Cine
Hablando de la vida
Carlos García de la Vega
La primera puerta que, película tras película, te mete en el mundo de Almodóvar es la de los títulos de crédito. La combinación de música, en los últimos años de Alberto Iglesias, y de diseño gráfico -Juan Gatti-, provocan la inmersión del espectador en el universo estético y hasta cierto punto filosófico -aunque sea una filosofía ligera- del director. Me refiero a esta sensación que se siente, para bien o para mal, de estar de nuevo delante de otro “film de Almodóvar”, como a él le gusta poner en esas secuencias de créditos. Es una especie de telón que el director pone entre su obra y el resto de sensaciones auditivas y visuales de la vida de los espectadores; un telón siempre rítmico, siempre un poco kitsch. Pongo este ejemplo, pero a lo largo de todo Volver, el universo almodóvar se hace patente de otra miles de maneras: los colores, la puesta en escena, los diálogos, el tono...
Precisamente este universo del que hablo comienza a tener -guste o no guste- tanta consistencia, tanta solidez, que lo que más me regocija cada vez que veo una nueva película es la sutil ironía con la que Almodóvar es capaz de citarse a sí mismo, de hacer guiños a escenas anteriores, a personajes anteriores, a diálogos anteriores... Esta sensación de déjà-vu socarrón comienza a ser otro de sus logros, porque pone en relación tantas otras historias de su filmografía que refuerza muy inteligentemente el contenido de la escena. La aparición, película tras película de Chus Lampreave, haga el personaje que haga, es una delicia de referencias y un juego cinematográfico de primer nivel.
Repite en esta película Almodóvar con el director de fotografía José Luis Alcaine. No es de mis favoritos, y echo de menos la luz serena y mucho más acorde con la forma actual de escribir guiones de Almodóvar de Javier Aguirresarobe. La luz de Alcaine, mucho más colorista, mucho más kitsch y ligera, quizá si se adecue al ambiente un poco folclórico-suburbial donde se desarrolla la película. Como digo, con Alcaine, las atmósferas son livianas, los rojos son muy rojos, los juegos visuales son incluso facilones, pero en cualquier caso tremendamente eficaces al desarrollo de la narración. El “viento del pueblo, que vuelve locas a las mujeres” y toda la blancura de la Mancha está descrita como un espejismo, más que como una terrible realidad que condiciona las vidas.
Sorprende la ductilidad de todas las actrices en manos de Almodóvar. Están las cinco principales, magníficas en cada secuencia en las que aparecen, con el grandísimo reto que tenía el director de quitarles de encima clichés televisivos o de anteriores trabajos. Carmen Maura es como un viejo clarinete, que suena perfectamente, pero que ya no está lustroso. De hecho aparece desmejorada, mal peinada, pero su personaje, ambiguo como ninguno en esta película, convence a lo largo de todas sus escenas, por inverosímiles que sean. Penélope Cruz, por más que Almodóvar se empeñe, no le llega ni a la suela de la alpargata a Ana Magnani o a Sofia Loren, en cualquier caso consigue vocalizar en todo momento, no hablar con la voz nasal esa por la que se caracteriza y Almodóvar saca de ella todos los registros de los que es capaz. Mención aparte tiene dos escenas en las que son los ojos de Cruz los que hablan: ahí ellos tienen una fuerza expresiva a la altura de las circunstancias, y en cierto modo dan fuerza expansiva a todo el personaje. Una es cuando el marido se masturba a su lado en la cama -extrañeza, asco, soledad-, y otra cuando comienza a hacer el playback de Estrella Morente. Yohana Cobo tiene una mirada torva y cómplice impresionante. Mantiene el tipo en un plano subjetivo de manera admirable, y su presencia cumple la función argumental de complemento genealógico -es la hija, sobrina, nieta de la película- de las tramas principales... Blanca Portillo escapa desde la primera escena de su personaje televisivo, y hace un papel estupendo a base de miradas, silencios y una actitud física que describe al personaje tanto como sus palabras. Por último, Lola Dueñas hace un prodigio de actuación. Compone al personaje menos explícito de la película, al que más opciones de interpretación tiene, y al que Almodóvar menos mima, tanto en la escritura, como en las glosas que ha hecho después en sus innumerables comparecencias públicas. Ella tenía también el difícil reto de desmarcarse de su personaje de Mar Adentro, y uno sólo ve a la hermana timorata, densa, cómplice y mucho más profunda que el personaje de Penélope Cruz.
