Reportajes
La gloria mundana de Giacomo Puccini
Gustavo Gabriel Otero
La vida infantil y juvenil de Giacomo Puccini fue signada por la escasez. Sus años de Conservatorio en Milán tuvieron algunos episodios dignos de La Bohème y, como él mismo escribió a su madre ’no paso hambre pero diría que no como bien’. Cuando se estrenó Le Villi, el 31 de mayo de 1884, sólo tenía cuarenta centésimos en sus bolsillos y como vestimenta utilizó el único traje pardo que poseía. Unos días más tarde Ricordi compró los derechos de la obra y le entregó el primer billete de mil liras que vio en su vida. Pero sus dificultades económicas duraron hasta el estreno de Manon Lescaut, en 1893. Desde entonces, la gloria, la fama, el éxito y el dinero llegaron a manos llenas.
Primero recompra la casa natal de Lucca y posteriormente varios inmuebles, siempre en las cercanías de Lucca (Chiatri, Torre del Lago, Abetone en Pistoia, Viareggio, Torre della Tagliata en Orbetello, etc.), pero no se convierte en un terrateniente. Como buen hombre de su época, su interés por las máquinas era notable y no quedó maravilla moderna por probar por parte del maestro luqués. Prueba de ello son desde su primera bicicleta, comprada en 1895 -con las ganancias de Manon Lescaut- hasta sus autos, lanchas, motos, gramófonos, equipos de radio y la primera línea telefónica de Torre del Lago. Por caso, su primer automóvil fue un De Dion Bouton, auto francés de 5 HP, comprado en junio de 1901 con manubrio y no volante, seguido de un Clément de 8 HP -aquél del accidente de febrero de 1903- a los que se sumaron, entre 1904 y 1920, dos De Dion Bouton más, tres Fiat, dos Isotta Fraschini, dos La Buire, un Sizaire et Naudin y un Itala, los cuales poseyó alternada o conjuntamente. Sus dos últimas adquisiciones fueron dos Lancia: un Trikappa en 1923 y un Lambda en 1924. El sonido de un claxon, hoy diríamos bocina, es un pequeño homenaje al automóvil en el inicio de Il Tabarro, dentro de sus clásicos primeros minutos que pintan el ambiente en casi todas sus obras.
Aunque prefería la tranquilidad rural en la Toscana, Puccini poco a poco se fue convirtiendo en un hombre de mundo: banquetes, recepciones, entrevistas, trajes de etiqueta, políticos, reyes y personalidades no le fueron ajenos. Sus viajes por casi toda Europa y sus estadías en Argentina, Uruguay, Egipto y Estados Unidos hablan a las claras de su faz mundana y la soledad de las cacerías de su faceta introvertida.
Al éxito artístico y al económico -uno de los más importantes especialistas contemporáneos en la vida y en la obra de Puccini, Dieter Schickling, calculó que los ingresos a partir del éxito de Butterfly y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial alcanzaron a una suma que se corresponde con el poder adquisitivo actual de dos millones y medios de euros por año- se le sumó el reconocimiento académico, político, mundano y estatal.
En noviembre de 1892 fue nombrado ‘Soccio Accademico Correspondente della Reale Accademia di Scienze, Lettere ed Arti di Lucca’, así su ciudad natal se adelanta al verdadero triunfo musical ya que para ese entonces sólo contaba con el éxito inicial de Le Villi, de su Capriccio Sinfonico y del cuarteto Crisantemi, a lo que se sumaba la excelente acogida de sus conciudadanos luqueses a su ‘Edgar’ tan maltratado entonces como ahora.
En 1893 fue nombrado socio honorario de la Sociedad Filarmónica Guido Mónaco, en 1894 se le ofreció la dirección del ‘Istituto Musicale’ de Venezia, cargo y honor que rehusó al igual que la docencia como maestro de composición en Milán. En noviembre de 1897 integró la Comisión de Arte Musical del Ministerio de Instrucción Pública. El 24 de noviembre de 1899 la Academia Filarmónica de Bolonia lo designó miembro honorario.
En enero de 1901 representó oficialmente al Municipio de Viareggio en los solemnes funerales de Giuseppe Verdi. El 24 de octubre de 1905 recibió en Londres -de manos del Rey Eduardo VII- la Medalla de Oro al Mérito en Arte. Numerosos fueron los conservatorios y asociaciones que lo contaron como socio de honor o vitalicio y varias ciudades, también, como ciudadano honorario. En 1911 fue designado Presidente Honorario del Conservatorio de Lucca (Istituto Musicale Pacini), y el 18 de septiembre 1924 fue nombrado -aunque nunca asume- Senador del Reino de Italia.
La humilde corona de laureles que se lo ofreció en 1884 el día del estreno de Le Villi -hoy expuesta en el simpático Museo de Celle- fue superada con la llegada del éxito y la gloria mundana por coronas de bronce, plata u oro. Cada estreno mundial o reposición importante conllevaba numerosos dones al compositor: medallas de oro, cuadros, diplomas, relojes, joyas y pergaminos. Muchas de estas ofrendas de los teatros -pero también de los artistas, de la clase dirigente o simplemente del público- pueden verse en la ‘Sala de los triunfos’ en el Museo Casa Natal de Lucca.
