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Hasta la última nota
Raúl González Arévalo
Con este 'Don Carlos', Opera Rara concluye la serie ‘Verdi Originals’, que ha presentado las versiones primigenias de cinco óperas del genio italiano (las otras eran Macbeth, Simon Boccanegra, Les Vêpres Siciliennes y La Forza del Destino), cuya edición ha sido posible gracias al acuerdo con la BBC, que ha cedido las tomas originales, oportunamente remasterizadas para obtener la mejor presentación posible.
La génesis y posterior vida del Don Carlos verdiano, con todas sus variantes, es una de las más tortuosas historias del mundo de la ópera. La recuperación del original francés ha puesto de relieve una serie de peculiaridades nada simples de cumplir, como la necesidad de un reparto francófono para poner de relieve el carácter netamente galo de la partitura. Éste es precisamente el principal fracaso de la conocida edición de Claudio Abbado para Deutsche Grammophon, en la que brillan por su ausencia los intérpretes franceses o francófonos, con el resultado alterno de un reparto con demasiadas lagunas en materia de fraseo y prosodia junto a la dirección más brillante de la partitura, junto con la de Giulini, y en la humilde opinión de quien esto escribe, por delante de Solti y Karajan o, en tiempos más recientes, Haitink y Pappano.
Sin embargo, mis consideraciones irán todas destinadas a comparar las tres versiones en francés disponibles actualmente en el mercado -excluyo la cuarta de Orfeo, publicada hace poco, de la que sólo escuché en directo la toma radiofónica-, pues no tiene sentido confrontarlas con las versiones italianas que requieren un estilo diverso y obtienen, en consecuencia, un resultado igualmente diverso: como decía el experto en Verdi, John Budden, “los mejores cantantes verdianos rara vez son los mejores intérpretes del repertorio francés”. A su magnífico y exhaustivo trabajo sobre las óperas de Verdi (vol. 2, Oxford Univesity Press 1979, revisión de 1992) me remito para conocer las múltiples variantes de la partitura, pues aquí sólo tiene sentido señalar las más relevantes.
Para comenzar, el presente registro es la primera versión -contrariamente a lo que sostiene la reciente grabación vienesa de Orfeo, que sigue, hasta donde sé, esta misma edición- absolutamente completa, hasta la última nota, de la versión original de la partitura: tal y como la concibió Verdi en 1867, antes de proceder a los cortes durante los ensayos que precedieron al estreno absoluto en vista de su excesiva duración, que la hacía impracticable. Abbado en su versión para DG básicamente reproducía en francés la versión de Módena de 1886, incluyendo en una serie de apéndices los números eliminados antes del estreno, y que Pappano ha recuperado sólo parcialmente en la propuesta del Châtelet parisino grabada por EMI.
En consecuencia, en este registro encontramos en su sitio el coro inicial de leñadores y la escena con ‘Élisabeth’; su escena con ‘Eboli’ antes del ballet ‘La pérégrina’ en el acto III; el dúo entre ambas antes del 'Ô don fatal'; el dúo ‘Filippe’-‘Don Carlos’ después de la muerte de ‘Posa’ y los finales completos de los actos IV -una de las más bellas composiciones de Verdi, un crimen que haya sido cortada tantas veces- y acto V -más consistente y desarrollado que en la abortada versión italiana-, además del dúo ‘Filippe’-‘Posa’ íntegro. Por otra parte, se observan pequeñas variaciones en el texto: por ejemplo, cuando ‘Eboli’ confiesa su traición a la reina y su relación con el rey, no es ‘Élisabeth’ quien pide la devolución de la cruz y decreta la condena al claustro o al exilio, sino el ‘conde de Lerma’ –que no sabemos en qué momento ha llegado a la escena–, lo que convierte la orden en idea de ‘Filippe’, no de la reina.
Vayamos al reparto: André Turp -que ya había protagonizado para la BBC la primera versión del Simón Boccanegra, publicada por Opera Rara (ORCV 302) y reseñada en Mundoclasico.com en noviembre de 2005-, sin ser trascendental, es un buen ‘Don Carlos’. Cierto, no posee la solidez vocal de un Plácido Domingo -siempre de agudos tirantes en cualquier caso y con un francés execrable, recordémoslo- pero le supera en estilo, aunque sin llegar, en mi opinión, a las cotas alcanzadas por el mejor infante de los últimos tiempos, Roberto Alagna, el más joven y fresco de todos y quien mejor ha sabido transmitir la vulnerabilidad del personaje. Se echa de menos un mayor refinamiento interpretativo, pero las exigencias vocales se ven todas cumplidas.
