Discos
No todo es Giulio Cesare
Raúl González Arévalo
Georg Friederich Händel, Flavio (1723). Jeffrey Gall (Flavio), Derek Lee Ragin (Guido), Lena Lootens (Emilia), Bernarda Fink (Teodata), Christina Högman (Vitige), Gianpaolo Fagotto (Ugone), Ulrico Messthaler (Lotario). Ensemble 415, René Jacobs, director. Thomas Gallia, ingeniero de sonido. Dos compactos DDD de 155’38 minutos de duración grabados en octubre de 1989 en la Festwoche der alten Musik de Innsbruck. Harmonia Mundi HMX 2901312.13
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La recuperación de las óperas de Händel desde la segunda mitad del siglo XX se centró principalmente en sus obras maestras, casi todas de corte heroico o mágico. El público se acostumbró a Rinaldo, Giulio Cesare, Ariodante y Alcina, por nombrar las más conocidas, y los teatros prestaron escasa atención a obras que se consideraban menores.Flavio es una de esas óperas. Entre 1967 y 1987 fue representada en cinco ocasiones, pero nunca en los grandes templos de la ópera. Como en el día de su estreno, no parece haber obtenido más que un succès d’estime, esto es, una acogida tibia. ¿Por qué? Una audición atenta, tras una primera sensación de desconcierto, y la lectura de las esclarecedoras notas de Winton Dean puede darnos la clave. En primer lugar, la trama, un oscuro episodio de la Alta Edad Media lombarda: Haym parte de un libreto de origen veneciano en el que potencia el elemento cómico e irónico hasta equilibrarlo con el elemento trágico, perfectamente diferenciado en cada uno de los personajes, con un reparto que distingue una pareja (‘Emilia’-‘Guido’) en la tradición de la ópera seria y otra (‘Teodata’-‘Vitige’) heredera de la ópera bufa. Al frente se sitúa el personaje de ‘Flavio’, el antihéroe por excelencia. En consecuencia, tenemos un libreto con incongruencias, que bien podríamos incluir en la categoría de lo que la ópera romántica decimonónica llamó ópera semiseria, un género híbrido a caballo entre dos formas de espectáculo antagónicas, que no terminaba de cuajar.¿Y la música? Händel ya se había enfrentado a un libreto de características mixtas previamente, al componer Agrippina, que le reportó un brillante triunfo en Venecia en 1709; posteriormente volvería a intentarlo con Partenope (1730). En esta ocasión el músico respetó escrupulosamente el equilibrio alcanzado por el libretista y dotó de una música solemne a los personajes serios y de melodías más ligeras a las partes cómicas. El resultado, aunque un tanto desconcertante, no deja de ser más que correcto, incluso brillante por momentos, al mezclar humor y ligereza con escenas más profundas e intensas. Sin embargo, es inútil pretender que nos hallemos ante una obra maestra.Otra característica sorprendente es que la partitura exige la participación no sólo de sopranos y mezzos (masculinos y femeninos), sino que reserva partes que superan al mero comprimario para el tenor y el bajo. Jeffrey Gall (‘Flavio’) y Derek Lee Ragin (‘Guido’) fuero probablemente los mejores contratenores de principios de la década de 1990. Ambos se adaptan magníficamente a sus personajes: Gall, con un timbre más cálido y expresivo que Ragin, acierta a retratar un rey de formas relajadas (“Di quel bel”). Ragin posee un timbre menos bello, aunque más incisivo; se desenvuelve mejor con una coloratura frenética (“Rompo i lacci”) que canta de forma algo histriónica, estando mejor en las partes líricas (“Amor, nel mio penar”).Lena Lootens (‘Emilia’), con un timbre bastante bello, sabe aprovechar las mejores escenas de la ópera (espléndida “Parto, sì, ma non so poi”); discreta en la habilidad con la coloratura, es imaginativa en la variedad de acentos. Högman (‘Vitige’) resulta menos interesante de escuchar, aunque está siempre correcta. Bernarda Fink (‘Teodata’) es un lujo, como siempre: poco más se puede decir. Fagotto (‘Ugone’) y Messthaler (‘Lotario’) están más discretos de lo que sería deseable.Protagonista por derecho propio el Ensemble 415, empastadísimo, del que Jacobs consigue extraer bellos colores y un sonido transparente, límpido, como nos tiene acostumbrados, sea cual sea la orquesta con la que trabaje. El sonido es bueno, pero no excelente, a veces da cierta impresión de distanciamiento. Si lo unimos a un reparto algo irregular y desequilibrado, el resultado es que este desconcertante Flavio, siendo más que correcto, no termina de cuajar y, en consecuencia, no es una de las grabaciones más logradas del gran René.
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