El reconocimiento también llegó por medio de diversas condecoraciones; así el Reino de Italia lo distinguió al poco tiempo del estreno de Manon Lescaut, en el mes de febrero de 1893, con la Orden de la Corona de Italia en el grado de Caballero. Luego del estreno de La Bohème, en el mes de febrero de 1896 recibió el ascenso a Comendador de la misma Orden; posteriormente en octubre de 1911 fue promovido nuevamente en la Orden de la Corona de Italia al grado de Gran Oficial. Las condecoraciones no solo poseen grados sino que existen órdenes de jerarquía diferente. Así en el antiguo reino de Italia la Orden de la Corona era paso previo a ser condecorado con la Orden de los Santos Maurizio e Lazzaro, que tenía una jerarquía superior. Giacomo Puccini que ya poseía la primera de las órdenes en su tercer grado, fue nombrado Gran Oficial de la Orden de los Santos Maurizio e Lazzaro el 2 de octubre de 1923 por Vitorio Emanuele III.
El presidente Felix Faurè de Francia le ofreció la Orden Nacional de la Legión de Honor el 16 enero de 1899 durante la segunda función de La Bohème en la Opèra Comique. Algunas fuentes indican que en su primer grado, o sea el de Caballero y otras en el grado de Oficial. En el caso de extranjeros no es necesario pasar por el grado de Caballero para ser Oficial, como si es obligatorio con los ciudadanos franceses. Los diarios de la época publicaron que el decreto correspondiente sería firmado dentro de esa semana. Aunque alguna bibliografía indica que la encomienda se le impuso en marzo de ese año, el aserto es erróneo. No hay registros en el Museo de la Legión de Honor sobre dicha imposición. Probablemente la condecoración no se llevó a cabo por el fallecimiento del mandatario, en forma inesperada, el 16 de febrero de 1899.
No obstante unos años después, el 24 de octubre de 1903 por Decreto del presidente Emile Loubet, se le otorgó el grado de Oficial de la Legión de Honor, lo cual supone la concreción de la frustrada condecoración de 1899. El Museo de la Legión de Honor nos envió el Decreto dónde se discierne la Condecoración a más de treinta ciudadanos italianos de la época, entre ellos a Puccini -sujet italien, compositeur de musique- en el que consta que la condecoración está registrada bajo el número 10.190. El mismo decreto de 1903 indica, en algunos condecorados como Oficiales, la fecha de la imposición del grado precedente o sea el de Caballero. En el caso de Puccini no figura concesión anterior por lo que está demostrado que en 1899 la encomienda quedó en promesa y que, finalmente, la condecoración se concretó con el decreto del 24 de octubre de 1903.
En marzo de 1914 el emperador del Imperio Astrohúngaro lo condecoró con la Orden de Francisco José en el grado de Comendador, y el Príncipe Alberto I de Mónaco lo hizo Gran Oficial de la Orden de San Carlos el 27 de marzo de 1917 en coincidencia con el estreno mundial de La Rondine.
Su frac de hombre de mundo podía engalanarse con más de una medalla y sus respectivas cintas: roja (Legión de Honor), verde (Orden de San Mauricio y San Lázaro), blanca y roja (órdenes de San Carlos y del Emperador Francisco José), y roja con blanco en el centro (Orden de la Corona de Italia). Mudos testigos de esa gloria son las insignias expuestas en la Casa-Museo de Torre del Lago con el grado mayor adquirido de las órdenes de Francisco José, de la Legión de Honor, de San Carlos, de la Corona de Italia y de los Santos Mauricio y Lázaro.
A noventa años de su fallecimiento la mayor gloria continúa siendo el éxito y la popularidad de su música. Una rápida compulsa permite detectar que en 2014 se pueden encontrar unas dos mil quinientas representaciones de sus trabajos para la escena, lo que da un promedio de casi siete representaciones por día de sus óperas a lo largo del mundo en este año. Las más representadas son, como ocurre casi todos los años y en la mayoría de los teatros, La Bohème, Tosca y Madama Butterfly. A estas tres imbatibles le sigue Turandot. Las tres obras que conforman el Tríptico ya sea juntas -como el autor lo concibió- o separadas, contabilizan casi 200 funciones. Cercanas a las cien representaciones encontramos a Manon Lescaut y Fanciulla del West. Como es habitual, las dos obras de juventud apenas aparecen. Podemos registrar cinco funciones de la inicial Le Villi y apenas una representación en concierto de Edgar. La aún incomprendida Rondine no alcanza a las veinte representaciones en el año, aunque fue la escogida por su ciudad natal para dar comienzo a la primera edición del Festival denominado: Lucca i giorni di Puccini. A esto hay que sumarle los conciertos monográficos con fragmentos de sus obras, la presentación de sus piezas sinfónicas o de cámara, alguna aria suelta en diversas presentaciones y hasta el estreno mundial, el día propio del aniversario -29 de noviembre- en el Teatro del Giglio de Lucca, de dos partituras inéditas recién descubiertas dentro de la colección Porciani adquirida por la Fundación Puccini en septiembre: un Scherzo para orquesta y una versión para barítono y orquesta de la canción Ad una morta de la cual hasta ahora sólo se conocía la versión para canto y piano.
En vida fue ensalzado y despreciado por partes iguales por intelectuales, críticos musicales y musicólogos, envidiado por muchos de sus colegas, y siempre amado por el público. Hoy a noventa años de su desaparición física no existen trazas de su gloria mundana más que en los museos o en las hemerotecas, pero su música vive plenamente en cada rincón del planeta. ¡Viva Puccini!
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