Italia

Extraña pareja

Jorge Binaghi
viernes, 4 de enero de 2019
Antonacci en 'La voix humaine' © Teatro Grande de Brescia, 2018 Antonacci en 'La voix humaine' © Teatro Grande de Brescia, 2018
Brescia, sábado, 15 de diciembre de 2018. Teatro Grande.  La voix humaine. Libreto de Jean Cocteau, música de F. Poulenc (Opéra Comique, París, 6 de febrero de 1959). Cavalleria rusticana (Roma, Teatro Costanzi, 17 de mayo de 1890). Libreto de G. Menasci y G. Targioni-Tozzetti y música de P. Mascagni. Puesta en escena: Emma Dante. Escenografía: Carmine Maringoia. Vestuario: Vanessa Sannino. Luces: Cristian Zucaro. Coreografía: Manuela Lo Sicco. Intérpretes: Anna Caterina Antonacci (Elle). Teresa Romano (Santuzza), Angelo Villari (Turiddu), Mansoo Kim (Alfio), Giovanna Lanza (Mamma Lucia) y Francesca Di Sauro (Lola). Orquesta ‘I Pomeriggi Musicali’ de Milán. Coro Opera Lombardia (preparado por Diego Maccagnoia). Dirección musical: Francesco Cilluffo.
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Ya lo dice el título: no parecen ambas obras avenirse en nada (como tantas parejas), pero siguen juntas desde que se le ocurrió al Comunale de Boloña … El orden lo hace aún más vistoso o forzado porque a la estética musical más ‘moderna’ (hoy es un decir que Poulenc y Cocteau lo sean) le sigue una anterior, ‘verista’ (Verga más Mascagni), que incluso la crítica especializada a veces desprecia, y no digamos los cultores de la novedad en música clásica (y a los que la ópera les suele parecer una antigualla sin remedio). Y la que sufre es Cavalleria porque parece un salto atrás. Y no sé si es por eso que la habitualmente excelente Dante, con un tema que le venía servido en bandeja de plata, no lo supo aprovechar, y salvo alguna idea (no siempre afortunada) poco de nuevo hubo. Y menos de bueno. Que todo quede sumergido en la oscuridad puede significar algo, pero que resulte animada en algún momento (esa especie de kermesse de pueblo para la procesión, los abanicos de colores en el brindis; los ‘caballos’ de Alfio -tenía sólo uno en principio- en forma de pizpiretas ‘conejitas’ -por suerte Dante es mujer, o estaríamos oyendo las protestas por el machismo de la puesta en escena) es discutible. Incluso la comparación de un descendimiento de la cruz con el final, aparte de no ser una novedad, sólo logra su sentido con la figura de la madre. Ciertamente Turiddu no es ni de lejos una especie de Jesús, y aunque Santuzza al principio se compare con la Magdalena, poco o nada tiene que ver (es ella, presa de los celos, quien termina de desatar la tragedia). 

Tampoco hay demasiado trabajo con los personajes. Lo mejor fue Romano, una voz cálida y de importancia, que tendría que trabajar y vigilar la emisión del agudo, Villari es un buen tenor de voz grata, pero su interpretación -no hablo de su figura: Turiddu no tiene por qué ser un galán de cine y sí alguien de apariencia normal, como es el caso- no fue tal; resultó descolorida y sin fuerza. Muy bien en ambos aspectos la Lucia de Lanza. No así el Alfio de Kim, demasiado bonachón y sin el vozarrón habitual en los barítonos de su origen (no es que yo lo necesite, pero en este papel conviene). La joven Di Sauro tiene posibilidades, pero su Lola demostró que la falta trabajo en lo vocal. El coro cantó con mucho entusiasmo y dio una buena versión de su importante parte. 

Para el ‘monólogo’ de Poulenc, Dante en cambio acertó y logró introducir una visión para mí nueva. Aquí estamos en un hospital o clínica (hay dos camas, una vacía) en la que la llamada ‘Elle’ recibe visitas poco complacientes de enfermeras y médico que le administran calmantes además de revisar el gota a gota. La enferma (física y/o mental) habla constantemente al teléfono ejecutando maquinalmente las órdenes que recibe, pero esa cháchara no tiene interlocutor porque el hilo está vistosamente cortado. En su alucinación se materializan ante ella su ex pareja -a la que termina estrangulando, no sé sabe si de verdad o en su delirio- y la nueva amante. La enferma cambia de posición, de cama, pasea como una fiera enjaulada, se da golpes contra la pared. Y ‘la’ Antonacci, que ya era suprema en este papel, está sensacional, como cantante y como trágica, en su forma de decir, de moverse, en el canto desesperado u obnubilado, en el disimulo y la explosión, y contribuye en sumo grado a esta otra visión (no en vano fue quien la estrenó y la única que ha quedado del reparto original de ambas obras en Boloña, junto a la Dante). 

Queda por último el factor orquestal. La orquesta es buena y sale airosa de cometidos tan diferentes, pero la dirección no, o no tanto. Cilluffo convierte a Poulenc en Webern o Berg, y no parece apropiado. Tiende a hacer sonar fuerte y áspera a la orquesta, y en la obra de Mascagni elige ritmos lentos y la tensión falla. Me habían hablado bien de él (era la primera vez que lo veía y oía), y ojalá me equivoque, o haya sido un mal día, o un par de obras que no le convienen particularmente. Batutas jóvenes hacen falta, sin duda, pero así…. 

El magnífico Teatro Grande de esta bella ciudad ofrecía una muy buena entrada y el público se mostró muy satisfecho en ambos casos. 

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