Reino Unido

Los arco iris de la música tienen mucho más color que los del cielo

Agustín Blanco Bazán
martes, 13 de diciembre de 2005
Londres, domingo, 27 de noviembre de 2005. Sala del Barbican. Gordin Nikolitch (violin), Tim Hugh (cello), Lars Vogt (piano). Orquesta Sinfónica de Londres. Bernard Haitink, director. Ludwig van Beethoven, Triple concierto para violín, viola y piano en do mayor opus 56. Sinfonía nº 6 en fa mayor opus 68 ‘Pastoral’.
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El año pasado reseñé una Séptima de Beethoven mediocremente ejecutada por Haitink al frente de la Orquesta Estatal de Dresde. Con este concierto ocurrió todo lo contrario. La Sinfónica de Londres ha conseguido mejorar continuamente su excelencia, hasta alcanzar un nivel capaz de colocarla a la par de las más grandes. En los últimos años, incisividad de ataque y brillantez de sonido han ido en aumento, como también la expresividad de rubato. Y Haitink logró cimas beethovenianas sin perder esa característica tan suya de evitar exageraciones efectistas.

Notable en este sentido fue el comienzo del Triple concierto, terso, distendido en su frases de chelos y contrabajos y espontáneo en su progreso al primer crescendo. Fue un crescendo resuelto con una incisividad contenida, sin agitaciones, gracias a lo cual la progresiva entrada de cada solista pudo ser expuesta con tranquila expresividad.

¡Y que solistas!, comenzando con la asertividad de Gordin Nikolitch, el concertino de la orquesta, siguiendo por la variedad cromática y firmeza contrapuntística en las frases de chelo de Tim Hugh y la exactitud de Lars Vogt. Los pasajes en trío fueron claros en sus texturas, diferenciados en color y, lo más importante, conmovedores en su expresividad. La mesura del primer movimiento permitió que las melodías del segundo, lentas pero intensamente expuestas, alcanzaran momentos de verdadera exaltación de una orquesta cantando con toda su alma. Y fue de estas honduras que surgió, lozano y palpitante, un 'rondo alla polacca' donde la vigorosa puntuación jamás ahogó la expresividad requerida para las modulaciones o variaciones de color.

Luego de un comienzo inseguro, culpa de un accidental desajuste entre los primeros y segundos violines, la Sexta sinfonía no salió dionisíaca pero sí onírica, de una expresividad más bien íntima y un segundo movimiento de expresividad casi mahleriana en los instrumentos solistas. En el tercero, los tiempos de danza fueron rápidos y livianos en dinámica, adecuadamente anticipatorios del 'Allegro' de una tempestad contundente pero, de acuerdo al espíritu de la obra, no una exhibición de proporciones apocalípticas sino una tormenta pasajera, un ventoso chaparrón con truenos destinado a disipar la atmósfera para la gloria final. Y el último movimiento fue una verdadera gloria: apacible, bien allegretto en su mesurada expresión y su premura. Los accelerandos y los crescendos fueron claros, los subito piano ágiles y los tutti finales con una claridad de textura y balance sonoro que permitió una magnífica exposición de metales sin ahogar siquiera a las violas. Y, sobre todo una infinita variedad de matices cromáticos. Si se sabe ejecutarlos, los arco iris de la música tienen mucho más color que los del cielo.

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