Francia

Sobre todo, tacto

Jorge Binaghi
viernes, 30 de enero de 2009
París, sábado, 24 de enero de 2009. Opéra de Paris. Palais Garnier. Yvonne, princesse de Bourgogne (estreno mundial), libreto de Luc Bondy sobre la obra homónima de Witold Gombrowicz, música de Ph. Boesmans. Puesta en escena: Luc Bondy. Escenografía: Richard Peduzzi. Vestuario: Milena Canonero. Luces: Dominique Bruguière. Intérpretes: Dörte Lyssewski (Yvonne), Paul Gay (Le Roi Ignace), Mireille Delunsch (La Reine Marguerite), Yann Beuron (Le Prince Philippe), Victor von Halem (Le Chambellan), Hannah Esther Minutillo (Isabelle), Jason Bridges (Cyrille), Jean-Luc Ballestra (Cyprien), Guillaume Antoine (Innocent), y otros. Ensemble vocal ‘Les jeunes solistes’ (preparado por Rachid Safir y Daniel Navia) y Klangforum Wien. Dirección de orquesta: Sylvain Cambreling
0,0001925 La frase la repite en sonsonete la reina, y con ella le hacen burla sus iguales. Pero si hay una moral, aquí (en la obra de Gombrowicz, seguida pero resumida y simplificada, tal vez todo sea más complejo), es esa. Y que no hay que comer percas en los banquetes de boda -al menos no ninguno de los contrayentes, particularmente si es glotón- porque tienen muchas espinas y pueden provocar muerte natural (aunque muy deseada por quienes no han logrado desembarazarse de un personaje molesto de otro modo). El personaje molesto es la protagonista y no canta: dice algunas frases, refunfuña, eructa, es fea y poco educada, despide malos olores (brillante creación de una de las ayudantes de la puesta en escena).

El tándem Bondy-Boesmans funciona como en ocasiones anteriores. Si esta vez la pieza elegida es menos clásica (no puede competir aún con Schnizler, Shakespeare o Strindberg), el autor es una de las grandes voces de la segunda mitad del siglo XX y más difícil de poner en música que los anteriores. Sin embargo, aunque no estoy convencido de que se trate de otro Jarry (aquí lo parece más de una vez), el absurdo cómico o grotesco les ha funcionado mejor que el drama de la ‘señorita Julia’, pero menos bien que ‘la ronda’ de los amores o el ‘cuento de invierno’. Además, como se ha tratado de un encargo de la Opéra, el texto está en francés. Sin competir con la gran creación de Lavelli en el estreno argentino de la pieza teatral (hace nada: cuarenta años aproximadamente), la del libretista es lograda, con su escena única -faltaría más- a la que pocos detalles bastan para transformarse en uno u otro ambiente. Si no se puede hablar de personajes, ni casi siquiera de ‘tipos’ porque estos son caricaturas más o menos estilizadas (‘Isabelle’, la dama de honor sensual, ‘La reina Margarita’, vestida un tanto exageradamente bien) o groseras (‘El rey’, cuando no está en albornoz y calzoncillos, aparece más bien como un mecánico de garage de discreto pantalón rojo), el vestuario, las luces y la disposición de los movimientos -también exagerados- funcionan.

En lo musical, también estamos ante lo previsible: música bien hecha, que subraya bien el texto (muchas veces recitado o hablado), no ‘melodiosa’, pero tampoco ‘enervante’, y cuando toca el momento de la ‘evocación’ o el ‘pastiche’, obviamente estando en Francia aparece una especie de cancan offenbachiano muy oportuno. Boesmans ha escrito incluso un aria para la reina, en la que se lució (incluso utilizando las limitaciones actuales de su instrumento, más grande, pesado, oscuro y de agudo mermado y estridente, aunque conserva los filados, muy metálicos) Mireille Delunsch.

En el plano estrictamente vocal, quien se las tiene que ver y desear es el ‘príncipe’. Por suerte, Beuron es un excelente ejemplo de la escuela francés y si la voz también se ha oscurecido algo, ha ganado en volumen sin perder en extensión. Y, como todos los demás, es un cumplido actor y su francés es clarísimo.

Casi lo mismo vale para ‘el rey’ de Paul Gay, al que hace años había escuchado con voz más oscura, de bajo. Ahora se presenta como bajobarítono (parece que las tipologías vocales últimamente son muy indefinidas y así como hay sopranos-mezzo o mezzo-sopranos, o lígeras que son spinto y viceversa, casi no se encuentra hoy un bajo puro -ni un barítono, salvo los líricos- y todo va a parar al canasto ‘bajobaritonal’). En la descripción de los roles se señala ‘barítono’. Lo que fuere y lo que sea, Gay se divirtió mucho y cantó bien.

Excelente, con el timbre sensual en el centro que había encontrado a faltar en el ‘zorro’ de La zorrita astuta, Minutillo fue todo un lujo en su frívola y sexy ‘Isabelle’.

De los demás, además de dejar explicitado que el coro asumió, cuando tuvo que hacerlo, partes solistas con absoluta propiedad y también se movió de modo insuperable, hay que destacar la promesa y el buen hacer de Bridges, Ballestra (sobre todo él) y la voz (esta sí de bajo) y emisión sonora de Antoine en el único personaje más o menos simpático, el del ‘Inocente’. Von Halem también conserva su timbre y su volumen de bajo, pero el paso del tiempo se nota en una emisión fija y entubada, aunque el artista es siempre natural y elegante y sirvió muy bien a este ‘Chambelán’ obsecuente y ocurrente.

La orquesta, como el coro, especializada en la música actual sonó espléndida y Cambreling dirigió la partitura con gran conocimiento y afecto, además de que es un repertorio que le sienta como ningún otro, tiene gran familiaridad con las obras de Boesmans desde su época en La Monnaie de Mortier, que como se sabe es quien rige aún los destinos de la Ópera de París, pese a que ha pasado los sesenta y cinco y cuando acabe la temporada (ha preparado también la próxima, que creo que se le respetará como él no hizo con algunos títulos de Gall).

El numeroso público asistente pareció complacido y divertido. Para una obra de dos horas exactas, separadas muy exactamente en la mitad por un intervalo de treinta minutos (en un principio se había anunciado una duración de hora y tres cuartos sin pausa), y estreno absoluto, todo un logro. Cuánto permanecerá en el repertorio y por qué es para mí una incógnita que se empezará a resolver cuando hayan pasado los estrenos en las dos ciudades que, como viene siendo habitual en las creaciones contemporáneas, coproducen la obra: naturalmente La Monnaie (en septiembre de 2010 si mis informaciones son correcta) y casi tan naturalmente las Wiener Festwochen (no sé cuándo). En unos veinte o treinta años probablemente se sabrá con más claridad: no sé si estaré, ni si estaré en condiciones de enterarme; de momento diré que no siento una necesidad imperiosa de volver a ver la ópera.
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