España - Andalucía

En homenaje a Kraus

Paco Bocanegra
miércoles, 21 de febrero de 2007
Juan Diego Flórez © TR Juan Diego Flórez © TR
Málaga, jueves, 8 de febrero de 2007. Teatro Cervantes. Juan Diego Flórez (tenor). Vincenzo Scalera (piano). W. A. Mozart: ‘Dies bildnis’ de Die Zauberflöte, ‘Il mio tesoro’ de Don Giovanni; Ch. W. Glück: ‘L’espoir renait’ y ‘Je perdu mon Euridice’ de Orfeo y Euridice; G. Rossini: ‘Deh, troncate i ceppi suoi’ de Elisabetta, regina d’Inghilterra; G. Verdi: ‘Questa o quella’, ‘Ella mi fu rapita’ y ‘La donna è mobile’ de Rigoletto; Rosa Mercedes Ayarza de Morales: ‘La rosa y el clavel’, ‘Malhaya’, ‘Hasta la guitarra llora’; G. Donizetti: ‘Linda! Si ritirò’ de Linda de Chamounix. Aforo: 1200 localidades. Ocupación: Localidades agotadas
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Juan Diego Flórez, en una de sus olímpicas evoluciones, ha recalado en Málaga para regalar una noche en el Teatro Cervantes que será largamente recordada, de manera un tanto insólita, gracias a Giuseppe Verdi. La expectación, de por sí notable, vino azuzada por el tenor cuando avanzó a un medio local alguna sorpresa en homenaje a Alfredo Kraus. Finalmente, la entrega del programa en la sala desveló el misterio para la mayoría: ‘Questa o quella’, ‘Ella mi fu rapita…Parmi veder le lagrime… Possente amor mi chiama’ y ‘La donna è mobile’, un jugoso anticipo de cuanto sobrevendrá con su debut como ‘Duca’ en el Rigoletto de Dresde y Madrid en 2008.

A falta de una confirmación exhaustiva, seguramente haya sido ésta la primera ocasión en que Flórez incorpora las tres principales páginas solistas del ‘duque de Mantua’, gran papel de Alfredo Kraus, en un recital. Cumplido homenaje el del peruano, habida cuenta de que para servir a un grande de la ópera se precisa otro, y prometedora ventana abierta a su futuro a corto plazo.

Por cuanto se ha podido escuchar, este 'duque de Mantua' puede convertirse en una auténtica revisión de un personaje tan trillado; su referente, de buscarse, ciertamente se encontraría en Kraus, mas al tiempo da la impresión de que Flórez va a realizar en escena una creación auténticamente novedosa, personal y probablemente polémica, dado que para ser entendida precisa de una actitud abierta no siempre característica de los aficionados, más intransigentes -y en proporción directa más locuaces en la red- cuanto peor informados o dotados para escuchar.

¿Por qué este optimismo? Pues bien, condición imprescindible no siempre observada, Flórez realmente ‘canta’ el rol, algo que a menudo no se cumple adecuadamente, y la coherencia de su interpretación denota un gusto musical y dramático de primer orden. Ha demostrado en estos tres números una propiedad canora y estilística que no siempre se halla en otros duques muy admirados, porque, vocalmente, Rigoletto es fundamentalmente belcantista, por más que la trama haya servido de pretexto a muchos cantantes para conferirle un cariz verista y así obviar el virtuosismo de la escritura con soluciones espurias.

La tesitura no implica ningún problema, desde el temido y a menudo cortado Re sobreagudo de la cabaletta ‘Possente amor mi chiama’ a momentos melódicos como ‘Parmi veder le lagrime’ donde se requiere cierto cuerpo y Flórez colorea con acierto y una expresividad llega a emocionar. Evidentemente, el manido recurso a la testosterona viene sustituido por una pose aristocrática y, quizá en lo que constituye su mayor originalidad, un aire un tanto insustancial, como la superficie de una maldad no calculada, sino meramente frívola e inconsecuente. ‘Questa o quella’ resulta paradigmática en este aspecto: su duque no aparece como un hombre de pelo en pecho ni un gallito de taberna, sino simplemente como un apuesto joven lleno de frescura y jovialidad que parece divertirse y sentirse contento sin saber muy bien por qué en su vida decadente.

No fue el único honor reservado para esa noche. Flórez introdujo un intercambio en la pieza de Rossini: ‘Che ascolto, ohimè’ de Otello por ‘Deh, troncate i ceppi suoi’, el aria de ‘Norfolk’ en Elisabetta, regina d’Inghilterra, que nunca había afrontado en España como tuvo a bien anunciar. Se mostró insuperable, como siempre al abordar Rossini, dado que en este repertorio sus dotes marcan respecto de sus compañeros de cuerda una distancia, sin género de duda, abismal.

Inigualables esta perfecta ejecución de la coloratura, el buen gusto e inteligencia del fraseo, la belleza y homogeneidad de la voz en su amplia extensión -mayor en tamaño de cuanto muchos pretenden- y, en definitiva, todos esos factores distintivos cuyo conjunto es mayor que la suma de las partes y hacen de su canto e interpretación belcantista un hito histórico.

‘Deh, troncate i ceppi suoi’ se convirtió en un botón de muestra no ya del Flórez conocido, sino de un artista extraordinario en un momento de forma pletórico. Estas cualidades brillaron con especial intensidad en la perla donizettiana ‘Linda! si ritirò’ de Linda de Chamounix, donde su soberbio don melódico y, como colofón, el impresionante fiato de la frase conclusiva en piano hizo, literalmente, bramar al público.

En el balance general, el fulgor de estas novedades ensombreció un poco la primera parte, donde lo que en otra circunstancia se destacaría devino en rutina de un fuera de serie: la exquisitez de ‘L’espoir renait’ y ‘Je perdu mon Euridice’ del Orfeo de Glück, así como su impagable Mozart (‘Dies bildnis’ de Die Zauberflöte, ‘Il mio tesoro’ de Don Giovanni).

Más entusiasmo provocaron las canciones de Rosa Mercedes Ayarza de Morales La rosa y el clavel, Malhaya, y Hasta la guitarra llora, llenas de espontaneidad y saber decir. Para entonces, el ambiente desbordaba entusiasmo y tras Linda de Chamounix, la última pieza, Flórez llegó a ofrecer cuatro propinas: ‘Una furtiva lagrima’ de L’elisir d’amore, ‘Ah, il piu lieto il felice’ de Il barbiere de Siviglia, ‘Ah mes amis’ de La fille du regiment y la canción Júrame, de Maria Grever.

Toda una exhibición de facultades en la que el tenor estuvo acompañado por Vincenzo Scalera, un pianista habitual desde hace treinta años para las grandes figuras de la lírica cuya experiencia y sensibilidad supusieron el complemento perfecto para un recital verdaderamente grande.

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