Alemania

Un otoño en Múnich (3): Ni mal ni bien...

J.G. Messerschmidt
miércoles, 3 de febrero de 2010
Thomas  Hengelbrock © Ibermúsica Thomas Hengelbrock © Ibermúsica
Múnich, jueves, 19 de noviembre de 2009. Philharmonie (Gasteig). Alice Sara Ott, piano. Orquesta Filarmónica de Múnich. Dirección: Thomas Hengelbrock. W. A. Mozart: Sinfonía nº 32 KV 318. P. I Chaicovsqui: Concierto para piano y orquesta nº 1 op. 23. B. Bartók: Concierto para orquesta Sz. 116.
0,0003581 Thomas Hengelbrock debe su prestigio a su labor como intérprete de música contemporánea y como director que trabaja siguiendo criterios históricos. A lo largo de su carrera ha ido ampliando considerablemente su radio de acción, como demuestra el programa de este concierto. No es extraño, tenieno en cuenta los antecedentes del director, que en el primer movimiento de la Sinfonía de Mozart su ataque sea especialmente recio. La dinámica y el fraseo son en su lectura ricos en matices, los tiempos vivos, pero sin caer en excesos. Lo que no acaba de convencer es su distribución de los planos sonoros, pues los primeros violines quedan se quedan muy atrás con respecto al resto de la orquesta. De este modo la melodía principal se desdibuja un tanto y se produce un oscurecimiento innecesario. Esta misma oscuridad afecta negativamente al Andante, por lo demás bien articulado y pronunciado, clásico y sereno. El Allegro spiritoso final permite a los metales momentos de enorme lucimiento, con refinado fraseo y dinámica. Lamentablemente las maderas son relegadas a representar un papel demasiado modesto, lo que nuevamente confiere una cierta oscuridad y hasta algo de pesadez tímbrica a esta interpretación.

En su lectura de la parte orquestal del Concierto de Chaicovsqui, Hengelbrock ofrece una versión enérgica, monumental, pero sin tosquedades, bien planeada y con un interesante trabajo de las maderas; ahora bien se le puede reprochar que en determinados pasajes, sobre todo del primer movimiento, la orquesta suena demasiado compacta, falta de transparencia, de tal manera que el sonido surge pétreo y en cierto modo apelmazado. La distribución de planos sonoros no es siempre feliz y por momentos se advierte una cierta falta de unidad entre las familias orquestales, sobre todo en el aspecto estilístico y en el tratamiento de los temas, demasiado heterogéneo.

Alice Sara Ott es uno de los más recientes hallazgos de la casa discográfica Deutsche Gramophon, que la ha lanzado al mercado fonográfico sin reparar en medios. Se trata de una pianista de apenas veintiún años, nacida en Múnich y formada en el Mozarteum de Salzburgo. De origen germano-coreano, Ott posee el atractivo visual, matizado con unas gotas de exotismo, de la mayoría de las intérpretes femeninas que han venido apareciendo en los últimos años, sean cantantes de ópera, directoras de orquesta o instrumentistas. Pero pese a ello, de ningún modo calificaremos a Ott de intérprete más o menos correcta y sobre todo visualmente decorativa, como tantas que pueblan las salas de conciertos y los estudios fonográficos en nuestros días. Alice Sara Ott posee una técnica sobresaliente, su entrega y su emoción son sinceras; es decir, que tiene las cualidades imprescindibles para llegar a ser una gran pianista, algo que, si hemos de juzgar por su versión del concierto de Chaicovsqui, aún no es. Desde luego, la pieza elegida para este concierto es de las más difíciles del repertorio, no sólo en sí misma, sino también por la gran gama de intérpretes con los que se puede establecer una comparación. En el primer movimiento Ott se revela como una intérprete muy recia, casi viril, lanzada a expresar la atormentada emotividad de Chaicovsqui en un estilo titánico que en el segundo tiempo desemboca en un cantabile demasiado a menudo desnaturalizado por un virtuosismo algo aparatoso, más dado al capricho que al lirismo interiorizado que exige la obra. La pulsación de Ott es excesivamente percusiva, más articulada a partir del movimiento del antebrazo y aún del brazo, que en una energía canalizada en el juego de muñeca y dedos, un error que a largo plazo puede llegar a ser verdaderamente problemático. El mismo virtuosismo un poco forzado se hace patente en el último movimiento. Lamentablemente en la apoteosis final, Alice Sara Ott se deja llevar por un algo descontrolado impulso emotivo, con lo que su versión acaba en compases más bien toscos y pobres en matices. Como bis, la pianista muniquesa ofreció una exquisita, muy poética y elegante versión de un Vals de Chopin, lo que nos hace pensar que posee cualidades que en el Concierto de Chaikovsky no llegó a sacar a la luz.

El Concierto para orquesta de Bartók es una obra de grandes exigencias para cualquier director y cualquier conjunto sinfónico. Al margen de su complejidad técnica, presenta una dificultad adicional, que es la de conservar y exponer claramente su densidad conceptual, por una parte, y no aburrir al oyente, por otra. En la introducción (andante non troppo-allegro vivace) la Filarmónica de Múnich suena llena de vigor y energía; Thomas Hengelbrock dibuja frases claras, bien definidas y matizadas en cuanto al color. Lo que no convence es el exceso de volumen, así como, igual que en Mozart, el excesivamente modesto papel concedido a los primeros violines. En el segundo tiempo los matices de color, la moderación en el volumen y el bello fraseo, así como el excelente nivel técnico de la orquesta, dan como resultado una interpretación hermosamente equilibrada. En la Elegia, andante non troppo nuevamente el exceso de volumen lleva a un empobrecimiento dinámico, si bien técnicamente el ataque y la articulación de las frases siguen siendo notables. En el cuarto tiempo resulta de especial interés la tensión interna que recorre todo el movimiento, el más ‘romántico’ de la obra. En el final (pesante-presto) la interpretación alcanza una elegancia mayor que en los cuatro primeros movimientos, si bien también aquí empañada por una cierta falta de transparencia en la disposición de los planos tímbricos.
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