Italia
¡Soy mujer! Apagado queda el fuego de mi furor…
Lars Hvass Pujol

La verdadera protagonista del Roberto Devereux es Isabel I Tudor, la tercera vez que Donizetti la hacía aparecer en una de sus óperas: la prima fue en Il castello di Kenilworth (Teatro San Carlo di Napoli, 1829) y seis años más tarde en Maria Stuarda (Teatro alla Scala, 1835). La Isabel I del Roberto Devereux (Teatro San Carlo di Napoli, 1837) es sin duda la más humana (una mujer que ama y no solo reina) y a la vez la más lejana respecto a la realidad histórica. La reina lleva tiempo enamorada de Roberto Devereux, conde de Essex, el cual es acusado de traición por los pares de Inglaterra a su regreso de la guerra, pero a Isabel le preocupa una traición para ella aún peor: la amorosa. Devereux ama en realidad a Sara, esposa del duque de Nottingham, y amiga de la reina. Encarcelado y condenado a muerte, solo la Tudor lo puede salvar, pero ella duda y se debate entre su amor y sus celos, entre su condición de reina y su condición de mujer. Para perdonarlo espera que Devereux le entregue el anillo que ella misma le había regalado como garantía de su seguridad, pero el conde de Essex lo ha dado a Sara para demostrarle que no amaba la reina. Desesperada, Isabel pide que se vaya a buscar a Sara, que no había acudido a la reina por estar encarcelada en su palacio después de que su marido descubriera su traición amorosa con Devereux. Al presentarse con el anillo Isabel pide que se salve Devereux, pero demasiado tarde, en ese momento llega el duque de Nottingham anunciando complacido la muerte del conde. Presa de la ira, antes de abdicar en su hijo Jacobo (descabellado falso histórico), Isabel condena a muerte los esposos: a ella por haber sido su rival en el amor y a él por haber impedido, para vengarse de la infidelidad de su amigo, que su mujer le trajera el anillo.
Ha vuelto a Parma por segunda vez el Roberto Devereux, después de la primera en el 1840 (solo tres años después de la primera representación absoluta del 1837), y lo ha hecho con un maravilloso elenco. Isabel I ha sido interpretada por una de las más amadas sopranos del bel canto italiano, Mariella Devia, ya de por sí reina indiscutida de personajes donizettianos, aporta una madurez vocal e interpretativa necesarios para una caracterización compleja como la de la Tudor: no solamente reina de fuerte carácter y voz imperiosa, sino también mujer enamorada e incluso dolida. Mariella Devia ha afrontado algunos de los papeles más complejos del compositor como son las “tres reinas” solo recientemente (Maria Stuarda en el 2006, Anna Bolena en el 2007 e Isabel I del Roberto Devereux en el 2011), siguiendo su máxima profesional de afrontar los papeles solo cuando preparada vocalmente y psicológicamente. Su técnica perfecta y su gran expresividad vocal y escénica, casi intactos a pesar de sus 45 años en las escenas, han encantado el público del Teatro Regio.
Con su voz más oscura y melancólica, Sonia Ganassi ha interpretado con gran sensibilidad Sara, dispuesta a sufrir por el verdadero e imposible amor sin traicionar a su nuevo marido. Bellísima voz del bajo Sergio Vitali, con su duque de Nottingham posado y elegante. Stafan Pop, que en el pasado Rigoletto del mes de enero a Parma había presentado un Duca poco cuidado técnicamente (muy forzada en el registro agudo), ha demostrado en cambio una voz muy adecuada para el conde de Essex, una voz redonda, de timbro muy suave y delicado y a la vez con un justo balance en el volumen. Poco convincente la dirección musical de Sebastiano Rolli: discutibles los tempos musicales escogidos y con claros problemas de verticalidad, no solo con los cantantes, sino también con la orquestra en general.
La dirección escénica de Alfonso Antoniozzi forma parte de un proyecto mayor que ha llevado a las escenas, entre el 2016 y el 2018, las “tres reinas” en coproducción con el Teatro Carlo Felice di Genova (Roberto Devereux se vio ya en el 2016 en Génova). Plásticamente simple y sugestiva, con la buena interacción de las escenas de Monica Manganelli y del bellísimo vestuario de Gianluca Falaschi, la dirección escénica ha sido inteligente, aunque en algunos aspectos un poco demasiado sobria e ingenua. Partiendo de la base que el ambiente cortesano es oportunista y falso, los protagonistas (sobretodo Isabel I) se encuentran inmersos en un ambiente que les es propio pero a la vez hostil: en medio del escenario una tarima de madera como en los teatros ingleses de época isabelina (como es Globe Theater), unos pocos parapetos móviles en forma de ventanales góticos y el trono, la corte vestida de época con máscaras para demostrar la solitud de Isabel, y un bufón mudo que representa la sinrazón de la trama del Roberto Devereux y la tragedia del poder que no llega a salvar al amado por su propia naturaleza. Si algunos detalles demuestran poca elegancia (el sistema de iluminación para la escena final es innecesariamente visible y perturba al espectador durante todo el tercer acto, el vestido de Isabel en el segundo acto con un largo mantel con su reino dibujado es poco eficaz, los constantes y superfluos movimientos de los parapetos …) el conjunto rende efectivamente la idea principal de Antoniozzi, y el espectador consigue ver una Isabel I, y que Isabel en este caso, pasar de reina a mujer a lo largo de la ópera.
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