Alemania
Un final feliz para Odette y Sigfrido
Juan Carlos Tellechea
El coreógrafo belga Ben van Cauwenbergh (Amberes, 1958), director general del Aalto Ballett Essen, es el primero en rendir homenaje al gran maestro francés Marius Petipa, en el bicentenario de su nacimiento (11 de marzo de 1818), estrenando este sábado 27 de enero una versión propia de El lago de los cisnes, con música de Piotr Chaicovski, con ligeras modificaciones del clásico original, presentado por primera vez y con enorme éxito en el Teatro Mariinski de San Petersbugo hace 123 años.
Este es un año de aniversarios redondos también para van Cauwenbergh quien cumple 60 de edad y 10 al frente de la compañía y qué mejor forma de celebrarlo que con una bellísima historia de ensueño con final feliz como la presente. Los orígenes de este cuento de hadas, convertido en música de ballet (1876) por Chaicovski se pierden en los tiempos. Se cree que pudo haberse inspirado en Der geraubte Schleier (El velo robado), del cuentista alemán Johann Karl August Musäus (1735-1787). Pero hay expertos, como Fyodor Lopujov (1886-1973), que ponen en duda esta teoría, afirmando que el tema y el argumento en torno al amor, la fidelidad y la traición son escencialmente rusos. Lo cierto es que el primer estreno del ballet (1877) en el Teatro Bolshoi, de Moscú, con coreografía del austríaco Julius Reisinger y libreto (probablemente) de Vladímir Petróvich Béguichev y Vasily Geltser, no había tenido mucho éxito.
Desde entonces mucha agua ha pasado bajo los puentes y varias versiones notables han cobrado fama internacional con diferentes finales más o menos trágicos, en los que o muere el príncipe Siegfrido o el cisne blanco o los dos a la vez o ambos sobreviven, logran la felicidad y permanecen juntos para siempre. Este último mencionado es el final onírico que ha elegido van Cauwenbergh para su optimista versión de El lago de cisnes por la compañía del Aalto Ballett Essen, con dos bailarines literalmente de ensueño, el australiano Liam Blair (Sigfrido) y la japonesa Mika Yoneyama (la princesa Odette y el malvado cisne negro Odile).
El príncipe se ahoga aprentemente en su empeño por salvar a Odette de las aguas muy revueltas del lago (hay que imaginarse que pudo haberse desatado una fuerte tempestad). El efecto está muy bien logrado con una larga y hermosa tela azul desplegada y movida onduladamente sobre el escenario (escenografía y vestuario Dorin Gal). Sigfrido despierta entonces de su sueño y colorín colorado este cuento se ha terminado. Gal ha cooperado ya con gran éxito con Cauwenbergh en otros dos ballets en Essen, El cascanueces y Don Quijote.
Blair ejecuta con gran precisión los difíciles pasos de carácter, así como los acrobáticos saltos que requiere su papel. Yoneyama, bellísima, muestra una perfección técnica impresionante en ambos caracteres; si bien algo fría en su irradiación histriónica, se le ve algo mejor encarnando al cisne negro Odile que vistiendo el tutú blanco de Odette.
El malvado brujo Rotbart del cubano Moisés León Noriega cobra enorme fuerza y credibilidad, encantando a Odette para convertirla en un cisne blanco durante el día y transformarla en su verdadera forma humana de princesa a la noche. En realidad, Odile es su propia hija, una bruja tan maligna como él (de tal palo...), que se transforma en Odette con ayuda de su padre para que Sigfrido caiga en la trampa y sea víctima de su engaño.
Muy vivaz es también el Benno (amigo de Sigfrido) del armenio Davit Jeyranyan, a quien vemos asimismo en un pas de trois con la cubana Yanelis Rodríguez y la japonesa Yurie Matsuura, muy delicado y sensible. Dieciocho cisnes blancos, así como los cuatro pequeños (deliciosos), entre ellos la cubana Yusleimy Herrera León, suben a escena en el segundo acto. Éste es el más sensible de todos y en el que más cuidado puso Cauwenbergh en su adaptación, porque tiene que cuadrar todo muy bien, hasta el último detalle, para no estropear la obra.
En la danza española del tercer acto se luce con enorme salero la francesa Adeline Pastor con el kazajo Aidos Zakan; y a Yanelis Rodríguez se la ve exquisita en el baile ruso con el también armenio Armen Hakobyan. En fin, todos los intérpretes se lucen admirablemente en este festejo palaciego, para el que tanto Gal como el diseñador de la iluminación, Bernd Hagemeyer, logran espacios fabulosamente decorados. Este tercer acto requiere mucho arte, destreza y experiencia.
Cauwenbergh consiguió integrar al elenco de esta producción a la ex primaballerina francesa Monique Janotta, de 72 años, otrora integrante del Grand Ballet du Marquis de Cuevas y del Grand Ballet Classique de France, miembro de honor del Ballett am Rhein (Düsseldorf/Duisburgo), al que llegó en 1970 y del que, por último, fuera maestra de ballet entre 1998 y 2010, para que aporte todos sus conocimientos y valiosa experiencia en El lago de los cisnes que ella misma interpretara en múltiples oportunidades hasta 1996.
La coreografía de Petipa nos parece hoy muy lenta. Con su excelente labor, Cauwenbergh, quien interpretó al príncipe Sigfrido en la década de 1980 en Londres y en Hannover, logra gran dinamismo y tensión en la pieza, desde el primero hasta el último segundo de sus dos horas y media de duración (vídeo Valeria Lampadova). El coréografo belga era consciente de que la tarea debía hacerse con enorme respeto por el original, como quien restaura un cuadro de su compatriota, el flamenco Pieter Paul Rubens, y de que un error podría haberlo arruinado todo.
Es dificil lograr que un ser humano se enamore de un cisne, pero como es sabido por experiencia propia, en los sueños todo es posible. Sigfrido celebra su cumpleaños, conoce a Odette y a Odile, se duerme y allí comienza El lago de los cisnes con Rotbart metamorfoseando a su hija. Para los cambios, el coreógrafo solamente cuenta con suficiente margen de acción en el primero y en el último acto.
El director musical Johannes Witt impulsa magistralmente a la orquesta Essener Philharmoniker y extrae de la partitura de Chaicovski sonidos muy coloridos, suaves y fluidos. El violinista Florian Geldsetzer, a su vez, consigue matices maravillosos en sus varias intervenciones solísticas, coordinadas y acompasadas puntillosamente con los exquisitos y exactos movimientos de los bailarines.
Los aplausos, ovaciones y exclamaciones de aprobación casi derriban los muros de la sala del precioso Aalto Theater, de Essen por su efusividad; duraron largos minutos, con cuatro aperturas de telón. El público, de pie, no quería abandonar el recinto. El entusiasmo superó todo lo que hasta ahora he visto en este escenario.
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