Una producción en la que no hay disonancias entre libreto y partitura de un lado y escenificación del otro, resulta mucho más apropiada para iniciar a la ópera a un público bisoño que “actualizaciones” cuya incongruencia se convierte en un obstáculo insalvable
El espectáculo transpira obsesión, sufrimiento interior del protagonista que llega hasta el desgarramiento y la extenuación, desde los dementes acompañantes del a su vez enloquecido Félix, que abren y cierran la estructura de la propuesta, con ese ambiente oscuro y tenebroso que evoca la risa callada y malévola que podrían emitir los endemoniados personajes de las pinturas negras de Goya, hasta los enérgicos taconeos y poses dancísticas del bailaor, que se manifiestan cual rebelión frente a la autoridad del maestro de baile en los ensayos del ballet español.
Es necesario empezar a clasificar la autoría de estas obras como Soler-Nin, porque lo que hizo Nin supera la simple transcripción para entrar claramente en el terreno de lo creativo
Llama la atención en 'I Lombardi' una rareza dramatúrgica: la aparición post mortem de Oronte, lo que es curioso porque la tradición italiana del teatro es realista, no ama lo ultraterreno y cuando en la ópera italiana aparecen los fantasmas estos son traídos de la mano de la gente del norte, Shakespeare, Walter Scott …
Domingo, como Nabucco, no es dios.Acaso rey (emérito) de su profesión, debería guardarse de la condescendencia ajena que evita reconocer cómo el rey se está presentando cada vez más desnudo.Anna Pirozzi y Alisa Kolosova se comieron artísticamente a Domingo y a todos los demás.
Giuseppe Verdi: Attila, melodrama en un prólogo y tres actos con libreto de Temistocle Solera (1846).Daniele Abbado, dirección escénica.Gianni Carluccio, escenografía, vestuario e iluminación.Daniela Cernigliaro, vestuario.
La tradición de batutas italianas que han hecho I lombardi es ilustre y Mariotti es el último eslabón de esa cadena, capaz de encontrar un equilibrio prácticamente perfecto, que pone freno al ardor risorgimentale de estas opere di galera de modo que no hay ruido y sí sabiduría para resaltar los mejores momentos de la partitura, las arias líricas, pero también los arranques furibundos de la soprano.
Chailly, aunque a veces se tomó las cosas con calma, nos sirvió un preludio sombrío y majestuoso y una introducción magistral al cuadro de Aquileia, la del famoso amanecer, que pone el dominio verdiano de los recursos orquestales muy por encima de los que muchos están dispuestos a concederle.
En el majestuoso desfile coreografiado de entrada, al son del preludio del acto tercero de la zarzuela Los burladores de Pablo Sorozábal, de decimonónica ambientación, a los ojos del espectador se le va presentando un amplio abanico de trajes empleados a lo largo de la historia del Ballet Nacional, perfecta introducción para el espectáculo que arranca con la coreografía de escuela bolera de Antonio Ruiz Soler, Eritaña, unas sevillanas que luego verán su reflejo más sobrio en Puerta de tierra, del mismo coreógrafo, ambas de 1960 y con música de Isaac Albéniz.
Los méritos, considerables, estuvieron todos en la parte musical.Por empezar en la dirección absolutamente maravillosa de Mariotti, que sabe dosificar perfectamente los ardores del joven Verdi con los momentos reflexivos, líricos, dolientes y las expansiones de los números de conjunto sin perder una sola vez de vista el escenario y las necesidades de los cantantes.