Argentina
Digno Don Carlo en Buenos Aires
Gustavo Gabriel Otero

Luego de once años volvió al escenario del Teatro Colón Don Carlo de Verdi. Nuevamente las autoridades artísticas del primer escenario lírico argentino optaron rutinariamente por la versión reducida a cuatro actos en italiano y otra vez se privó al público de Buenos Aires de conocer la obra completa en cinco actos que nunca se ofreció en su escenario. La versión italiana en cinco actos no se representa en Argentina desde el siglo XIX y sólo se cuenta con una producción de la versión francesa en cinco actos en el historial del país: la efectuada en noviembre de 2011 en la ciudad de La Plata.
Con todas las dificultades musicales, escénicas y vocales que la obra tiene y que la hacen temible para los teatros de menor envergadura, como lo es el Colón en la actualidad, se logró una versión digna aunque no memorable de la obra.
Los aspectos escénicos fueron confiados a Eugenio Zanetti quien diseñó un vestuario suntuoso, realizado con altísima calidad por los talleres del teatro, una escenografía grandilocuente y un movimiento escénico rutinario y escenográfico sin precisiones o hallazgos actorales o teatrales. Una opción estética que tiene probada efectividad con buena parte del público del Colón, opinadores varios y algunos periodistas locales.
Dos grandes opciones marcaron la estética de la puesta: la utilización del famoso tríptico de El Bosco (Hyeronimus Bosch) denominado El jardín de las delicias, y la presencia de elementos carcomidos o degradados como símbolo de un mundo que se derrumba. El cuadro aparece tanto como escenografía explícita o implícita, como fondo proyectado y hasta con la presencia de tres enanos vestidos como alguno de los personajes del cuadro en la gran escena de Felipe II. Los elementos carcomidos o degradados se ven en los cimientos de las columnas y en los trajes que desde debajo de la cintura estaban como chorreados de pintura, simulando podredumbre o deterioro, o más explícitamente en algunos casos en el final de capas o vestidos se veían tripas.
Como metáfora de un trabajo personal la representación comenzó con un prólogo con textos, alguna actuación y campanas grabadas diversas, contando sobre la putrefacción del reino y que Felipe está contemplando su pintura favorita, el tríptico El jardín de las delicias, que se ve por delante. Todo un añadido inútil que nos muestra, además, al Rey con ropa de dormir pero con su manto real y su corona.
La gran escenografía está enmarcada con ocho grandes columnas -cuatro fijas y cuatro móviles montadas sobre el disco giratorio del escenario- con pátina dorada y bastante alejadas del estilo austero impuesto por ese Rey español, cada una de ellas tenía sus bases carcomidas sugiriendo una ‘decadencia’ sólo presente en la mente de Zanetti ya que no está insinuada por el texto ni es acorde a la realidad histórica. Esto se completó con rellanos y escaleras y permanente uso del disco giratorio para cambiar escenas aún dentro del mismo cuadro sin necesidad alguna. Como complemento aparecía una gran mano, un corazón rojo y un huevo gigantesco, los tres elementos de pésimo gusto, un incensario gigante o un Cristo enorme.
Muy buen trabajo de Eli Sirlin en la iluminación y prescindibles las proyecciones de Abelardo Zanetti, que en algunos momentos se tornaron molestas, sobre todo cuando el cuadro pasaba por detrás en forma constante.
En el trabajo estricto de director escénico Zanetti pareció prestar poca atención a la labor teatral y actoral. Las ideas de fastuosidad y de degradación parecieron ser las únicas decisiones teatrales, lo que dejó a los intérpretes librados a su suerte y mirando casi siempre hacia el público sin ningún juego teatral. La ovación tributada al final de la representación permite inferir que esta estética gastada y kitsch plena de figurantes, perros, enanos y poco teatro, es la que más gusta al intelectualmente envejecido público del Colón.
La Orquesta Estable bajo la batuta de Ira Levin amalgamó una versión prolija y correcta de la partitura a la que por momentos le faltó vuelo y en otros sobraron intensidades. Mientras que el Coro estable cumplió eficazmente su cometido.
El elenco de cantantes fue desparejo y allí estuvo la mayor flaqueza de la versión.
Quizás se puso mayor atención en la elección de los roles de flanco que en los principales. Esto parece desprenderse de la excelencia de las prestaciones de Rocío Giordano (Tebaldo), Iván Maier (Conde de Lerma), Darío Leoncini (Heraldo Real) y Marisú Pavón (Voz Celestial), que no se condice con el pobre resultado general de las actuaciones de los roles más importantes.
Sacando los comprimarios ya comentados las mejores voces fueron las de Fabián Veloz (Posa) y Alexander Vinogradov (Filipo II). Fabián Veloz fue un claro triunfador con su Marqués de Posa por color vocal, expresión, volumen y línea verdiana. Por debajo Alexandrer Vinogradov fue en Rey de absoluta solvencia en toda la extensión, con un bello timbre y adecuada proyección.
En el protagónico José Bros demostró ser una voz liviana y lírica alejada de los requerimientos del rol. A su favor digamos que fue convocado de apuro ante la cancelación de Ramón Vargas. Bros es un profesional serio que sacó adelante la representación a pesar de no ser un papel para su vocalidad actual y menos aún en un teatro de las dimensiones del Colón. Aparentemente sufrió un problema de salud durante el curso del segundo acto y a pesar de ello concluyó la función al límite de sus posibilidades, sin brillar pero sin desentonar.
Tamar Iveri no logró insuflar el vocalismo necesario a su Elisabetta, en un rol que no parecer estar dentro de las posibilidades actuales de la soprano. Algunas frases no se escucharon, otras fueron anodinas y algunas pocas fueron muy buenas.
En un punto medio la actuación de Béatrice Uria Monzon como Éboli. Sin descollar cumplió con los requerimientos de la parte. Es una artista cabal con interesante línea de canto que fue convocada a último momento para sustituir a la anunciada Violeta Urmana.
Con problemas de emisión Lucas Debevec Mayer compuso un pálido monje, con dificultades en el registro, engolamientos e inconvenientes en el volumen. La contratación de Alexei Tanovitski (Gran Inquisidor) no tiene justificación alguna, teniendo en cuenta su pobrísima e inaudible prestación.
En suma: una digna función de Don Carlo en una temporada que viene desarrollándose dentro de una preocupante medianía.
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