España - Valencia
Al calor del Mediterráneo
Daniel Martínez Babiloni
No obstante, el público que llenó aproximadamente la mitad del aforo, quizás llamado por el poder curativo de la danza, tardó poco en entrar en calor con la performance que les tenían preparada. Entre la música barroca, a veces jazzistica, de L’Arpeggiata, el canto popular, cálido y mediterráneo de Lucilla Galeazzi, su buen humor, y los brincos, cabriolas y revolcones de Anna Debo al son de las diferentes tarantelas que se oyeron, la conexión entre oyentes y performers no se hizo esperar. Y digo performers porque en más de una ocasión los propios músicos y cantante jalearon la danza de Debo levantándose de sus sillas o pasearon por el escenario al enunciar sus solos.
Ah, vita bella, tema de la propia Galeazzi, caldeó el ambiente rápidamente. La cantante de Umbría, con vestido rojo pasión, hizo llegar su canto sin amplificación desde el fondo del escenario hasta su boca, con paso relajado y melancólico, tal como inicia la canción, para progresivamente desatar el frenesí rítmico propio de la danza italiana, al grito de “Ah! vita bella, perché non torni piú?” A partir de aquí los amagos de movimiento del respetable para seguir la música con palmas, movimientos de cabeza o golpecitos en las rodillas fueron la tónica general hasta que se desató el delirio en los bises.
Le siguieron varias tarantelas de origen popular, de la factura del autor de Musurgia Universalis (1650), Athanasius Kircher (1602-1680), o del guitarrista del grupo, Marcello Vitale. Entre ellas, piezas de cantautores italianos: Lamento dei Mendicanti de Matteo Salvatore o Sogna Fiore mio de Ambrogio Sparagna; más canciones de la Galeazzi y temas improvisatorios sobre bajos ostinatos barrocos, puestos a disposición de los músicos -todos se lucieron- por la tiorba de Pluhar. También hubo lugar para temas serenos como la muy bonita y sentida La Suave melodía de Andrea Falconiero (1585-1656) o el desolador lamento fúnebre Lo povero ‘Ntonnuccio. Al final la locura, Lucilla Galleazzi hizo cantar al público al repetir Voglio una casa y Anna Dego, correspondida por el señor al que hizo subir al escenario, bailar la Pizzicarella mia. Las sonrisas predominaban al salir.
Ciertamente Christina Pluhar, austríaca de nacimiento que se acerca con frecuencia al calor del Mediterráneo, ha encontrado el Antidotum tarantualae, no sé si apto para las picaduras de la araña, pero realmente efectivo para olvidar, aunque sea por un momento, la realidad del día a día, gozar y perder las vergüenzas con esta mélange musical que rompe fronteras, incluso en los más tradicionales templos de la música culta.
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