

Dada la naturaleza del concierto, a mí no me resultó difícil disfrutar de todo lo que propuso la norteamericana, sobre todo porque el contexto de la rara programación de esta obra sugería no ser demasiado exquisito en cuanto a preferencias estilísticas si la propuesta tenía coherencia, como así ocurrió.

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