Alemania

El sueño cumplido de Sir Simon Parsifal

Juan Carlos Tellechea
viernes, 30 de marzo de 2018
Stephen Gould y Ruxandra Donose © 2018 by Monika Rittershaus Stephen Gould y Ruxandra Donose © 2018 by Monika Rittershaus
Badem-Baden, sábado, 24 de marzo de 2018. Festspielhaus Baden-Baden. Parsifal, Bühnenweihfestspiel (festival escénico sacro), ópera en tres actos con música y libreto de Richard Wagner (1813 – 1883), basada en el poema épico medieval Parzival (siglo XIII), de Wolfram von Eschenbach, sobre la vida del caballero Parzival de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial, estrenada el 26 de juli de 1882 en la Festspielhaus Bayreuth. Régie Dieter Dorn. Escenografía Magdalena Gut. Vestuario Monika Staykova. Iluminación Tobias Löffler. Asistente de dirección Martin Gruber. Intérpretes: Stephen Gould (Parsifal), Ruxandra Donose (Kundry), Franz-Josef Selig (Gurnemanz, caballero del Grial), Gerald Finley (Amfortas, guardián del Grial), Evgeny Nikitin (Klingsor, mago), Robert Lloyd (Titurel, padre de Amfortas y antiguo guardián del Grial). Seis doncellas-flores: Iwona Sobotka, Kiandra Howarth, Elisabeth Jansson, Mari Eriksmoen, Ingeborg Gillebo, Kismara Pessatti. Dos caballeros del Grial: Neal Cooper, Guido Jentjens,. Cuatro escuderos: Ingeborg Gillebo, Elisabeth Jansson, Neal Cooper, Iurie Ciobanu. Voz desde lo alto: Kismara Pessatti. Coro en movimiento dirigido por Florian Hein. Coro Phiharmonia Chor Wien, preparado por Walter Zeh. Orquesta Berliner Philharmoniker. Director Sir Simon Rattle. 100% del aforo.
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Con una nueva y espléndida producción de Parsifal, de Richard Wagner, bajo la régie de Dieter Dorn (Leipzig, 1935), con la Berliner Philharmoniker dirigida por Sir Simon Rattle, fue inaugurado el sábado 24 de marzo el Festival de Pascua de Baden-Baden 2018 que se extiende hasta el 2 de abril próximo. Fue esta la última presentación de Rattle en el evento como director principal de la orquesta, ya que su gestión concluye en esta temporada (2017/2018).

No creo equivocarme al afirmar que Sir Simon se despide con mucha tristeza de este colectivo musical, uno de los mejores del mundo, cuya jefatura asumió en 2002. Desde septiembre pasado es director principal de la London Symphony Orchestra. Pero su decisión de volver a dirigir una orquesta británica la adoptó antes del catastrófico pronunciamiento sobre el Brexit (con tintes de manipulación y corrupción insoslayables) y a esta altura de los acontecimientos es para él, con toda seguridad, más que lamentable el cambio. Por lo pronto, Sir Simon continua residiendo en Berlín con su esposa, la mezzosoprano checa Magdalena Kožená, y sus tres hijos (dos varones y una niña) y vuela a Londres regularmente.

La entrega, consagración y energía que ha mostrado Rattle dirigiendo aquí brillantemente a la Filarmónica de Berlín está en directa proporción con el anhelo que lo carcomía desde hacía años para dirigir Parsifal y que tuvo que postergar en dos o tres oportunidades por diversas circunstancias ajenas a su voluntad. Por fin, pudo llevar a la realidad este sueño y los 2.500 espectadores que colmaban la Casa del Festival de Baden-Baden, de pie, estallaron en ovaciones durante prolongados minutos para agradecer al maestro la maravillosa interpretación.

