Estados Unidos

Luisotti versus Alagna y Semenchuk

Enrique Sacau
martes, 16 de enero de 2018
Roberto Alagna © 2018 by Metropolitan Opera Roberto Alagna © 2018 by Metropolitan Opera
Nueva York, sábado, 13 de enero de 2018. The Metropolitan Opera House. Pietro Mascagni, Cavalleria Rusticana. Ruggero Leoncavallo, I Pagliacci. Dirección escénica: David McVicar. Escenografía: Rae Smith. Iluminación: Paule Constable. Vestuario: Moritz Junge. Coreografía: Andrew George. Vodevil: Emil Wolk. Ekaterina Semenchuk (Santuzza), Roberto Alagna (Turiddu), George Gagnidze (Alfio), Rihab Chaieb (Lola) y Jane Bunnell (Lucia). Roberto Alagna (Canio/Pagliaccio), Danielle Piston (Nedda/Colombina), George Gagnidze (Tonio/Taddeo), Alessandro Arduini (Silvio) y Andrew Bidlack (Beppe/Arlecchino). The Orchestra & Chorus of the Metropolitan Opera House. Dirección musical: Nicola Luisotti.
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La penúltima vez que vi a Roberto Alagna en directo me fui en el intermedio. Fue el verano pasado en Londres y su Calaf desafinado y los alaridos de Lise Lindstrom como Turandot no me dejaron elección. Nos dijeron que estaba recuperándose de un catarro. En cualquier caso, fui a ver Cavalleria y Pagliacci con bastante escepticismo lo que hizo todavía más emocionante el enorme éxito que tuvo. Es posible que haya sido lo mejor que le he visto. Cantó sin grandes sutilezas, muchísima pasión y con alarde de virtuosismo, sobre todo luciendo fiato interminable en las frases más expuestas y cantando en forte. Quizás la distancia del escenario no me permitió ver que le estaban dando fuelle por detrás, pero fue un función de pónganse firmes que aquí estoy yo.

Que a uno lo sorprenda positivamente una representación de Alagna dice mucho de las modas de la ópera. Él y su ex-mujer, Ángela Gheorghiu, tuvieron su década prodigiosa en la que estaban hasta en la sopa. Luego nos olvidamos de ellos porque el la pareja de campanillas (que se sepa, solo en lose scenarios) era la de Anna Netrebko y Rolando Villazón. Charles Castronovo, Vittorio Grigolo (cuya presencia habitual en los teatros de primera división considero incomprensible) y sobre todo Jonas Kaufmann le han ido restando protagonismo. Es sintomático que en su crítica del New York Times Zachary Woolfe se refirió a Alagna como una “estrella infravalorada”

No han ayudado sus escándalos matrimoniales ni su salida de malos modos de La Scala. Pero la sensación al verlo en directo es la de un cantante que tiene muchos años por delante. El timbre está más oscuro pero uniforme, va sobrado de volumen y canta con esa seguridad que solo dan las verdaderas estrellas y él lo es. Este otoño protagonizará la apertura de la temporada del MET, honor de honores en el mundo de la ópera. Lo hará con Samson et Dalila y al lado de Elina Garanca. No se puede perder.

Tan bien como Alagna, sino mejor, estuvo la mezzosoprano Ekaterina Semenchuk, una Santuzza atormentada que actuó con la voz y sobrada de medios. Es la suya una voz homogénea, de timbre rico, sin estridencias y que proyecta como un láser. Cada vez me gusta más. Danielle Piston fue una Nedda de gran calidad aunque poco memorable. Es la suya una voz sin mordiente y en tan ilustre compañía pasa desapercibida. Mejor estuvieron dos excelentes secundarios: George Gagnidze, como Alfio y Tonio, y Rihab Chaieb, una Lola de primera.

Memorable fue también la dirección musical de Nicola Luisotti. Es sin duda alguna el mayor desastre de esta temporada y tengo que hacer un esfuerzo para recordar algo así en tiempos recientes. Dirigió a golpes y sin tensión, pero lo peor fue su acompañamiento de cantantes, que rozó la falta de profesionalidad. ¿Habían ensayado? A Semenchuk casi la ahoga en “Voi lo sapete oh mamma”, que dirigió con una lentitud falsamente trascendental y contra una cantante que quería apurar un poco. A Alagna, por el contrario, lo aceleraba en “Vesti la giubba”. Son solo dos ejemplos de un director que iba siempre por delante o por detrás y que por momentos estuvo a punto arruinar la velada.

La producción de David McVicar no parece tener un concepto en particular ni trata en modo alguno de conectar las dos óperas. Cavalleria se desarrolla en un escenario giratorio, que sirve de bar y de plaza. Todos van de negro y Alfio es un matoncete de pueblo, lo que se insinúa particularmente en la muerte de Turiddi: mas que un duelo de hombre a hombre parece un linchamiento. Si el negro y el marrón son los colores predominantes de Cavalleria, en Pagliacci se usa una paleta mas amplia.

McVicar sí tiene éxito en presentar un cómico vodevil como protagonista del circo, lo que hace un contraste mayor con el desenlace trágico de la ópera. Así es que sin ser una puesta reveladora o intelectualmente compleja (como la espléndida de Damiano Michieletto para Covent Garden), todo funciona a la perfección.

Pero el buen sabor de boca y el mejor recuerdo me lo dejaron Alagna y Semenchuk, quienes en Cavalleria me llenaron los ojos de lágrimas. Añado en broma que quizá sea cierto el dicho español (que se usa para justificar los coscorrones a los niños): quien bien te quiere te hará llorar.   

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