Pero si hay algo que Almodóvar está demostrando película tras película es ser cada vez un escritor más virtuoso. Su método para desgranar argumentos, para dar forma a historias, para presentarlas al espectador podemos decir, como ya afirmé en este medio hace un par de años, en el galimatías maravilloso que es la estructura de La mala educación, que es cada vez más sofisticado. En aquella crítica echaba de menos una historia que justificase semejante prodigio de guión. En esta película Almodóvar tiene un argumento sólido, y el devenir del guión vuelve a ser de verdadero virtuoso: En esta película Almodóvar consigue hacer por completo suyo lo que ensayó maravillosamente en Hable con ella: dominar a la perfección el tiempo lento, el ritmo lento, el cine cadencioso y donde aparentemente no pasa nada. Digamos que hilvana el argumento como manchas de aceite que deja se extiendan hasta que no hay más superficie, y el aceite cae, por seguir con la metáfora, que es cuando el argumento da un vuelco.
Toda la primera parte de la película tiene este ritmo lento, esta delectación en el cine mismo, hasta que de repente todo se precipita. Cuando uno se siente embalsamado por la historia de estas mujeres, Almodóvar introduce una secuencia de alta comedia, después una secuencia de gran tragedia, y a continuación te pone de frente con el verdadero quid de la película, que por lo emocional, más que por lo técnico, te deja de nuevo atónito frente a la pantalla. Te ha hipnotizado hasta llevarte a la modorra, y de allí te saca con dos bofetones y te enfrenta a la vida hecha cine.
Pero como dije arriba, el virtuosismo en el guión sin una historia a la que servir, no vale para nada. Y la historia de Volver habla de la vida y de lo que está hecha la vida, de la complicidad y de la humanidad, de la comunicación y de las barreras que a veces nos ponemos a ella. Desde un barrio marginal, desde la vida rural, desde las historias de personas anónimas, normales, acaba hablando de grandes temas éticos, incluso filosóficos. Habla, como digo, de la vida a fin de cuentas. No podía dejar de pensar qué crueldad, qué crueldad, para todos los espectadores, que Raimunda tenga la oportunidad de arreglar cuentas con un ser querido, de aclarar malentendidos que gestan odios e incomunicación, porque esto sólo pasa en las 'pelis' de Almodóvar, pero también puede servir de aviso a navegantes, de lección para el que tiene esos bloqueos emocionales en estos momentos. Habla de la camaradería, de las extrañas familias que la vida te ofrece, más allá de la propia familia, de la solidaridad, de la mezquindad, del amor, etc. En fin, de todo lo que al final hace que la vida sea una delicia y un tormento, y sobre todo de las curas a los tormentos, que suele proporcionar la comunicación...
Quizá toda la película pueda resumirse en el momento del playback de Penélope Cruz sobre la pequeña joya que es la versión de Estrella Morente del tango “Volver”... Este es un guiño de los que hablaba, el playback en plan cutre-barrio esta vez, que rememora el de Miguel Bosé en “Tacones Lejanos” es una especie de puntal que nos confirma que, aun inverosímil, estamos ante una escena de un “film de Almodóvar”. Los ojos de Cruz, al comenzar a cantar, brillantes, grandes, negros, tristísimos, pero hasta cierto punto esperanzados, resumen a su personaje y a todos en la película. Y la versión de la Morente, cada día mejor flamenca, cada día más tocada por no sé sabe qué don, resume, en un tango argentino cantado por bulerías -uno de estos prodigios del mestizaje, además de paradójico- el sentimiento de la película. Este momento, además, con Carmen Maura llorando escondida en un coche, es el momento justo anterior al golpe de timón del guión. ¿Será consciente Almodóvar de todo lo que gesta y de lo bien que construye sus películas? Creo que no, por lo que le escucho y leo en sus entrevistas. Su verdad está latente, la técnica la ha ido aprendiendo, pero lo más importante, creo, es que se deja llevar por su intuición, y le salen estos monumentos de cine.
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