El intervalo entre la Sexta y la Séptima sinfonía fue para Mahler un período de extraordinaria fertilidad creativa. En los veranos de un corto intervalo de intensa concentración, no solo completó una de sus sinfonías más rabiosas y personales, sino que avanzó en la elaboración de la Séptima, una obra de una complejidad formal abrumadora y fascinante, expresiva y oscuramente visual. Este impulso arrollador de Mahler produjo también los dos últimos Kindertotenlieder y el estreno de este ciclo apacible y a la vez atormentado, así como la orquestación final y la interpretación pública de los Rückert-Lieder.
Sólo la facilidad con la que Mahler transitaba del universo sinfónico al vocal ya habla de una mente en absoluta efervescencia, determinada a explorar nuevas fronteras expresivas y formales, nuevos colores, nuevas sonoridades. Una mente en…
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