El que el revolucionario Wagner definiera Parsifal, su última ópera, como un Bühnenweihfestspiel (festival escénico de música sacra) se presta a mucha confusión, porque en realidad no estamos ante una obra religiosa o mística, sino más bien ante el ejercicio catártico de un compositor con una personalidad completamente desgarrada que procuraba cicatrizar las heridas de su alma. La obra fue concebida en abril de 1857 mientras era huésped de los Wesendonck, un matrimonio que lo acogió en 1849 en su señorial mansión de Zúrich y lo apoyó económicamente cuando huía de la represión por los alzamientos populares en Dresde en aquel entonces.

El acaudalado comerciante alemán de sedas Otto Wesendonck y su mujer, Mathilde (escritora y poetisa), arreglaron para él una casita en el inmenso parque (Rieterpark) que rodea la villa (actualmente el precioso museo de arte Rietberg) en la comuna zuriquesa de Enge. Allí compuso Wagner sus Wesendonck Lieder, con versos de Mathilde, dedicados a sus anfitriones, y desde allí huyó a Venecia al desatarse el escándalo por sus relaciones amorosas con la dueña de casa. Como es sabido, la música de Parsifal la compondría por etapas y la completaría 25 años después.

La compleja, esquizofrénica personalidad de Kundry (excelentemente interpretada por la mezzosoprano rumana Roxandra Donose, quien debuta en este papel) es examinada en esta ópera mucho antes de que el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856 – 1939), desarrollara sus propias teorías y terapias que asombrarían al mundo de la medicina a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Sanar las heridas del alma no es tarea sencilla, pero no significa que sea imposible lograrlo. Todo está en el control que se ejerza sobre las emociones y la actitud que se adopte ante los cambios. Y eso fue lo que hizo Wagner, componer música sublime para autoayudarse. En cierta forma fue una oleada sin control del yo la que fluía desde lo más profundo de su ser hacia afuera. Seguramente nos horrorizaríamos, si supiéramos lo que pasaba por su mente durante el proceso de creación. Sin embargo, esa actitud es la que permite a la posteridad aproximarse a Parsifal por diversas vías. La música tiene propiedades terapéuticas indiscutibles.

En Baden-Baden la Berliner Philharmoniker nos entrega una versión con claro enfoque hacia las estructuras y al mismo tiempo con humildad, lo que lleva al público a mantenerse con total naturalidad muy atento a la trama durante las cuatro horas y media que dura la puesta. Dorn, de 82 años, un profundo conocedor de Wagner que ya llevara a escena Parsifal en varias oportunidades e incluso trabajara en Bayreuth, nos ha entregado una escenificación paciente, absolutamente fiel al libreto. Era lo que necesitaba Sir Simon, y ambos cumplieron juntos una más que feliz labor.

La escenografía y los decorados (de la polaca Magdalena Gut) abstractos están llenos de simbolismos. El castillo del Grial fue confeccionado con listones y tablas de madera aglomerada, sobre cuya superficie se pintaron paisajes montañosos y boscosos monocromáticos, al estilo de los dibujos sumi-e con tinta china propagados por los monjes zen. Estas armazones con múltiple propósito eran desplazadas casi contínuamente sobre el escenario. Girados hacia el público servían de andamios para que se instalaran allí los coros. El conjunto me recordaba a las representaciones de la Pasión de Jesucristo (Passionsspiele) que se celebran cada diez años en Oberammergau/Alta Baviera, al pie de los Alpes; las próximas serán en 2020.

Todos estos dispositivos, incluídos los cubos de diverso tamaño, representando el jardín encantado del mago Klingsor, contribuyeron muy bien a mantener la tensión en la platea y a concentrar la atención en los cantantes y la orquesta. El fárrago parecía el de un taller de carpintería, quizás fuera el de José de Nazaret, y las pinturas tal vez una reminiscencia al interés de Wagner en 1854 por las filosofías orientales y especialmente el budismo. Sin pretender irme mucho por las ramas, hay quienes sostienen incluso que Jesús peregrinó a la India durante los años en que desapareció de Judea peregrinó a la India, donde entró en contacto con esta doctrina filosófica y religiosa y adoptó sus métodos de curación por imposición de manos.

