Alemania

Virgilio, Purcell y la multi-culturalidad

J.G. Messerschmidt
viernes, 4 de octubre de 2013
Múnich, miércoles, 3 de julio de 2013. Teatro Cuvilliés. Dido y Eneas. Ópera con música de Henry Purcell y libreto de Nahum Tate según el libro IV de la Eneida de Virgilio. Interpolaciones: musica tradicional maqam. Dirección escénica: Heike Hanefeld. Versión musical: Hans Huyssen. Vestuario: Barbara Anna Keiner y Marion Schultheiss. Coreografía: Élodie Lavoignat. Intérpretes (miembros del conjunto Così facciamo): Stefanie Krug (Dido), Christian Sturm (Eneas/Marinero), Beate Gartner (Belinda/Primera bruja), Monika Lichtenberger (Mujer/Segunda bruja), Martina Koppelstetter (Hechicera/Espíritu), Anton Leiss Huber (Séquito/Bruja), Joel Frederiksen (Séquito/Bruja); Kumiko Yamauchi y Daniela Willert (violín barroco), Andreas Pilger y Veronika Stadler (viola barroca), Ann Fahrni (violone), Uwe Grosser y Joel Frederiksen (laúd, guitarrón, guitarra barroca), Hans Huysen (violonchelo barroco). Intérpretes de música maqam: Saad Thamir (darabauka, req, daff y canto), Bassem Hawar (violín de gamba árabe), Roman Bunka (laúd árabe). Bailarina: Élodie Lavoignat. Dirección musical: Hans Huyssen.
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Un príncipe troyano huído de su patria conquistada por los aqueos, llega a Cartago, recién fundada por una reina fenicia desterrada. El príncipe y la reina se enamoran, pero él debe someterse a su propio destino, que lo llama a Italia para convertirlo en el ancestro de un gran imperio, Roma, que siglos más tarde habrá de destruir a Cartago. La reina abandonada se suicida.

En la Europa de 2013, que tras siglos de racismo y de altivo aislamiento étnico, acaba de descubrir con enstusiasmo el mestizaje y, con menos alegría, las lacras que conlleva ("problemas de integración", "guerra de las culturas", etc.), resulta difícil no caer en la tentación de interpretar este episodio de la Eneida en clave de conflicto "multicultural". En realidad, ni la epopeya de Virgilio ni el libreto de Nahum Tate ni, muchísimo menos, la música de Purcell dan pie a semejante interpretación. Pero la fuerza de la moda parece irresistible, de modo que es ella la que se impone en esta producción, curiosamente mucho más en su faceta musical que en la escénica.

A los miembros de Così facciamo, un conjunto de instrumentistas y cantantes especializado en música antigua, se unen tres intérpretes de música maqam, un "género" clásico de la música árabe cuyo origen se remonta a la Edad Media y que es cultivado especialmente en Irak. El concepto de maqam es en sí mismo complejo, pues por un lado denomina un determinado sistema de escalas tonales, mientras que por otro se refiere al modo de formar melodías a partir de esas mismas escalas. El uso de ciertos patrones melódicos más o menos fijos, determinados por la tonalidad elegida, deja sin embargo bastante espacio para la improvisación por parte de los intérpretes. Así pues, piezas de música maqam (interpretadas por Saad Thamir, Bassem Hawar y Roman Bunka) son interpoladas en la partitura de Purcell (a cargo de los miembros de Così facciamo).

En el ámbito de la interpretación musical estamos ante una producción exquisita, refinadamente camerística, que acierta en dar a la obra el carácter meditativo e íntimo que exige, algo que, en esta ópera, ocurre rarísimamente. Los instrumentistas de Così facciamo acompañan a los solistas con sensibilidad y buen gusto: los criterios históricos son aplicados con austeridad y sin renunciar a una bien matizada, intensa pero contenida expresión afectiva.

Martina Koppelstetter como Hechicera en Dido y Eneas de Purcell. Versión musical de Hans Huyssen. Dirección escénica de Heike Hanefeld. Múnich, 2013

Stefanie Krug es una Dido poderosa, con total dominio de una voz bella y en la plenitud de sus facultades. Su fraseo y su dinámica son estupendos. El Eneas de Christian Sturm es digno y sobrio. Menos satisfactoria resulta Beate Gartner (Belinda), cuya voz demasiado delgada, bastante incolora y carente de armónicos, resulta insuficiente para este papel. Excelente es la interpretación de Martina Koppelstetter, una mezzo versátil, de voz hermosamente oscura, con la que obtiene efectos expresivos altamente dramáticos, al tiempo que da pruebas de poseer una enorme musicalidad. Monika Lichtenegger, Anton Leiss-Huber y Joel Frederiksen están también a la altura de las circunstancias. Los pasajes en los que el conjunto de solistas vocales actúa como coro son una verdadera delicia. Aun sin sentirnos en condiciones de emitir un juicio sobre la interpretación de música maqam, no podemos dejar de señalar que las melodías interpretadas por Saad Thamir, Bassem Hawar y Roman Bunka suenan maravillosamente.

Dido y Eneas de Purcell. Versión musical de Hans Huyssen. Múnich, 2013

Desgraciadamente el concepto escénico-teatral está muy por debajo de la interpretación musical. En primer lugar, la incoherente dramaturgia musical naufraga sin remedio. La música maqam es interpolada de modo poco afortunado, pues ni logra una continuidad ni marca un verdadero contraste en relación a la música de Purcell. Pero lo peor es la falta de función dramatúrgica de estas interpolaciones, tan mal resueltas escénicamente que se quedan en una especie de aditivo pintoresco, bienintencionado, pero malogrado. La multiculturalidad buscada se agota en una yuxtaposición de elementos que no casan, que se quedan sin relación entre sí, aislados, hablando cada uno su propio idioma, dándose la espalda el uno al otro, sin entenderse ni integrarse...

Dido y Eneas de Purcell. Versión musical de Hans Huyssen. Dirección escénica de Heike Hanefeld. Múnich, 2013

Esta falta de unidad en lo musical se ve agravada por una dirección de actores muy pobre, en la que las situaciones del drama son tratadas de modo harto banal. La única figura que se salva es la de la hechicera, pero mucho más por la fuerte presencia escénica de su intérprete, Martina Koppelstetter, que por la nada inspirada dirección escénica de Heike Hanefeld. La coreografía de Élodie Lavoignat, que como bailarina está muy lejos de ser una Pavlova, es, en sus mejores pasajes, una mediocre serie de ejercicios de escuela torpemente ejecutados. Las danzas que se ven obligados a bailar los cantantes sobrepasan el límite de lo grotesco. El balance final es el de (casi) siempre: autores e intérpretes no merecieron que se los castigara con una dirección escénica como ésta.

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