Francia
Helás! J'ai oublié de choisir les chanteurs
Jorge Binaghi

El Palazzetto Bru Zane, en Venecia, se ha convertido en el adalid del repertorio lírico francés olvidado y cada año rescata una o más obras –no sólo óperas- que en su momento parecían estar destinadas a mejor destino. Es el caso de La reine de Chypre, ciertamente interesante aunque no tanto (en particular por el interés dramático de los personajes y la acción) de la obra más conocida de su autor, y que aún resiste aunque con dificultades, La Juive, que la precedió. Pero si hasta Berlioz y ¡Wagner! rompieron una lanza por ella convendrá hacerles caso. Interés añadido, el argumento (histórico) es el mismo que poco tiempo después serviría a Donizetti para su algo más conocida Caterina Cornaro.
Por supuesto que no se puede sino aplaudir este tipo de operación, aunque habría que tener más cuidado a la hora de elegir los cantantes. Después de todos, si una obra nacía pensada para la Stoltz y Duprez, y al tenor del ‘do de pecho’ los críticos le echaban piropos por su actuación en el papel de Gérard en el momento de su estreno, hay que procurar que algunos de los pocos que hoy pueden hacer frente a las dificultades esté disponible y se avenga a cantar una parte difícil que casi ciertamente no volverá a cantar.
Pero ocurrió que hasta llegar a quien finalmente cantó la parte pasaron otros dos nombres (me atrevo a decir que ninguno adecuado). Droy tuvo la partitura el mismo día y se le agradece que haya salvado la función. Pero ahí acaba todo. Estaba claramente intimidado, pero ni en situación más favorable su tipo de voz de tenor ligero (canta Mozart, el Fenton de Verdi, el Almaviva rossiniano), de pequeño volumen y no mucha extensión, puede hacer justicia a la parte. A tal punto, que el segundo tenor, a cargo del rol del malvado de turno, el veneciano Mocenigo, Huchet, sonó con más incisividad y timbre, y eso seguramente no debe ser así.
Pero tampoco la elección de Gens para este papel parece la más acertada. Rosine Stoltz era una mezzo aguda, una Falcon, y triunfaba en la Rachel de La Juive y para ella concebía Donizetti su Favorite. No parecen roles destinados a una soprano en principio lírica, de buena escuela y fraseo, pero de timbre anodino, centro y grave escasos y agudo metálico.
Muy bien en cambio las voces graves. En primer lugar, en el papel de Lusignan, destinado al entonces célebre Paul Barroilhet, el joven barítono canadiense Dupuis se lució como voz y frase. Lo mismo, en la medida en que se lo permite un personaje poco agradecido como Andréa Cornaro, el bajo Stamboglis, de un color oscuro impresionante.
Incluso en el rol menor de un heraldo destacó otro barítono del Canadá, Lavoie, seguramente destinado a otros papeles de mayor enjundia. Sin mayor relieve, pero sin desentonar, el Strozzi, otro malvado más desdibujado porque sólo complice y secuaz de Mocenigo, del tenor Sargsyan.
La versión era integral, salvo por la música de ballet, suprimida al no ser segura la autoría de Halévy. El coro de la radio flamenca y la orquesta de cámara parisina, ambos dirigidos por Niquet, destacaron por sobre todos y fueron frenéticamente aplaudidos por un público numeroso, que demostró buena disposición y aplaudió con cordialidad al final del concierto.
Niquet demostró una vez más su capacidad, su fineza, su percepción ágil de los problemas y su destreza para encontrar el ritmo y la dinámica justos.
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