Robert Savoie como ‘Posa’ tiene la voz algo madura, recia, y como personaje transmite mejor el carácter de soldado de Posa que su nobleza de ánimo -algo que Hampson logra mejor que Nucci, pese al menor atractivo vocal-. La escena de la muerte resulta eficaz, a pesar de ciertos excesos.
Joseph Rouleau, más conocido como ‘Assur’ en la grabación en estudio de Semiramide con Joan Sutherland, desarrolló una carrera notable, especialmente en el circuito anglo-americano. La voz tiene un peso y un color suficientemente oscuro para ‘Filippe’, más adecuados que los de un justo Raimondi -que carecía además del dominio del estilo- e incluso que los de Van Dam pero, sin ser equivocada su impostación, no alcanza el dominio del fraseo de este último ni su introspección psicológica. En cualquier caso, un rey para tener en consideración, con un personaje construido y justamente atormentado como muestra en 'Elle ne m’aime pas!'.
El ‘Gran Inquisidor’ de Richard Van Allan es, junto con el inquietante monje de Robert Lloyd -perfecto en su corto cometido- el único no francófono de reparto, pero no supone ningún problema ni denota traición alguna al estilo. Por el contrario, el mayor impacto del texto francés viene revalorizado por una interpretación ladina de un personaje severo, que por suerte no suena viejo.
Edith Tremblay como ‘Élisabeth’ está muy bien. Ciertamente no tiene la fascinante belleza vocal de una Ricciarelli, pero tampoco sus problemas de técnica ni los ocasionales sonidos fijos de Karita Mattila, la voz suena joven y de timbre ligero, aunque con suficiente cuerpo para cumplir sin problemas con la tesitura, como demuestra en la exigente 'Toi qui sus le néant'. Como intérprete se muestra tan entregada como la estupenda finlandesa, con el añadido de que el estilo resulta más natural.
‘Eboli’ es un personaje con relativa mala suerte en versiones francesas, menos conseguidas: si a la belcantista Valentini-Terrani le faltaba garra, a la wagneriana Meier le falta el estilo; Michelle Vilma -recordada como ‘Elisabetta’ en la Maria Stuarda parisina de la Caballé- tiene garra y estilo, si bien pasa algún apuro en la canción del velo y el 'Ô don fatal'. Sin desentonar, tampoco ella alcanza, como las anteriores, la rotundidad y la fascinación tímbrica que encontramos en la interpretación felina de Bumbry o la insolente de Verrett: ya sé que he prometido no hacer referencias a las versiones italianas, pero en este caso concreto era inevitable.
Los secundarios están todos correctos, destacando el juvenil ‘Thibault’ de Gillian Knight. Igualmente correcto el coro, con puntos notables junto a otros un poco más dificultosos, pero en conjunto bien a secas; como la orquesta, que inicia -por ejemplo- muy bien la escena del ‘auto de fe’, para presentar desajustes en la marcha central. Indudablemente, el juicio se ve perjudicado en cierta medida por la toma de sonido radiofónica, un tanto lejana, que privilegia las voces y no acerca con una claridad meridiana el tejido orquestal, al menos no tanto como la posterior grabación de La Forza del Destino, que se benefició del estudio. En cualquier caso, el trabajo de Oliver Davis es muy bueno, basta recordar el sonido ofrecido de esta grabación previamente.
En esa ocasión John Matheson no alcanzó, en mi opinión, el punto de inspiración conseguido en La forza del destino, el más alto de toda la serie. Aquí lo encontramos con momentos buenos, e incluso muy buenos, pero sin los resultados en materia de dirección de un Abbado o un Giulini. Pero ellos eran dioses; y si Solti y Karajan fueran en este caso semi-dioses, Matheson alcanzaría la categoría de héroe -la categoría de la orquesta también es otra en comparación-, justamente merecida por salir victorioso del empeño de poner en pie por primera vez la versión original.
La presentación supera incluso las cotas de excelencia de otros registros de la serie: el libreto, como en anteriores ocasiones, presenta traducciones al inglés, el alemán y el italiano, como las oportunas notas de Andrew Porter, que tuvo la emoción y la fortuna de hallar en 1969 las páginas inéditas de la partitura en la biblioteca de la Opéra de Paris. Y como siempre, grabados de los primeros intérpretes, en este caso acompañados no de fotos de los cantantes del registro –como es habitual en el sello– sino de retratos de los protagonistas históricos del drama. En definitiva, un lujo.
Este disco ha sido enviado para su recensión por Diverdi
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