Discos
Que tranquilas, muy tranquilas, estén las tribus
Alfredo López-Vivié Palencia
Cuentan las crónicas que el estreno mundial de Déserts en el Teatro de los Campos Elíseos de París el 2 de diciembre de 1954 fue un escándalo de padre y muy señor mío, comparable al de La Consagración de la Primavera en 1913. Sí, Edgar Varèse (París 1883-Nueva York 1965) fue un provocador nato desde siempre, por más que su singularidad proviene tanto de su obra como de su no adscripción ciega a ninguna ortodoxia contemporánea, seguramente por haber asimilado en igual medida las tendencias compositivas de la primera mitad del siglo XX de uno y otro lado del Atlántico. Varèse fue, en toda regla, un outsider.
En efecto, una cosa es aborrecer los cánones clásicos de la música –tonalidad, afinación, estructuras formales, etc.-, y otra muy diferente es hacer música difícil por el mero hecho de su complicación. Dicho de otro modo, se puede ser serialista sin resultar un coñazo. Y si es verdad que Déserts es una obra (por cierto, la más extensa de su autor) que no entra a la primera –ni a la segunda-, también lo es que la música de Varèse cautiva por el festival de sonidos que procura, cualquiera que sea la plantilla empleada: formación de cámara –de lo más variopinta, con o sin intervenciones vocales-, orquesta completa –incluso completísima-, o en su única obra para un instrumento solista, Densité 21,5, escrita para flauta.
Elemento común entre todas ellas es el empleo profuso de la percusión, tanto en su faceta más machacona como en la más colorista, así como la fuerza de su orquesta, que es irresistible. Por eso, hoy en día Amériques (1921) o Arcana (1927) son ya clásicos (no debe olvidarse que el astuto Leopold Stokowski estrenó ambas con su Orquesta de Filadelfia, y que eso no es una casualidad); y por lo mismo, puede uno acercarse sin temor al conjunto –casi íntegro- de la obra de Varèse que contienen estos dos discos: sirva el verso que da título a esta reseña –que corresponde al extracto del libro sagrado de los mayas que Varèse empleó en su traducción al español para Ecuatorial- de ánimo apaciguador.
Kent Nagano emplea bisturí en lugar de batuta, algo que resulta imprescindible para recrear todas las posibilidades sonoras de estas obras –no digamos las que requieren un efectivo orquestal amplio-, y la Orquesta Nacional de Francia le sigue como un solo hombre; la pena es que esta agrupación no es –ni de lejos- de primera clase, de modo que el esfuerzo del director se queda a medio camino (aunque parezca mentira, tratándose de Varèse, la Orquesta del Concertgebouw con Riccardo Chailly –DECCA- es capaz de sacar muchos más colores y matices a estas obras, pero es una integral que en precio no puede competir con esta reedición de Warner, que además tiene buen sonido).
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