Tiene toda la razón del mundo Laurence Equilbey cuando dice en las entretenidas notas de la carpetilla de este compacto que lo que aquí suena son auténticas orquestaciones para voz. Y la mejor prueba de que dichas orquestaciones están estupendamente bien hechas es que, pasada la sorpresa inicial, uno no sólo ya no echa de menos el sonido instrumental al que está acostumbrado, sino que acepta del mejor grado posible y con la mayor naturalidad su sustitución por un conjunto de voces.
En efecto, todas las piezas que se presentan en este disco son transcripciones para coro a cappella, con las dos únicas excepciones de El Invierno vivaldiano -en el que interviene un discreto pero eficaz ‘continuo’ a base de violonchelo, contrabajo, órgano y laúd- y la Litanei de Schubert -con el acompañamiento, igualmente discretísimo, de un piano-. ¡Y qué…
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