Austria
Nuevo reparto para Elektra
Jorge Binaghi

Siento tener que repetirme, pero esta vez por factores totalmente casuales he asistido a una tercera Elektra straussiana (obra que venero, de modo que en principio no es ningún castigo) y, salvo nuevas circunstancias que no pueda prever, supongo que será la última. Por eso empiezo repitiéndome como ya el año pasado:
“Estuve aquí mismo cuando se estrenó esta producción (como es sabido, a menos que se trate de un gran bodrio o de algo sumamente escandaloso Viena rentabiliza todo lo que puede sus espectáculos. Cuando no son logrados, como éste, pues a fastidiarse). Escribí yo entonces, y no tengo ningún motivo para cambiar de opinión, lo siguiente: “Habría que racionalizar las nuevas puestas en escena.[…]. Y menos si era esta. Que ni siquiera es mala. Es gratuita, tiene errores (no la modernización), quiere hacer mucho y logra poco (ni siquiera escandaliza con las esclavas silenciosas desnudas y duchadas por la fuerza a chorro de manguera seminazi por las guardianas –las criadas que cantan; menos escandaliza el casi incesto en el reencuentro de Orestes y Electra). Lo peor es que no funciona para nada la relación entre las hermanas porque no existe, que la escena tan tensa entre madre e hija se inmoviliza con una silla de ruedas que es utilizada como objeto de agresión sin ninguna fuerza y no sucede nada, que los artistas escasamente pueden actuar o desmelenarse si conviene. Y la guinda es la escena final, que de una soledad total y báquica se convierte en una danza no muy transgresora en una especie de disco (faltaban las luces) ante los ojos justamente azorados de Crisótemis, cuyo ‘Orest!’ final parece más bien un llamado de auxilio a bomberos o policía mientras la protagonista desaparece sin dejar rastro.””
Y eso baste para la puesta en escena… Por primera vez no era protagonista la genial Stemme (creo que el segundo de los cuatro premios Nilsson entregados hasta ahora con el que estoy de acuerdo totalmente –véase la nota y entrevista de Agustín Blanco Bazán al respecto), de modo que iba un tanto prevenido contra la protagonista, que además no me había gustado nada hace menos de un año en su Salomé, un rol que es dificilísimo pero que frente a Elektra, al menos en lo estrictamente vocal puede parecer semirrazonable.
Pues no, lo anuncio con sumo júbilo como cuando salen a decir que hay un nuevo papa, totalmente equivocado. Lise Lindstrom se entregó completamente y hasta hizo creíble esta producción por lo que a ella respecta. Cuando clava en la pared el hacha que ha olvidado de dar a su hermano es ella quien venga a su padre y de paso ajusta las cuentas con su madre y con todos los años de abandono, maltrato y de animal sufriente sin paliativos. Vocalmente estuvo bien, muy bien… Se podrían señalar algunos agudos-gritos, pero aquí eso es no sólo moneda corriente sino previsible y aceptable. Lo mismo –menos quizá- que algún grave un tanto sordo. Esperemos que sepa medirse en su carrera (tanta Turandot, Salomé y ahora también Elektra tan joven….):
No esperaba nada en particular de Vermillion, nueva en el fabuloso rol de la madre culpable. No pensaba que nadie se atrevería a cambiar la marcación y la interpretación de Meier (como es sabido no comparto el entusiasmo de tantísimos por esta distinguida artista, no sólo ahora sino de siempre). Pues lo hizo. Volvimos a tener una furia desgarrada, obsesiva, una loba que se sabe acechada, que gritó y se carcajeó como ocurría con tantas grandes hasta que de golpe nos dijeron que era políticamente incorrecto. Muy ovacionada, y con razón. Nunca la vi tan bien
Algo extraño en la Staatsoper es cómo saca a relucir cantantes para Crisótemis: no es que luego sean geniales, pero el mero hecho de que las haya y salgan y resulten aceptables me descoloca porque es papel bien difícil (Gabler en este caso me ha parecido la mejor de las tres aunque a veces el volumen es insuficiente para la orquesta de Strauss y sobre todo para cómo la hace sonar Boder).
Que Orestes sea un bajo puede poner nervioso a más de uno porque la tesitura es de bajobarítono o de barítono puro y duro. Cuando se tiene a Pape en uno de sus días fabulosos todo temor desaparece desde la primera a la última nota, aunque,como ocurrió aquí, el intérprete no parecía sentirse especialmente concernido (con la puesta en escena tiene toda mi comprensión).
Hubo un debut a última hora en el cuarto de este cuadrilátero, Egisto. Conocía al cantante, bien, pero no en este papel. Ablinger-Sperrhacke es un magnífico característico, no un Heldentenor veterano o en decadencia, y lo hizo en la tradición del gran Stolze, y muy bien por cierto. Repetían dos de los otros tres roles masculinos: Bankl (el preceptor, correcto sin más y sin cambios), pero Kobel (el joven sirviente) pareció mucho más suelto y más seguro vocalmente que hace un par de años. El viejo servidor era esta vez Marcus Pelz, que estuvo correcto.
Las criadas sufrieron también un cambio de última hora (Margarita Gritskova sustituyó a la misma colega a la que reemplazaría el día siguiente en Les Troyens), pero las demás, las varias confidentes y astrólogas (todas muy buenas en especial la quinta doncella, la excelente Ildikó Raimondi) eran las mismas.
También dije entonces, y vuelvo a repetirme para finalizar:
““El coro apenas interviene y lo hizo bien. ¿Qué decir de esta orquesta, que parece nacida para el compositor (entre otros)? Estuvo memorable. Menos lo fue la batuta de…” y ahora retomo. Boder no lo hizo mal, pero no creo que fuera merecedor de tan grandes aplausos como su predecesor de algunos abucheos. Es cierto que el repertorio del siglo XX y contemporáneo (y cuanto más reciente mejor) le va mucho mejor que el de otros momentos (recuerdo algunas versiones suyas en Barcelona francamente detestables, empezando por La dama de picas), pero con una orquesta así sonar rudo y fuerte con gran brillo es seguramente un mérito, pero no extraordinario.” Tengo que decir que fue igualmente ovacionado o más que el año pasado, pero que esta vez me convenció algo más que entonces.
Comentarios