El poema épico (siglo XIII) del caballero Parzival, de Wolfram von Eschenbach, fascinó a Wagner cuando lo leyó en 1845. Un momento de mucha magia se crea al exponer el Santo Grial, del que según la leyenda bebió El Redentor en la última cena y en el que fue recogida su sangre y el agua emanadas de la herida abierta en su costado por la lanza del centurión (su búsqueda en la historia del mítico Rey Arturo combina tradiciones cristianas y las referidas al santo caldero de los celtas). El caliz brilla con fulgurante luz propia y gana protagonismo cuando se atenúa la iluminación (Tobias Löffler) del escenario. Cubierto con una preciosa tela se lo guarda con sumo cuidado en una caja de madera de forma prismática con puertecilla y ésta a su vez en otra de mayor tamaño de características similares.

 La música y el canto son absolutamente predominantes aquí y la instrumentación, obra maestra de Wagner, logra bajo la batuta de Sir Simon un delicioso equilibrio entre voces y orquesta, evitando que luchen constantemente entre sí. El Gurnemanz del bajo alemán Franz-Josef Selig suena espléndida y diferenciadamente hasta en las más mínimas derivaciones de su elocuencia lírica. La espontaneidad asoma en los prolegómenos del conflicto relatados por Titurel (muy bien con su voz de ultratumba el bajo británico Robert Lloyd, quien alentó a Sir Simon en 1998 a dirigir Parsifal), el padre de Amfortas (excelente el bajo-barítono canadiense Gerald Finley) y fundador de la comunidad de guardianes del Grial.

Acertada fue asimismo la elección del robusto tenor estadounidense Stephen Gould para encarnar al caballero Parsifal, con fuerte presencia escénica, tanto histriónica como vocalmente. Su armadura, confeccionada con materiales que imitaban hasta el más mínimo detalle (vestuario de la búlgara Monika Staykova), y los atuendos medievales completaban perfectamente la atmósfera, la ambientación de la obra.

Las heridas que el zafio Klingsor (magnífico asimismo el bajo-barítono ruso Evgeny Nikitin) inflige con la lanza sagrada a Amfortas no cierran y éste sufre con pasión su papel. Es un dolor también del alma el que lo acomete por haber sido subyugado por Kundry (comandada por Klingsor) en un momento de debilidad.

Donose opta aquí por una figura femenina, por demás contradictoria, que subraya las fragilidades propias en su disociación psíquica, nada facil para una intérprete (y más aún en su debut) en este exigente papel. No solo personifica la maldad, sino que trata de pagar su culpa administrando a Amfortas una medicina traída de lejanos países. Anatematizada por burlarse de Jesús en la cruz, ramera y santa, súbdita involuntaria de un hombre, sumisa y servil de otro por el que siente apego, Kundry cumple su labor de prostituta profesional, pero sin olvidar el amor al prójimo; hace suya así la esencia de todo ser humano con su figura.

¿Qué sería de este drama lírico sin la intervención de los excelentes coros que requiere? El Philharmonia Chor Wien, preparado sobresalientemente por Walter Zeh, el coro en movimiento dirigido por Florian Hein, y las doncellas-flores (brillantes la soprano polaca Iwona Sobotka, la soprano australiana Kiandra Horwarth, la mezzosoprano sueca Elisabeth Jansson, la soprano noruega Mari Eriksmoen, la también mezzosoprano noruega Ingeborg Gillebo y la contralto brasileña Kismara Pessatti) cumplieron un magnífico trabajo y fueron muy aplaudidos.  Las danzas y los movimientos de estas niñas-flores evocaban a los del Ausdrucktanz (New German Dance) que hiciera célebre a comienzos del siglo XX la pionera, bailarina, coreógrafa y pedagoga Mary Wigman (1886–1973). Fue una velada inolvidable en Baden-Baden, una ciudad que merece ser visitada durante todo el año.                                                                                                                                                                                                                 

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