Alemania
Un Stravinsky infrecuente
J.G. Messerschmidt
La lectura de la obra que propone Erdl es de gran interés, pues se aleja un tanto de las versiones que acentúan el carácter ‘primitivista’ y expresionista de la pieza. En esta versión la preponderancia del elemento rítmico es relativizada (acentuación sin excesivo énfasis, tiempos moderados), permitiendo a otros aspectos de la obra aflorar claramente a la superficie y ganar un protagonismo que con cierta frecuencia se les niega. En primer lugar, el discurso melódico (no olvidemos que Stravinsky fue un admirador entusiasta nada menos que de Bellini) está cuidadosamente trabajado y se desenvuelve con fluidez, sin trabas ni rupturas.
El gran desafío de la obra, la compaginación de planos sonoros y el logro de un adecuado equilibrio tímbrico, es resuelto de manera limpia y sin tensiones, gracias a la precisión y competencia técnica de director e instrumentistas. Precisamente es en este campo en el que Florian Erdl demuestra una sensibilidad poco común, que le permite desplegar una variada y muy transparente gama de matices tímbricos. A ello contribuye, sin duda, su atenta configuración de la dinámica, tornasolada y llena de sutilezas. Es éste un Stravinsky leído ‘a la francesa’ (en el tratamiento de las maderas, por ejemplo), como si presagiara ya lo que será, muy poco tiempo después, la música del grupo de los seis.
Desde un punto de vista artístico, esta versión sobresale por su seriedad y su serenidad. No hay asperezas ni exhibicionismos virtuosísticos. Los intérpretes parecen querer mantener una cierta distancia, que les permita abordar la obra como lo hacen, con una cierta introspección, de modo reflexivo, sin renunciar a la ironía, pero sin dejarse llevar por el humor ácido. Incluso en los pasajes de carácter más grotesco, se mantiene la elegancia. Tampoco falta un cierto tono de ensueño, que deja claro que estamos frente a un cuento fantástico e ingenuo. Donde mejor pueden apreciarse estas cualidades es quizás en las tres breves danzas de la segunda parte (tango, vals, ragtime), que suenan aéreas, misteriosas, con un talante levemente decadente y de salón. Qué duda cabe, en algunos pasajes (por ejemplo en la danza del diablo o en su marcha triunfal) sería deseable una mayor tensión, un pulso más robusto, una agresividad más decidida. No obstante, estamos ante una interpretación de alta calidad y , sobre todo, llena de ideas sugerentes.
Por lo que respecta a la recitación, destacaremos la labor de Isa Weiss, en el papel de 'Narradora', en el que, con vivacidad, una voz rica en inflexiones y sin que decayera en ningún momento la tensión narrativa, supo transmitir los múltiples los estados de ánimo, atmósferas y situaciones existenciales que presenta el texto. En algunos momentos, sin embargo su lectura del texto resultó algo apresurada. Como 'Soldado', Marian Kindermann cumplió correctamente con su cometido, si bien no acabó de calar psicológicamente en el personaje y en algunos momentos se tuvo la impresión de que su lectura resultaba algo mecánica. Annika Ullmann fue un 'Diablo', para nuestro gusto, demasiado inocuo.
Comentarios