Discos
Fuera de los esquemas ordinarios
Raúl González Arévalo
La ópera italiana de la primera mitad del siglo XIX hasta la llegada de Verdi aparece dominada por la tríada belcantista: Rossini, Bellini y Donizetti. Es un hecho impuesto por los manuales de divulgación y por el repertorio de los teatros de ópera, dejando apenas espacio para otros compositores que estuvieron igualmente presentes en el panorama italiano, como los hermanos Ricci o Nicola Vaccaj.
En su particular recorrido profundizando en la ópera italiana del primo Ottocento, Opera Rara ha prestado atención a dos compositores a caballo entre los cuatro principales ya citados, menos geniales en el conjunto de su producción, pero con momentos de genialidad: Giovanni Pacini y Saverio Mercadante. Este último se distinguió en sus inicios por la búsqueda perenne de un lenguaje musical propio y, en el período de madurez, por renovar el lenguaje y las estructuras formales que dominaban los escenarios, a fin de obtener la mayor expresividad posible del texto a través de la música. De hecho, resulta difícil entender el paso de Donizetti a Verdi sin Mercadante.
Entre las obras primerizas en las que son evidentes los modelos rossiniano (Donna Caritea) o belcantista cercano a otros compositores (Zaira, existe una selección en Opera Rara, ORR224), y las auténticas obras maestras de la madurez como Oriazi e Curiazi (de nuevo Opera Rara, ORC12) encontramos obras donde el carácter de transición es más evidente, como esta Emma d’Antiochia, que podríamos calificar quizá de bel canto extremo, en evolución.
La historia -como es habitual en el período- es un embrollo sentimental, ambientado en Tierra Santa durante las Cruzadas: la primera soprano (‘Emma’) se ha casado con el barítono (‘Corrado’), cuya hija, la segunda soprano (‘Adelia’) está prometida al tenor (‘Ruggero’), que había sido amante de la primera soprano. Incapaces de resistir a la antigua pasión, ‘Emma’ y ‘Ruggero’ piensan en huir, pero descubierta la traición se desencadena el drama, que termina con la marcha del segundo y el suicidio de la primera, para desesperación de los restantes.
Emma d’Antiochia es una ópera que no deja de sorprender de principio a fin. El texto es obra del más grande libretista italiano de la primera mitad del siglo XIX, Felice Romani, cuya colaboración con Bellini dio los resultados que todos conocemos. Para el estreno Mercadante contó con una serie de cantantes excepcionales, cuyos nombres forman parte de la leyenda operística: la soprano Giuditta Pasta (creadora de los papeles principales en La sonnambula, Norma, Beatrice di Tenda de Bellini y Anna Bolena de Donizetti), el tenor Domenico Donzelli (primer ‘Pollione’ de la Norma belliniana), la soprano Eugenia Tadolini (primera en cantar Poliuto, Linda de Chamounix y María de Rohan de Donizetti) y el barítono Giorgio Ronconi (creador de seis papeles donizettianos y del Nabucco de Verdi). Las cartas de presentación son inmejorables.
Desde el punto de vista de la estructura dramática y de la música, la ópera también es extremadamente innovadora. No sólo la armonía causó cierta sorpresa -el preludio al aria de entrada de la protagonista, por ejemplo, incluye dos oboes, clarinete y fagot, a los que se unen cuatro cornos, una trompeta y un cimbasso, parecido al trombón-, sino que la partitura prevé la participación de un glicibarifono, invención de la época que en la grabación es sustituido por su equivalente moderno, un clarinete barítono.
La estructura musical es igualmente sorprendente, como pone de manifiesto el acto I: la búsqueda de la continuidad dramática impide que las intervenciones solistas puedan ser ejecutadas de forma aislada en concierto, pues frecuentemente acaban de manera inesperada, sin solución de continuidad con el número que les sigue. Por otra parte, la acción dramática no se detiene y se refleja en una música que por fuerza cambia, de forma que el oyente no sabe nunca lo que se avecina. El acto II es mucho más concentrado desde el punto de vista dramático: el dúo de la introducción se ve inmediatamente catapultado al segundo final, en el que se omite la habitual sección central más calmada. En el último acto la tensión dramática crece hasta llegar a la escena final para la protagonista -casi obligada en esta época-, la joya de la corona que, de nuevo inusualmente, contiene aria y cabaletta antes del dúo final entre las dos mujeres.
Pasando a la interpretación musical, es evidente que sin Nelly Miricioiu Opera Rara no habría podido realizar determinadas grabaciones, que alcanzan sus resultados más altos en Maria Tudor de Pacini (ORC15) y Oriazi e Curiazi del propio Mercadante, ya citada. De esta Emma había grabado ya la escena final en el recital ‘Bel canto portrait’ (ORR217). Desde entonces la voz ha perdido cierta frescura inevitablemente, sobre todo en el registro agudo, pero ha ganado en sutileza la definición dramática, favorecida además por la interpretación integral del papel, que alcanza su mejor prestación en el clímax final, como cabía esperar.
Bruce Ford presta su timbre cálido y pleno a ‘Ruggero’, con la competencia estilística y dramática habitual. A su lado Maria Costanza Nocentini compone una ‘Adelia’ fresca y juvenil, frágil como requiere el personaje, pero segura en su prestación, un descubrimiento en definitiva. Por último, la voz algo opaca de Roberto Servile sirve bien la figura paterna de ‘Corrado’, algo corto de acentos más vibrantes. El acierto del reparto se deja sentir en números de conjunto como el interesante cuarteto del final acto I, 'Ei qui dinanzi'.
Al frente de la London Philarmonic Orchestra, David Parry -experimentado en estas lides- dirige con gran instinto dramático, obteniendo un sonido pleno, a lo que ayuda una toma excelente. La orquesta responde estupendamente, compacta y brillante, alternando momentos de gran vigor como la imponente obertura con otros más delicados. En las introducciones y los grandes finales el coro presta una intervención igualmente acertada, contribuyendo de modo decisivo al estupendo resultado final.
Como han puesto de relieve plumas más autorizadas que la mía, Emma d’Antiochia no contiene la gran melodía que todos tenemos grabada en la memoria, pero está llena de buena música y de sorpresas, suficiente para satisfacer quienes buscan algo novedoso, más allá del Barbero nuestro de cada día -con permiso de Rossini-. Además, como es habitual, ha recibido la mejor presentación posible de mano de Opera Rara, con una edición de lujo con los componentes usuales: un artículo de un estudioso autorizado -Jeremy Commons- y la cronología de las representaciones de la mano de otro no menos conocido, Tom Kaufman; fotografías de los cantantes durante la grabación; grabados de los creadores de los papeles, así como de ilustres sucesores; y la traducción del libreto en italiano al inglés. Definitivamente, Mercadante no podría pedir más.
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